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Dejamos crecer los obstáculos sin atender a las buenas maneras

Corceles peligrosos

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En muchos momentos de la vida pergeñamos entidades peculiares de imprevisibles consecuencias. De sopetón, o bien a base de reiteraciones, no siempre somos conscientes de haber configurado estas realidades, en forma de actitudes, comportamientos e incluso estructuras organizativas. En la medida de su asentamiento en el funcionamiento comunitario, adquieren una cierta autonomía, vida propia. Pasan a convertirse en CORCELES de una notable vitalidad, hasta el punto de competir con los propios individuos. Es frecuente, quizá habitual, observarlos arrastrando a las personas por andanzas irracionales. Si no les prestamos atención suficiente, quedamos expuestos a un sinnúmero de actuaciones indeseables.


A la fuerza nos vemos en el sendero machadiano de ponernos juntos a buscar la verdad en cada situación, y eso con la certeza del carácter efímero de dicho encuentro, porque siempre quedarán pendientes aspectos nuevos a dilucidar. Las aparentes conclusiones presentan muchas ramificaciones insoslayables. Ahora bien, lejos de centrarnos en el intercambio sereno de los conocimientos, optamos por el verbo encendido un tanto agresivo. De tal modo se ha consolidado uno de esos corceles independientes, esa CRISPACIÓN de tintes agresivos e intratables implantada con una potencia inusitada. Sus picotazos impiden la comunicación constructiva tan necesaria para la convivencia en cualquier estrato social.


La necesidad de compartir el trabajo no se sabe bien donde comienza y donde pierde su sentido, hasta volverse perniciosa. Sus condicionamientos varían según los sectores afectados. Un productor cualquiera requiere colaboraciones para colocar su producto a disposición de los usuarios. Esos intermediarios requeridos extendieron sus redes aprovechando los resquicios del proceso, aunque no fueran imprescindibles. Se origina una pirámide en cuya culminación se acomodan los grandes capitalistas. En dicha progresión radica la configuración de otro corcel peligroso, SUCCIONADOR de los bienes creados por los laborantes iniciales. Está bastante claro quien se lleva la parte grande de la tarta y a expensas de quien.


Los arrestos para mantenernos con dignidad ante los numerosos envites de las actividades diarias, no son inagotables. Su reparto entre las personas no es equitativo, parten de bases irregulares en este sentido. En gran parte, se acrecientan o disminuyen como resultado del cuidado individual al respecto. Su deterioro decanta las actitudes hacia la progresiva desaparición de las iniciativas por parte de ese sujeto. Sea por exceso de dificultades o por deficiencias propias, en la actualidad se aprecia el engendro de una DESIDIA implantada en el fondo de los razonamientos; no sólo afecta a la intimidad, sus repercusiones son nocivas también en el plano de las posibles actividades sociales, degradando los empeños.


Sin ninguna duda, los factores desfavorables inciden reiteradamente en los eventos cotidianos, siempre sucedió así. No queda otra opción, contrarrestarlos con prestaciones de carácter positivo. El esfuerzo dedicado a hacer las cosas lo mejor posible se convierte en un imperativo, requiere de ideas, trabajos y mentalidades limpias. Pronto avizoramos lo inacabado de dichas pretensiones, porque evolucionamos con el tiempo y el horizonte permanece abierto. La excelencia es exigente, insatisfecha por naturaleza. Frente a esta empinada cresta bien intencionada, hemos favorecido la implantación de una PLANICIE donde se impone la mediocridad. La excelencia se desdibuja en los ambientes dicharacheros e intolerantes.


En el trajín interior de cada persona circulan, los procesos mentales, la biología y las influencias relacionadas con el exterior. Se originan respuestas diversas a través de expresiones y actuaciones. Actúan mecanismos detectables junto a funciones ocultas apenas intuidas. La imprecisión dificulta cualquier intento de fijar posiciones. Por el contrario, son interminables las posibilidades abiertas, afectan a todas las dimensiones de la personalidad en cada sujeto; ese carácter polifacético es determinante a la hora de comprendernos. Por eso resulta muy preocupante la tendencia comunitaria al UNIFORMISMO del pensamiento único, dispuesto al seguimiento de consignas emitidas por los grupos de presión; destroza la vitalidad y amortigua las iniciativas.


Abogamos por diálogos fructíferos, aunque enseguida nos percatamos de las dificultades para hacerlos entendibles. El momento elegido, la gente implicada, los asuntos a tratar o el tiempo disponible, generan escenarios bien distintos. Las maneras de pensar, ignorancia o conocimiento, ubicación geográfica, ocupación habitual, afectos o desafectos; añaden complejidad al intercambio. Los grandes adelantos y la disposición general nos abocan al incremento de las dificultades. Las tendencias clarificadoras suelen escasear; y nos abruma la progresiva ENCRIPTACIÓN de los diálogos, con el consiguiente riesgo de malentendidos mayores y la desvirtuación del sentido comunitario.


Cuando intercambiamos pareceres dependemos de un sinfín de circunstancias, unas las vamos descubriendo con el tiempo, pero abundan también las que permanecen latentes, por su naturaleza o por los procedimientos empleados. El carácter de los intervinientes, la divulgación de los hechos, las consecuencias previsibles de las decisiones, forman parte de ese bagaje de condiciones, con el forzamiento de las mentalidades a adaptarse. Sin embargo, destaco una exageración nociva practicada a menudo, esa condición de PERTENENCIA (Empresas, ideologías, políticas), que actúa en contra de la sinceridad de los diálogos; nos lleva a transmitir ideas ajenas y simplifica de manera interesada los diálogos.


El potencial de estas entidades peligrosas puede conducirnos a graves despropósitos. Los empeños desaforados en agregarnos a las exageraciones de los mencionados corceles deterioran los mínimos exigibles para la convivencia comunitaria. Con la incertidumbre natural hubiéramos tenido suficiente, no conseguimos domeñar el dinamismo caótico de los entornos habituales. Pero curiosamente, hemos utilizado el intelecto para enredar las cosas hasta lo indecible. A base de sumar inconveniencias, hemos ido agrandando las dimensiones de la desconfianza que todo lo pudre. El imperio de la SOSPECHA representa otra nueva entidad desquiciante, de las más peligrosas y extendida profusamente.


Un primer requisito para combatir el carácter libertario de estos corceles se centra en la obtención de informaciones fidedignas para conocer las diferentes tramas. Como es lógico, esos conocimientos no surgirán de manera espontánea desde los promotores polarizados. La necesaria AVERIGUACIÓN presenta dificultades serias, sobre todo si no se emprende con energía.


Para vencer los silencios interesados o la proliferación de informaciones confusas, sería importante el revulsivo del gran número de sujetos perjudicados, que dicho sea no se aprecia de manera significativa. La PASIVIDAD acomodaticia se presenta como la gran colaboradora para los brotes perversos de orientaciones disgregadoras, perdiendo eficacia los intentos de sujetos aislados.

Corceles peligrosos

Dejamos crecer los obstáculos sin atender a las buenas maneras
Rafael Pérez Ortolá
viernes, 21 de octubre de 2022, 08:52 h (CET)

En muchos momentos de la vida pergeñamos entidades peculiares de imprevisibles consecuencias. De sopetón, o bien a base de reiteraciones, no siempre somos conscientes de haber configurado estas realidades, en forma de actitudes, comportamientos e incluso estructuras organizativas. En la medida de su asentamiento en el funcionamiento comunitario, adquieren una cierta autonomía, vida propia. Pasan a convertirse en CORCELES de una notable vitalidad, hasta el punto de competir con los propios individuos. Es frecuente, quizá habitual, observarlos arrastrando a las personas por andanzas irracionales. Si no les prestamos atención suficiente, quedamos expuestos a un sinnúmero de actuaciones indeseables.


A la fuerza nos vemos en el sendero machadiano de ponernos juntos a buscar la verdad en cada situación, y eso con la certeza del carácter efímero de dicho encuentro, porque siempre quedarán pendientes aspectos nuevos a dilucidar. Las aparentes conclusiones presentan muchas ramificaciones insoslayables. Ahora bien, lejos de centrarnos en el intercambio sereno de los conocimientos, optamos por el verbo encendido un tanto agresivo. De tal modo se ha consolidado uno de esos corceles independientes, esa CRISPACIÓN de tintes agresivos e intratables implantada con una potencia inusitada. Sus picotazos impiden la comunicación constructiva tan necesaria para la convivencia en cualquier estrato social.


La necesidad de compartir el trabajo no se sabe bien donde comienza y donde pierde su sentido, hasta volverse perniciosa. Sus condicionamientos varían según los sectores afectados. Un productor cualquiera requiere colaboraciones para colocar su producto a disposición de los usuarios. Esos intermediarios requeridos extendieron sus redes aprovechando los resquicios del proceso, aunque no fueran imprescindibles. Se origina una pirámide en cuya culminación se acomodan los grandes capitalistas. En dicha progresión radica la configuración de otro corcel peligroso, SUCCIONADOR de los bienes creados por los laborantes iniciales. Está bastante claro quien se lleva la parte grande de la tarta y a expensas de quien.


Los arrestos para mantenernos con dignidad ante los numerosos envites de las actividades diarias, no son inagotables. Su reparto entre las personas no es equitativo, parten de bases irregulares en este sentido. En gran parte, se acrecientan o disminuyen como resultado del cuidado individual al respecto. Su deterioro decanta las actitudes hacia la progresiva desaparición de las iniciativas por parte de ese sujeto. Sea por exceso de dificultades o por deficiencias propias, en la actualidad se aprecia el engendro de una DESIDIA implantada en el fondo de los razonamientos; no sólo afecta a la intimidad, sus repercusiones son nocivas también en el plano de las posibles actividades sociales, degradando los empeños.


Sin ninguna duda, los factores desfavorables inciden reiteradamente en los eventos cotidianos, siempre sucedió así. No queda otra opción, contrarrestarlos con prestaciones de carácter positivo. El esfuerzo dedicado a hacer las cosas lo mejor posible se convierte en un imperativo, requiere de ideas, trabajos y mentalidades limpias. Pronto avizoramos lo inacabado de dichas pretensiones, porque evolucionamos con el tiempo y el horizonte permanece abierto. La excelencia es exigente, insatisfecha por naturaleza. Frente a esta empinada cresta bien intencionada, hemos favorecido la implantación de una PLANICIE donde se impone la mediocridad. La excelencia se desdibuja en los ambientes dicharacheros e intolerantes.


En el trajín interior de cada persona circulan, los procesos mentales, la biología y las influencias relacionadas con el exterior. Se originan respuestas diversas a través de expresiones y actuaciones. Actúan mecanismos detectables junto a funciones ocultas apenas intuidas. La imprecisión dificulta cualquier intento de fijar posiciones. Por el contrario, son interminables las posibilidades abiertas, afectan a todas las dimensiones de la personalidad en cada sujeto; ese carácter polifacético es determinante a la hora de comprendernos. Por eso resulta muy preocupante la tendencia comunitaria al UNIFORMISMO del pensamiento único, dispuesto al seguimiento de consignas emitidas por los grupos de presión; destroza la vitalidad y amortigua las iniciativas.


Abogamos por diálogos fructíferos, aunque enseguida nos percatamos de las dificultades para hacerlos entendibles. El momento elegido, la gente implicada, los asuntos a tratar o el tiempo disponible, generan escenarios bien distintos. Las maneras de pensar, ignorancia o conocimiento, ubicación geográfica, ocupación habitual, afectos o desafectos; añaden complejidad al intercambio. Los grandes adelantos y la disposición general nos abocan al incremento de las dificultades. Las tendencias clarificadoras suelen escasear; y nos abruma la progresiva ENCRIPTACIÓN de los diálogos, con el consiguiente riesgo de malentendidos mayores y la desvirtuación del sentido comunitario.


Cuando intercambiamos pareceres dependemos de un sinfín de circunstancias, unas las vamos descubriendo con el tiempo, pero abundan también las que permanecen latentes, por su naturaleza o por los procedimientos empleados. El carácter de los intervinientes, la divulgación de los hechos, las consecuencias previsibles de las decisiones, forman parte de ese bagaje de condiciones, con el forzamiento de las mentalidades a adaptarse. Sin embargo, destaco una exageración nociva practicada a menudo, esa condición de PERTENENCIA (Empresas, ideologías, políticas), que actúa en contra de la sinceridad de los diálogos; nos lleva a transmitir ideas ajenas y simplifica de manera interesada los diálogos.


El potencial de estas entidades peligrosas puede conducirnos a graves despropósitos. Los empeños desaforados en agregarnos a las exageraciones de los mencionados corceles deterioran los mínimos exigibles para la convivencia comunitaria. Con la incertidumbre natural hubiéramos tenido suficiente, no conseguimos domeñar el dinamismo caótico de los entornos habituales. Pero curiosamente, hemos utilizado el intelecto para enredar las cosas hasta lo indecible. A base de sumar inconveniencias, hemos ido agrandando las dimensiones de la desconfianza que todo lo pudre. El imperio de la SOSPECHA representa otra nueva entidad desquiciante, de las más peligrosas y extendida profusamente.


Un primer requisito para combatir el carácter libertario de estos corceles se centra en la obtención de informaciones fidedignas para conocer las diferentes tramas. Como es lógico, esos conocimientos no surgirán de manera espontánea desde los promotores polarizados. La necesaria AVERIGUACIÓN presenta dificultades serias, sobre todo si no se emprende con energía.


Para vencer los silencios interesados o la proliferación de informaciones confusas, sería importante el revulsivo del gran número de sujetos perjudicados, que dicho sea no se aprecia de manera significativa. La PASIVIDAD acomodaticia se presenta como la gran colaboradora para los brotes perversos de orientaciones disgregadoras, perdiendo eficacia los intentos de sujetos aislados.

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