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Opinión
Etiquetas | El segmento de plata | mayores | Jubilación | Influencia

Del todo a la nada

Los mayores descubrimos con sentimiento que nuestra capacidad de influir en los demás pasa, como por ensalmo, del todo a la nada
Manuel Montes Cleries
jueves, 20 de octubre de 2022, 12:11 h (CET)

Parece mentira. Pero tres días después de la jubilación pasas de ser D. Juan a ser juanillo. He conocido el hecho, protagonizado por un altísimo ejecutivo de una importante empresa, de un jefazo que se encontró que, una semana después de su cese, el chofer que le había acompañado y peloteado constantemente, le ignoraba por completo.

    

Mientras te encuentras en el candelero, surgen a tu alrededor aduladores e individuos de poca clase que ríen tus gracias y ensalzan tus hechos. Se adhieren inquebrantablemente a tus decisiones y deseos y besan el suelo que pisas.

    

Cuando se pierde le “sillón”; cuando pasan los años; cuando dejas de ser influyente; también pasas al segundo plano. Ya te llaman menos por teléfono, ya aceptan menos tus errores y dejas de ser imprescindible, para pasar a convertirte en un ser oscuro, incómodo y perfectamente prescindible.

    

Los que son inteligentes, tardan poco en asumir la nueva situación. Los que no se han preparado para ello, van de decepción en decepción y acaban deprimidos. Como dice el Evangelio: “cada día tiene su afán”. En la tercera parte de tu vida (el segmento de plata), descubres cuales son tus verdaderos amigos, que no te acompañan por lo que eres, sino que lo hacen por como eres.  

    

Creo que esto lo entienden muy bien los políticos, que, por lo que pueda pasar, se agarran al sillón como a un clavo ardiendo, preparan el desembarco en otros puestos y se preocupan de alcanzar una buena jubilación. A ser posible en la poltrona de un consejo de administración. (Me ha salido una rima).

     

Los “pringaos”, que hemos pasado por puestos de mediana responsabilidad, descubrimos que toda nuestra fuerza como líderes se diluye como un azucarillo en un vaso de agua. Pero nos queda la satisfacción del deber cumplido y el regusto que recoge maravillosamente la frase del “Divino Impaciente”: La virtud más evidente, es hacer sencillamente… lo que tenemos que hacer. Lo demás, es “viruta de Puertollano”.

       

Del todo a la nada. Te conviertes en invisible. Los “amigos” dejan de serlo. Pero lo aceptas con dignidad.

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