Vivimos en un mundo hiperconectado, donde los jóvenes comparten su día a día en redes sociales, suben fotos, bailes, pensamientos y memes. Desde fuera, podría parecer que lo tienen todo. Sin embargo, detrás de muchas sonrisas digitales se esconden silencios profundos, angustias que no se ven y gritos que nadie escucha.
Hoy, el suicidio es la segunda causa de muerte en menores de edad en muchos países del mundo. Una cifra estremecedora que no debería dejarnos dormir tranquilos. Pero lo más alarmante no es solo el dato, sino la normalización del sufrimiento. Lo hemos convertido en un tema tabú, algo de lo que no se habla en familia, en la escuela ni en los medios, como si el silencio fuera una solución. Pero el silencio se cobra vidas.
La salud mental de niñas, niños y adolescentes está en crisis. Ansiedad, depresión, bullying, presión académica, redes sociales que distorsionan la autoestima, entornos familiares poco seguros, soledad… Todo esto se acumula en mentes y cuerpos que aún estan formándose, que aún no tienen las herramientas para entender lo que sienten, ni saben pedir ayuda de forma clara.
Y nosotros, como sociedad, ¿dónde estamos? ¿Porque pasamos por alto esas señales?
A veces damos por hecho, que un adolescente que se encierra en su cuarto, está simplemente “en la edad difícil”. Que alguien que llora mucho “es dramático”. Que quien se aísla “ya se le pasará”. Pero muchas veces, esas conductas son formas de pedir de ayuda disfrazadas. Hay que fijarse si ocurren cambios bruscos en su forma actuar.
Si se pierde el interés por lo que antes disfrutaban. Puede que prevalezca en sus comentarios negativos sobre su vida o su valor. La autoagresion es incontrolable y como consecuencia el aislamiento extremo. Consumo de sustancias. Dificultades para dormir o comer.
Todas estas pueden ser señales de alarma. No son exageraciones. No son “etapas normales”. Son oportunidades para intervenir. Por eso es urgente romper el silencio. Que no nos digan más que hablar de suicidio lo provoca. Hablar previene. Escuchar salva vidas. Mostrar empatía abre caminos.
Necesitamos educarnos y educar desde que somos niños sobre cómo expresar las emociones, poner límites, trabajar la autoestima y herramientas que nos ayuden a evolucionar y no estancarnos. Que las escuelas cuenten espacios seguros y docentes formados. Familias que hablen sin juzgar. Necesitamos que la política entienda que la salud mental es un tema importante.
Y sobre todo, necesitamos que cada niño, niña y adolescente sepa que no está solo. Que pedir ayuda, no es debilidad, es valentía. Que su vida importa. Que el dolor puede pasar, pero para eso, alguien tiene que estar ahí para escucharlos.
Todos deberíamos tener tiempo para hablar con nuestros hijos, sobrinos, alumnos. Preguntar cómo están, y escuchar sin quitar importancia a lo que les importa.
No hay que esperar a una “crisis” para acercarte. El vínculo se construye todos los días. Y compartir que la información real sobre salud mental, a todos nos importa. Y apoyar y exigir políticas de salud mental accesibles y gratuitas para todos.
Y lo más importante, no juzgues. Acompaña. Pregunta. Nunca sabes si te puede pasar a ti. Esta generación está pidiendo ayuda a voces, en silencio.
No podemos mirar hacia otro lado. Es ahora o nunca. Porque el silencio mata. Vamos a hablar.
|