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Obra extraída de mi libro ¡Diga Señor Tiempo…!, publicado en el año 2002

Arcano de amor

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Mi Bitácora de Futuro


Los invitados fueron recibidos en la sala comedor. Amelia todavía se encontraba en su aposento vistiéndose. La mesa estaba servida, daba un aspecto original; los pronósticos de Amelia eran certeros; el viento soplaba fuertemente, cómo que vigilaba al tipo y el momento. Desde una ventana que daba al traspatio se observaba el césped que brillaba, la lluvia recién pasaba lo había dejado empapado, y al fondo, a la derecha, se divisaba Julián y Janeth romanceando.


En tanto, Adrián y Weimar observaban a la pareja, que eran cobijados por las sombras de la noche, y fueron distraídos al ser llamados a la mesa. El apetito era propio, ya habían servido la cena, solamente esperaban a Amelia para que adornarse el convivio, todo era bueno, la comida, los licores y los vinos.


A los pocos minutos, muy refulgente y con pequeños pasos, bajó del segundo piso Amelia, su presencia era el congelador para todos, pues su belleza paralizaba, la belleza de su cuerpo daba qué pensar.


-De qué sirve tener una mujer como Amelia, si se la pega a su marido con ¿? -dijo Adrián.


-Debes saber que una mujer como Amelia es codiciada -contestó Weimar.


-Bueno, la mujer, sea guapa o fea siempre es objeto de piropos y demás -replicó Adrián.


-Y cuando una mujer quiere respetar a su marido lo hace -señaló Rafael.


-Claro que sí, pero depende del tipo de mujer-dijo Weimar.


-En fin, yo prefiero a una mujer fea -repuso Adrián.


El convivio se introdujo en la media noche, los reflejos de la luna iluminaban los rostros de las parejas que se paseaban en el traspatio, en tanto, la bella Amelia a la sombra de un árbol se besaba con un joven, aprovechaba que su marido bailaba con una invitada.


Los invitados se percataron que la gran Amelia hizo de las suyas en el convivio y luego regresó a la par de su marido, sin mayores complicaciones, como si nada hubiese pasado.


-¡Qué descaro!- exclamó Adrián


-Sí, pero no enmienda, algún día va a tener su merecido -contestó Weimar.


-Pero qué se puede esperar de una mujer a la que le gusta la fastuosidad -replicó Rafael.


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Arcano de amor

Obra extraída de mi libro ¡Diga Señor Tiempo…!, publicado en el año 2002
Bayardo Quinto Núñez
jueves, 20 de octubre de 2022, 09:56 h (CET)

Mi Bitácora de Futuro


Los invitados fueron recibidos en la sala comedor. Amelia todavía se encontraba en su aposento vistiéndose. La mesa estaba servida, daba un aspecto original; los pronósticos de Amelia eran certeros; el viento soplaba fuertemente, cómo que vigilaba al tipo y el momento. Desde una ventana que daba al traspatio se observaba el césped que brillaba, la lluvia recién pasaba lo había dejado empapado, y al fondo, a la derecha, se divisaba Julián y Janeth romanceando.


En tanto, Adrián y Weimar observaban a la pareja, que eran cobijados por las sombras de la noche, y fueron distraídos al ser llamados a la mesa. El apetito era propio, ya habían servido la cena, solamente esperaban a Amelia para que adornarse el convivio, todo era bueno, la comida, los licores y los vinos.


A los pocos minutos, muy refulgente y con pequeños pasos, bajó del segundo piso Amelia, su presencia era el congelador para todos, pues su belleza paralizaba, la belleza de su cuerpo daba qué pensar.


-De qué sirve tener una mujer como Amelia, si se la pega a su marido con ¿? -dijo Adrián.


-Debes saber que una mujer como Amelia es codiciada -contestó Weimar.


-Bueno, la mujer, sea guapa o fea siempre es objeto de piropos y demás -replicó Adrián.


-Y cuando una mujer quiere respetar a su marido lo hace -señaló Rafael.


-Claro que sí, pero depende del tipo de mujer-dijo Weimar.


-En fin, yo prefiero a una mujer fea -repuso Adrián.


El convivio se introdujo en la media noche, los reflejos de la luna iluminaban los rostros de las parejas que se paseaban en el traspatio, en tanto, la bella Amelia a la sombra de un árbol se besaba con un joven, aprovechaba que su marido bailaba con una invitada.


Los invitados se percataron que la gran Amelia hizo de las suyas en el convivio y luego regresó a la par de su marido, sin mayores complicaciones, como si nada hubiese pasado.


-¡Qué descaro!- exclamó Adrián


-Sí, pero no enmienda, algún día va a tener su merecido -contestó Weimar.


-Pero qué se puede esperar de una mujer a la que le gusta la fastuosidad -replicó Rafael.


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