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No hay mejor acompañamiento para enfrentar el cambio de vida, que avivar los lazos y verter comprensión en los labios del alma

Prisioneros de nosotros mismos

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Las contiendas comienzan por uno mismo. Esto es una locura, un suicidio colectivo, que nos deja sin abecedario para conjugar el tiempo, que debiera vivirse con amor en las moradas y no suele ser así. Ya nadie es para nadie, ni para uno mismo. ¡Cuántas atrocidades se producen! Para desgracia nuestra, nos solemos mover en la indecencia más absurda y en el sentido egoísta más cruel. Fruto de esta atmósfera de desolación, cuesta esperanzarse, porque nos batimos entre guerras por todo el orbe. Sobrevivir no será fácil, cuando nos acorralan tantos senderos de sufrimiento y de sangre. Desde luego, nos falta engarzar en nuestras vidas el espíritu reconciliador a través de la ternura del abrazo. Las tensiones introducidas por una cultura endiosada e individualista, activa un permanente estrés en las propias generaciones, que nos deshumanizan por completo. Sin duda, necesitamos de otros bríos renovables, que nos liberen de ataduras, de manera que las personas estén mejor dispuestas a responder, con una actitud de cercanía hacia sus análogos.

                

La hipocresía habita tan próxima a la lealtad, que la prudencia ha de activarse cada día. La armónica sensatez, precisamente, tiene su manantial en esos hogares de diálogo sincero, de tolerancia correspondida y también de esfuerzo. La soledad impuesta nos gobierna; y, para colmo de males, hay una mentalidad antinatalista, que verdaderamente nos empobrece como linaje. Cada día es más complicado formar un tronco, proyectar el amor verdadero, reintegrarse y ser acogidos socialmente. Deberíamos comenzar, pues, por ser francos con nosotros mismos. La sanación comienza mar adentro, en nuestros inconfundibles fuegos místicos. A poco que nos adentremos en nuestro privativo espacio viviente, notaremos las graves consecuencias de esta enemistad manifiesta, en estirpes despedazadas, con retoños aniquilados, abuelos dejados, niños huérfanos de padres vivos, adolescentes y jóvenes desorientados y sin reglas, existencias confundidas y presencias empedradas. Son los efectos de nuestros aires de resentimiento y odio en las relaciones humanas básicas, los que realmente nos predisponen a una personalidad violenta, de torturas y malos tratos que nos dejan sin corazón.

                

Continuar cautivos a este desamor nos lleva a la destrucción. La familia ha de rehacerse, por muy duro que nos parezca, en esa capacidad de amar y de enseñar a amar. No hay mejor acompañamiento para enfrentar el cambio de vida, que avivar los lazos y verter comprensión en los labios del alma. De todas las crisis se sale. Querer es poder. Lo vital es saber reprenderse en el momento justo, encauzar lenguajes que nos renueven por dentro y por fuera, activar la creatividad con la resistencia, máxime cuando lo que hoy está de moda es la desunión, la arrogancia y el propio interés mundano. Suele faltarnos esa actitud conciliadora, de guardia y servicio constante, tanto en el donarse como en el absolverse, sin reclamar pagos, por el solo gusto de ofrecer caminos de encuentro. A propósito, quiero recordar el saludo, mediante una mirada amable, que le di a una persona que había dejado su país, no sólo su hogar, también a su genealogía, se sentía muy sola, tremendamente despoblada en un boulevard repleto de gente, y que alguien le saludase, -me dijo-, “fue como tener mucha sed y beber un vaso de agua”.

                

En el fondo, esta situación vivida, hizo que recordase algo tan esencial, como que todos estamos predestinados a volver a empezar. Somos esclavos de tantas cosas que precisamos romper cadenas. Siempre se ha dicho, además, que hay que renovarse o morir. No podemos permanecer prisioneros de tantas ataduras, necesitamos un espíritu libre y alegre que destierre de nosotros estos persistentes tomentos de luchas sanguinarias. Quizás, hoy más que nunca, debido a las injustas desigualdades que padecemos como especie, tengamos que estar vigilantes y atentos al grito de los desfavorecidos, de aquellos que están privados de sus derechos. De ahí, que estaría bien, obligar a nuestro interior a salir de esta zona, ya sea de confort o indiferencia, con el sentimiento de vergüenza y el deseo de enmendar situaciones indignas, que lo único que hacen es alejarnos unos de otros y destruirnos el corazón; nuestro mayor tesoro, la fuente de la vida que fecunda los sueños. Tratemos de vivirlos. Sabiendo que el amor supera todas las barreras, es muy importante entrar con valentía en dialogo sincero, sin apagar jamás la lámpara de la esperanza, porque es valioso que crezca el entusiasmo por reencontrarse y unir parentescos, que es lo que favorece el entendimiento.  

Prisioneros de nosotros mismos

No hay mejor acompañamiento para enfrentar el cambio de vida, que avivar los lazos y verter comprensión en los labios del alma
Víctor Corcoba
lunes, 12 de septiembre de 2022, 10:35 h (CET)

Las contiendas comienzan por uno mismo. Esto es una locura, un suicidio colectivo, que nos deja sin abecedario para conjugar el tiempo, que debiera vivirse con amor en las moradas y no suele ser así. Ya nadie es para nadie, ni para uno mismo. ¡Cuántas atrocidades se producen! Para desgracia nuestra, nos solemos mover en la indecencia más absurda y en el sentido egoísta más cruel. Fruto de esta atmósfera de desolación, cuesta esperanzarse, porque nos batimos entre guerras por todo el orbe. Sobrevivir no será fácil, cuando nos acorralan tantos senderos de sufrimiento y de sangre. Desde luego, nos falta engarzar en nuestras vidas el espíritu reconciliador a través de la ternura del abrazo. Las tensiones introducidas por una cultura endiosada e individualista, activa un permanente estrés en las propias generaciones, que nos deshumanizan por completo. Sin duda, necesitamos de otros bríos renovables, que nos liberen de ataduras, de manera que las personas estén mejor dispuestas a responder, con una actitud de cercanía hacia sus análogos.

                

La hipocresía habita tan próxima a la lealtad, que la prudencia ha de activarse cada día. La armónica sensatez, precisamente, tiene su manantial en esos hogares de diálogo sincero, de tolerancia correspondida y también de esfuerzo. La soledad impuesta nos gobierna; y, para colmo de males, hay una mentalidad antinatalista, que verdaderamente nos empobrece como linaje. Cada día es más complicado formar un tronco, proyectar el amor verdadero, reintegrarse y ser acogidos socialmente. Deberíamos comenzar, pues, por ser francos con nosotros mismos. La sanación comienza mar adentro, en nuestros inconfundibles fuegos místicos. A poco que nos adentremos en nuestro privativo espacio viviente, notaremos las graves consecuencias de esta enemistad manifiesta, en estirpes despedazadas, con retoños aniquilados, abuelos dejados, niños huérfanos de padres vivos, adolescentes y jóvenes desorientados y sin reglas, existencias confundidas y presencias empedradas. Son los efectos de nuestros aires de resentimiento y odio en las relaciones humanas básicas, los que realmente nos predisponen a una personalidad violenta, de torturas y malos tratos que nos dejan sin corazón.

                

Continuar cautivos a este desamor nos lleva a la destrucción. La familia ha de rehacerse, por muy duro que nos parezca, en esa capacidad de amar y de enseñar a amar. No hay mejor acompañamiento para enfrentar el cambio de vida, que avivar los lazos y verter comprensión en los labios del alma. De todas las crisis se sale. Querer es poder. Lo vital es saber reprenderse en el momento justo, encauzar lenguajes que nos renueven por dentro y por fuera, activar la creatividad con la resistencia, máxime cuando lo que hoy está de moda es la desunión, la arrogancia y el propio interés mundano. Suele faltarnos esa actitud conciliadora, de guardia y servicio constante, tanto en el donarse como en el absolverse, sin reclamar pagos, por el solo gusto de ofrecer caminos de encuentro. A propósito, quiero recordar el saludo, mediante una mirada amable, que le di a una persona que había dejado su país, no sólo su hogar, también a su genealogía, se sentía muy sola, tremendamente despoblada en un boulevard repleto de gente, y que alguien le saludase, -me dijo-, “fue como tener mucha sed y beber un vaso de agua”.

                

En el fondo, esta situación vivida, hizo que recordase algo tan esencial, como que todos estamos predestinados a volver a empezar. Somos esclavos de tantas cosas que precisamos romper cadenas. Siempre se ha dicho, además, que hay que renovarse o morir. No podemos permanecer prisioneros de tantas ataduras, necesitamos un espíritu libre y alegre que destierre de nosotros estos persistentes tomentos de luchas sanguinarias. Quizás, hoy más que nunca, debido a las injustas desigualdades que padecemos como especie, tengamos que estar vigilantes y atentos al grito de los desfavorecidos, de aquellos que están privados de sus derechos. De ahí, que estaría bien, obligar a nuestro interior a salir de esta zona, ya sea de confort o indiferencia, con el sentimiento de vergüenza y el deseo de enmendar situaciones indignas, que lo único que hacen es alejarnos unos de otros y destruirnos el corazón; nuestro mayor tesoro, la fuente de la vida que fecunda los sueños. Tratemos de vivirlos. Sabiendo que el amor supera todas las barreras, es muy importante entrar con valentía en dialogo sincero, sin apagar jamás la lámpara de la esperanza, porque es valioso que crezca el entusiasmo por reencontrarse y unir parentescos, que es lo que favorece el entendimiento.  

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