Proliferan por doquier las banderas, pancartas y pegatinas con el lema FREE PALESTINE, en clara reivindicación de una supuesta «liberación» de la gente que vive en ese territorio que la historia ha dado en denominar Palestina. Y considera este autor que «liberar» dicha zona es una de las peores ideas contemporáneas, a menos, claro está, que se esté dispuesto a defender el genocidio (este sí) del contenido humano del Estado de Israel primero, y de todos los judíos después. Así lo especifica la Carta Fundacional de la formación política [y de paso terrorista] que ha gobernado la Franja de Gaza durante los últimos lustros, votada de forma masiva por el mismo pueblo que ahora corre con el rabo entre las piernas a la que oyen en lontananza los cazas sionistas.
Porque a ver si se nos mete en la mollera de una santa vez que el dichoso «conflicto árabe‑israelí» no va de reparto de territorios, sino de malsano deseo de exterminio de todo un pueblo: el judío. Los palestinos no solo rechazaron el ofrecimiento de una tierra para su hogar cada vez tuvieron oportunidad, sino que arremetieron en masa ―con la inestimable ayuda de todos sus vecinos ideológicos― contra el recién creado Estado de Israel. La cosa les salió mal, contra toda lógica bélica que ofrecía el escenario, y de aquellas lluvias vienen estos lodos en buena medida. Subrayemos que si les hubiera salido bien, ello hubiera supuesto la aniquilación completa del neonato vecino. Y vuelta a empezar. Porque los judíos son tozudos como ellos solos ―quizá con razón, quizá sin ella―, y la promesa sionista seguiría intacta en sus corazones.
Hay mucho que decir sobre el «robo» de tierras palestinas por parte de los judíos que llegaron a la región en oleadas tras los pogromos en Europa. Y el entrecomillado tiene su razón de ser, pues mientras unos dan por hecho que llegar a la Tierra Prometida y ocupar terreno ajeno fue todo uno, otros niegan en redondo que tal cosa sucediera como comportamiento general, siendo que los recién llegados pagaron hasta la última piedra del desierto que decidieron comprar, y por cierto a buen precio. Lo que de verdad queda demostrado con los hechos es que aquello que fue árida tierra durante siglos se convirtió en manos judías en hermoso vergel en apenas unos años, para goce de propios y extraños. ¡Socialismo puro y duro! Cada cual echa mano de sus habilidades y sapiencias, y estamos ante un ejemplo palpable y envidiable.
Aunque hay numerosas razones para no desear una Palestina libre, apuntaré solo algunas de las más groseras, aunque no al parecer lo suficiente para un significativo segmento social, narcotizado por palabras bonitas, pero que encierran una verdad incómoda, cuando no directamente asesina. El sugerente lema de Free Palestine! resulta tan vendible como espantoso. Para empezar, los derechos básicos de la mitad de la población ―¡sí, las mujeres!― se verían drásticamente reducidos, como de hecho lo están en todos los lugares donde impera la religión mahometana. No digamos ya los derechos de homosexuales y colectivos similares. Nada de esto se condena por parte del desnortado Movimiento Feminista, o mismamente de las organizaciones de derechos civiles, y aquí comenzamos a discernir el grano de la paja.
¿Está en disposición un nuevo país de ser libre cuando sus dirigentes ―elegidos en las urnas, insisto― mantienen a su propia población bajo férreas leyes que incluyen usar a sus compatriotas como escudos humanos, obligándolos a vivir literalmente sobre polvorines y un terreno horadado por siniestros túneles? Se me ocurre que para que un país merezca la tan ansiada «liberación» ha de haber hecho primero los deberes y demostrado sin atisbo de duda que puede dar unas mínimas lecciones sobre derechos humanos. En caso contrario, queda la asignatura pendiente, y nos vemos en septiembre.
Por otro lado, ¿quién desearía desatar las manos del vecino, a sabiendas de que las usará para degollar a sus hijos, porque se lo ha dicho a la cara cada vez que coincidieron en el ascensor? ¿Quién si no el clásico ingenuo occidental de izquierdas cree que los palestinos, con su flamante nuevo país, tratarían antes que nada de crear una sociedad próspera y amigable, olvidando viejas rencillas? Ya lo hicieron tantas veces como vieron un resquicio en el muro para pasar a cuchillo a todo israelí que cazaron al vuelo. ¿Por qué exacta razón se supone que iban a actuar esta vez de forma diametralmente opuesta? La tan aplaudida «solución» de los dos estados solo convence a tontos y a interesados en que el conflicto continúe por los siglos de los siglos. Ningún líder político palestino quiso jamás un estado propio, y si así lo hicieron creer es por el simple hecho de que el conflicto les hacía ricos y alimentaba sus ansias de poder. Nada nuevo bajo el sol.
¿Por qué Occidente se empeña en «liberar» a un pueblo que hasta sus propios hermanos de origen rechazan por el hartazgo que ya les provoca su cansino victimismo? Hay algo aquí que no cuadra, creo. Y no cuadra por la obsesión occidental de identificar a unos como inocentes y a otros como malvados, cuando de algo hay en ambas partes.
Dicho lo cual, que el Estado de Israel apechugue con lo suyo, que no es poco, y que reciba el castigo que le corresponda por sus excesos. Aquí el que la hace que la pague, lleve turbante o kipá, kefiya o shtreimel. Lo que no es óbice para poner los puntos sobre las íes por cuanto al título de este artículo de opinión respecta.
Siempre que reflexiono sobre el tema que nos ocupa me viene a la cabeza la reflexión que en su momento dejara para la posteridad la Primera Ministra Golda Meir: “El problema acabará cuando los palestinos sientan más amor por los suyos que odio hacia nosotros”. Ahí la dejó ella, y aquí la dejo yo. Free Palestine? No, thanks!
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