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Hace 81 años, en Yrendague

No era América del Sur la que iba imponer condiciones a su majestad el Dólar, escribió Arnaldo Valdovinos sobre la guerra entre Paraguay Bolivia por el petróleo del Chaco
Luis Agüero Wagner
martes, 8 de diciembre de 2015, 09:21 h (CET)
Aunque no tan recordada como otras batallas, pocos episodios de la guerra del Chaco calan tan hondo en el ánimo de los paraguayos al ser evocados, como la homérica marcha de sesenta kilómetros a través de la selva que acabaría con la conquista, al límite de la resistencia humana y a punto de morir de sed, de la aguada de Yrendagüe. La hazaña se produjo el 8 de diciembre de 1934, hace exactamente 81 años.

Nos dice el coronel Franco, estratega victorioso de aquel episodio, que “muchos militares extranjeros acreditados en nuestro frente, compararon la batalla de Yrendagüe con la de El Marne, donde el ejército francés accionó después de una retirada. Tras contener al enemigo, pasó al contraataque con el fin de parar a los alemanes, con lo cual quedaron estos imposibilitados para planear una nueva ofensiva, los franceses con su clásica escuela pasaron a la guerra de posiciones”.

Y en esto último, el mismo coronel Franco lo reconoce, radica la diferencia entre Marne e Yrendagüé, ya que el II cuerpo de Ejército paraguayo pasó de inmediato a la ofensiva y a perseguir al enemigo, obligándolo a replegarse continuamente destruyendo sus posiciones, tomando sus fortines y llegando en algunos puntos del Parapití, desde donde se empezó a preparar el gran salto hacia el territorio enemigo.

Podríamos añadir otra diferencia: En Marne, fue fundamental la movilización de taxis en París para llevar soldados al frente, se calcula que unos 600 colaboraron para movilizar tropas que así evitaron hacer un largo trayecto a pie. En la guerra del Chaco, obviamente, los paraguayos no contaban con tal comodidad.

Su concepción estratégica también sería producto del genio militar del Coronel Rafael Franco, bajo cuyo mando se encontraba la Octava División a cargo del entonces coronel Eugenio Alejandrino Garay. Ambos comandantes, cuyas leyendas trascienden las academias militares y se pierden en el imaginario popular, eran hombres bajo cuyo mando el soldado paraguayo se constituía siempre en combatiente extraordinario, sobre todo por la intuición del mítico “Leon Karé”(como apodaron afectuosamente a Franco sus tropas) quien exigiéndolo hasta el límite, sabía ofrendarle una y otra vez el alcance de una victoria decisiva.

Es conocida, en ese contexto, su lacónica respuesta cuando el General Garay le transmitió sus dudas sobre la posibilidad de abrirse paso, a través de una maraña hostigante que debía tajearse a machetazos, hasta el oasis oculto en el verde laberinto: “Usted y sus hombres seguirán su camino, y mañana beberán suficiente agua en Yrendagüé, si Dios quiere”.

Aquella frase caería de modo fulminante sobre las vacilaciones del viejo pero aguerrido Coronel Garay, quien ya en 1928 –durante la movilización general tras el incidente de “Vanguardia”- había sido rechazado por su avanzada edad. “Hagámosle caso, porque este hijo del diablo se entiende con Dios” masculló en guaraní refiriéndose a Franco, el anciano guerrero de blanca greña, y antes de reanudar aquella verdadera marcha del delirio, como acompañada de un relampagueo centelleante, tronó su voz en medio del bosque transportando una arenga histórica:

“Aníra-ena pe manó, che ra-y kuéra. Jareko ningo peteï misión ña cumplí vaëra. Ñaguahéna la Yrendagüepe, jai-ú ñande gústope o sino-yramo ñamanomba oñondive upepe”(No se mueran todavía, hijos. Tenemos una misión que cumplir. Lleguemos a Yrendagüe, bebamos agua a gusto o muramos juntos allá).

Crujiendo entre hostigantes ramas y erizados de púas, el tumulto de fusiles, machetes y banderas siguió su heroico avance ignorando la fatiga, la sed, el hambre, el sueño y la distancia. Y el día de la virgen de Caacupé de 1934, a primeras horas de la mañana, la Segunda Compañía del Batallón 40 (Octava División, Segundo Cuerpo de Ejército), al mando del Teniente Reinaldo Troche, divisaba como una luz al final de un ardiente y angustioso túnel, los frescos y profundos hontanares de Yrendagüe.

“A las 7:15 de la mañana del día 8 era dueño de los pozos de Yrendagüe ese núcleo de jóvenes valerosos y esforzados que formaba la Segunda Compañía del Batallón 40, y yo no pude menos que meditar acerca de lo que consideraba un milagro y elevar mi pensamiento para rendir homenaje a la virgen de Caacupé, que nos había protegido y ayudado para conquistar un triunfo tan memorable” evocó en sus memorias Troche años después. El sol de la victoria amanecía para iluminar al Paraguay aquel hermoso día 8 de Diciembre, y la guerra del Chaco estaba ganada.

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