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Esferas ilustrativas

Las sensibilidades personales no pueden ser suplantadas
Rafael Pérez Ortolá
viernes, 2 de mayo de 2025, 09:37 h (CET)

Si algo queda claro en la era superpoblada es la soledad inquebrantable con la cual afrontamos las grandes incógnitas de la vida. Solemos dejarlas de lado en las actuaciones diarias, no podemos permanecer aturdidos, paralizados por la indecisión. Con los ojos bien abiertos, no logramos hallar las respuestas definitivas. Mientras, descubrimos que formamos parte de la INMENSIDAD, distinguimos las pequeñeces entre los amplios espacios, sin encontrar los enlaces pertinentes. El sino de dicha incertidumbre nos mantiene en una inseguridad de rancio abolengo; las realidades se presentan como brotes evanescentes apenas detectables. Miramos, exploramos, sin precisar ningún rumbo con garantías de unos finales comprensibles.


Solemos sugestionarnos diferenciando la realidad de la ficción, sin darnos cuenta entramos convencidos en ese territorio de la sugestión. Incluso las visiones directas, una fotografía o una descripción narrativa, apenas nos permite la percepción de minúsculas realidades; no en vano, más del 90 % de la realidad no es detectable. ¡Son tantos sus recovecos! Según nuestras condiciones naturales, alcanzamos hasta donde podemos. La mencionada sugestión no es un engaño propiamente dicho, sería más adecuado calificarlo de una CREDULIDAD forzada por las circunstancias constitutivas. Nos debatimos entre el ansia de incrementar el conocimiento y la conciencia de nuestras limitaciones, estimulados por los errores, fantasías y hallazgos.


El desconcierto nos sacude; lejos de amainar el nivel de incertidumbre, se acrecienta. Y las apreciadas cualidades propias nunca son suficientes. No sirven las lámparas de Aladino de la modernidad, ni son las únicas FRUSTRACIONES. Las ciencias físicas, metafísicas y aún las más novedosas e increíbles, nos defraudaron en cada paso, apenas nos sirven para el descubrimiento de nuevas y más sofisticadas interpretaciones misteriosas. El nacimiento o la muerte, el vivir bien o penar, se detectaban concierto rigor. En cambio, las irregularidades cuánticas, magnetismos y energías despavoridas, ya son otro asunto, ni siquiera intuimos las conexiones en las que estamos involucrados. En la breve estancia existencial, el horizonte está abierto, pero no damos abasto.


Los ambientes actuales son muy explícitos si les prestamos un mínimo de atención. Brotan un sinfín de mensajes, emitidos desde fuentes conocidas, sin autoría declarada u ocultadas por intereses ladinos; en cuanto a los contenidos detectados, son de lo más insospechados y variados, todo tiene cabida. También hay silencios naturales o perversos, con frecuencia reveladores. El rugido es abrumador porque supera la capacidad de los individuos receptores, llegando a ser inquietante cuando asoman proyecciones desaforadas entre avances tecnológicos y ambiciones. Se fragua la CONSTATACIÓN de nuestra pequeñez maltratada por las codicias, incapaces todas ellas para asimilar el auténtico valor de la presencia humana.


Quizá no existan esos focos informativos tan deseados para llegar a comprendernos. La precisión desaparece si tratamos de definirnos o buscamos explicaciones contundentes. A través de la observación de la Naturaleza, de las notables averiguaciones científicas y también de los trazados de la razón, experimentamos una suerte de APROXIMACIONES a ese pretendido conocimiento. Aunque ninguna resuelve el misterio de fondo, nos sirven de acomodo con sus matices y modalidades. Las desiguales mentalidades y las variadas áreas del conocimiento nos orientan entre esas esferas que enlazan las presencias humanas con las realidades circundantes, con las expectativas de esos horizontes entrevistos que nunca acaban de plasmarse.


Muchas han sido las teorías centradas en fijar las posiciones existenciales. Sus sesudas disgresiones no acaban de salir del puerto, impotentes para conseguir navegaciones certeras; nos dejan al margen como individuos incapaces de ponernos a la altura de sus proposiciones. Continuamos con aquella sensación de que no somos de aquí, rumiando procedencias y destinos desconocidos, olvidados o quiméricos. Entrevemos la esencia propia en forma de FLUJO a través de la Naturaleza, de unos elementos menesterosos en movimiento. De una Naturaleza en su más amplio sentido cósmico, el espacio y el tiempo adquieren dimensiones incomprensibles para la mente humana. Pendientes de vislumbrar el sentido de la vida inserto en ese espléndido conglomerado.


Sin pretensiones desprovistas de mejores fundamentos, valoremos la sensibilidad propia con el suficiente coraje vital para el pronunciamiento como entes naturales. Como fiel reflejo de dichas inquietudes, en la costa asturiana luce otra obra genial de Eduardo Chillida, Elogio del horizonte; como un reclamo clarividente de las inmensas aperturas sin recortes extraños. Esas miradas pueden surgir de la costa, de las cimas montañosas o de cualquier lugar con la suficiente tranquilidad para el observador. Las resonancias despiertan la fascinación y son ilimitadas; desde la promiscuidad atómica se refleja una armonía inigualable. La denominada MÚSICA de las esferas, plagada de insinuaciones, matemáticas, geometría y energías vigorosas de radicales prestancias.


No podremos delimitar nuestras convicciones a partir de las elucubraciones propias o ajenas, por muy elaboradas que sean. Las estructuras esquemáticas empoderadas (Religiones, Ideologías, agrupaciones) no pueden ser buen punto de partida por falta de cimientos firmes consolidados. Ya desde el hecho de haber nacido, donde haya ocurrido eso y las innumerables facetas concurrentes del entorno; estamos dotados de una aureola intransferibles cargada de matices y taras de rasgos peculiares. Partimos de una esfera ilustrativa en la REALIDAD personal compleja, de esa proximidad accesible a la sensibilidad propia. Es desde esa percepción cuando podemos pensar en nuevas actitudes cabales; si lo olvidamos, nos enredamos en consideraciones enajenadas.


Con cada descubrimiento se vislumbran nuevos circuitos de la realidad dinámica, dotados de una complejidad en constante incremento evolutivo, hasta alcanzar rigores cuánticos inconmensurables y acechantes. Al prestar atención a los adentros personales, las sensaciones no son menos inquietantes, hasta las neuronas se quedan perplejas al contemplar el flujo de contenidos entre ellas. Partículas, energías y funcionamientos abocan a una diferenciación total, nos deja inmersos en la nueva esfera ilustrativa centrada en la SINGULARIDAD de cada humano. Inabordable en su totalidad, resulta también imprescindible como lastre existencial, si no queremos perdernos en una abandono absurdo e irreal a la vez.


Actuamos obcecados en una costumbre tan inveterada como injustificable, me refiero a la potente cerrazón en torno a pronunciamientos rotundos basados en una frivolidad alarmante por sus basamentos insustanciales. Hacemos alarde de una credulidad necia, siendo así que la única actitud razonable es la APERTURA de miras y la búsqueda constante ante la falta de seguridades para enfrentarnos a la inmensidad.


Antes de pensar en versiones globales u organizaciones comunitarias, nos conviene prestar atención a la música de las esferas y los abismos, con el reflejo de la mencionada esfera de la singularidad. Sólo a través de la PARTICIPACIÓN personal de quienes estamos involucrados en su engranaje, cabe pensar en las elaboraciones comunitarias autentificadas por componentes concienciados, de lo contrario se modelan en falso.

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Si algo queda claro en la era superpoblada es la soledad inquebrantable con la cual afrontamos las grandes incógnitas de la vida. Solemos dejarlas de lado en las actuaciones diarias, no podemos permanecer aturdidos, paralizados por la indecisión. Con los ojos bien abiertos, no logramos hallar las respuestas definitivas.

 
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