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​Educar en la afectividad

Juan García, Cáceres
Lectores
martes, 10 de mayo de 2022, 09:39 h (CET)

Educar es tarea de los padres. También puede haber colegios especialmente involucrados que se preocupen por la educación, no solo por la formación académica de los alumnos. Pero la educación de la afectividad y de la sexualidad compete a los padres. Es una cuestión delicada en los tiempos que corren y si el padre o la madre se queda al margen porque, ya se sabe, hay mucho trabajo, no tengo tiempo para nada, está faltando gravemente a unos de sus deberes más trascendentales.


El dejar pasar, no preocuparse de esos temas, puede llegar a una gravedad que solo se percibe a veces cuando está todo perdido. El ambiente en el que viven muchos jóvenes está, con demasiada frecuencia, muy degradado por la pornografía. ¿Todavía hay padres que no se han enterado? Son esos padres que en ningún momento se han planteado hablar con detenimiento, con confianza, con detalles, con sus hijos.


Los preadolescentes y adolescentes deben aprender a amar, pero en el ambiente no encuentran demasiado de eso. En casa, si hay un poco de sensatez, los padres se darán cuenta de que hay que estar atentos. Y sin embargo hay muchos padres que les dejan, desde muy pequeños, a los hijos un móvil en donde, sin ninguna dificultad, pueden encontrarse los contenidos más perniciosos que el propio padre pueda imaginar.


“Cada vez resulta más patente que la educación sexual, inseparable de la educación afectiva, debe comenzar antes de la adolescencia, antes de los trastornos de la pubertad, mucho antes de las situaciones de urgencia. Son escasos los autores que se atreven a formular -en este terreno- planteamientos educativos destinados a los niños, especialmente en el ámbito familiar”. Así se explica una experta, Inés Pélissié, en un libro muy recomendable: “¡Por favor, háblame del amor!”.

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Lo que voy a decir no se apoya -no lo pretende, además lo rechaza- en ningún argumento científico. Rechazo en general lo científico porque proviene, tal caudal de conocimiento, de la mente humana matemática, fajada y limitada, sobre todo no mente libre sino observante desde muchos filtros atascados de prejuicios.

No es ninguna novedad que vivimos en un tiempo donde el pulso de la coexistencia social parece haberse acelerado en una deriva incomprensible, enfrentándonos con la paradoja de una humanidad cada vez más próxima, sin que ello se traduzca necesariamente en la cercanía o comprensión mutua.

El filólogo humanista Noam Chomsky decía que “si no se está de acuerdo con una cuestión, el hecho de formular y escuchar críticas, forma parte de la convivencia, y así se espera que sea”. De este modo, Chomsky argumenta el derecho y obligación a ejercer la crítica como proceso para la construcción de la convivencia.

 
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