Educar es tarea de los padres. También puede haber colegios especialmente involucrados que se preocupen por la educación, no solo por la formación académica de los alumnos. Pero la educación de la afectividad y de la sexualidad compete a los padres. Es una cuestión delicada en los tiempos que corren y si el padre o la madre se queda al margen porque, ya se sabe, hay mucho trabajo, no tengo tiempo para nada, está faltando gravemente a unos de sus deberes más trascendentales.
El dejar pasar, no preocuparse de esos temas, puede llegar a una gravedad que solo se percibe a veces cuando está todo perdido. El ambiente en el que viven muchos jóvenes está, con demasiada frecuencia, muy degradado por la pornografía. ¿Todavía hay padres que no se han enterado? Son esos padres que en ningún momento se han planteado hablar con detenimiento, con confianza, con detalles, con sus hijos.
Los preadolescentes y adolescentes deben aprender a amar, pero en el ambiente no encuentran demasiado de eso. En casa, si hay un poco de sensatez, los padres se darán cuenta de que hay que estar atentos. Y sin embargo hay muchos padres que les dejan, desde muy pequeños, a los hijos un móvil en donde, sin ninguna dificultad, pueden encontrarse los contenidos más perniciosos que el propio padre pueda imaginar.
“Cada vez resulta más patente que la educación sexual, inseparable de la educación afectiva, debe comenzar antes de la adolescencia, antes de los trastornos de la pubertad, mucho antes de las situaciones de urgencia. Son escasos los autores que se atreven a formular -en este terreno- planteamientos educativos destinados a los niños, especialmente en el ámbito familiar”. Así se explica una experta, Inés Pélissié, en un libro muy recomendable: “¡Por favor, háblame del amor!”.
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