En la pandemia nos han aconsejado estar a metro y medio de los demás, pero para hablar con Putin hay que estar en la otra cabecera de su mesa, a 15 o 20 metros. Posiblemente eso explique su mentalidad, como la de otros políticos y gente importante que quiere ver a la gente de lejos, porque si se acercan les tienen miedo, no sólo de que los abucheen o los zarandeen, sino de que esa cercanía les obligue a percibir una realidad distinta a las decisiones que toman los que mandan, sin que muchas veces tengan en cuenta a los que obedecen.
Está de moda decir que hay que aprender a escuchar mejor a los demás, que si quieres que te comprendan, tienes antes que comprenderlos tú, o tomarás siempre decisiones equivocadas. En realidad, lo que ha pasado siempre es que casi todo lo que sabemos con certeza, lo hemos aprendido de otros, sean nuestros padres, o maestros, o el ejemplo de los demás. Si echamos cuentas, al encerrarse o distanciarse de los otros, cortamos los caminos que nos hagan crecer y, posiblemente, mejorar y acertar. Parece que Putin con sus distancias está aplicando a fondo el criterio de guardar las distancias.
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