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Redes sociales

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El siquiatra Francisco Alonso Fernández resume la problemática que genera Internet con estas palabras: “Internet origina una activación de las tendencias autodestructivas porque aparta al individuo de la realidad sobre todo en los jóvenes con problemas de comunicación, ansiedad, fobias…que pueden devorar la mentalidad de un niño al sustituir a sus contactos sociales”, por unos amigos telemáticos que es muy posible que nunca vaya a conocerlos personalmente. La adicción a las pantallas puede llevar a aislarse en uno mismo.


La era digital nos desborda con la exigente demanda de nuestra atención en las muchas pantallas que se consultan con excesiva frecuencia. En el afán de querer conocerlo todo nos comportamos como abejas que saltan de flor en flor en busca del néctar con que fabricar la dulce miel. La diferencia existente con las abejas es que comportándonos como ellas lo hacen  buscando lo que no se sabe en la multitud de aplicaciones se termina sin haber aprendido nada. El ordenador, el móvil,  la Tablet, son instrumentos que ayudan mucho a la hora de buscar información. Estos chismes tienen que estar a nuestro servicio no nosotros a su dominio. 


Para no dejarnos llevar por la vorágine de las redes tenemos que renunciar a querer saberlo todo, a consumir todo lo que se nos ofrece sin discernimiento. Tenemos que tomar la decisión de seleccionar únicamente aquello que queremos prestarle nuestra atención. Hecha la decisión tenemos que empezar por apagar las pantallas y contentarnos con ver, leer, escuchar lo que queremos solamente cuando queramos. Se tiene que renunciar al consumo compulsivo de contenidos para limitarlo a aquello que dé sentido a la vida.


Si nos hemos entregado a las pantallas, cosa que es muy fácil que ocurra por la multitud de trampas hábilmente camufladas. El bombardeo constante de estímulos que impactan en nuestra mente y en nombre de la libertad, caemos en la encerrona hábilmente preparada. La adicción electrónica nos ha atrapado. La adición exige que le dediquemos más tiempo para obtener el mismo grado de satisfacción.


En primer lugar tenemos que tener muy claro qué es lo que queremos. Nuestra vida tiene que tener un propósito. Un objetivo a alcanzar. Si no se tiene una meta no se va a ninguna parte Nos comportamos como abejas haciendo zapping yendo de contenido a contenido. Descartando el uno y el otro para llegar a la conclusión de que todo es vanidad. La vida carece de sentido. Es frustrante descubrir que después de tan frenética actividad no se llega a ninguna parte.


Las redes nos ofrecen muchos contenidos y muy variados que no enriquecen. Todo lo contrario, nos empobrece porque no aportan salud al alma. Nos comportamos como los anoréxicos que para conservar la delgadez vomitan lo que comen. Nos hartamos de hacer zapping sin encontrar nada satisfactorio. Quedamos hambrientos de algo que merezca la pena. Después de tanto esfuerzo es desconcertante llegar a esta conclusión.


La oferta de contenidos digitales es enorme y presentada de manera muy atractiva para así acaparar nuestra atención. Los diseñadores   de los contenidos digitales lo ignoran porque no creen en el mundo de los espíritus. Únicamente creen en lo que pueden ver y tocar. Detrás de la inteligencia de los creadores de contenidos digitales se esconde Satanás que desea tenernos bien cogidos en su red. Es por este motivo que es tan activo fomentando en las mentes de sus esclavos la creación de nuevos contenidos para que cuando nos cansemos de ellos se encuentren a nuestra disposición de nuevos que sigan  cautivando nuestra atención. Así indefinidamente hasta el día de la muerte. Con ella ya no se tendrá la posibilidad de desligarnos de sus tentáculos.


Haré una comparación  con Jesús. El Señor con el poder que tenía de hacer milagros por ser el Hijo de Dios encarnado, siempre se encontraba rodeado de multitudes que le seguían  por doquier. Se los encontraba incluso en la sopa. No le dejaban tiempo para la intimidad. “Entendiendo Jesús que venían para apoderarse de Él y hacerle rey, volvió a retirarse al monte Él solo” (Juan 6: 15). Este texto nos indica que a menudo se retiraba al monte para apartarse del mundanal ruido. ¿Qué hacía en la soledad del monte? Lucas 6: 12 nos lo dice: “En aquellos días Él fue al monte a orar, y pasó la noche orando a Dios”.


A Jesús, las multitudes que le seguían no le dejaban ni a sol ni sombra. No le dejaban gozar de la intimidad. A nuestra generación noche y día le persigue los contenidos digitales. Nos los encontramos no solamente en la sopa, incluso en la cama. La única manera que tenía Jesús de deshacerse de la asfixiante multitud era retirase al monte para estar a solas con el Padre. Es cierto que hoy se levantan voces que recomiendan la práctica de la meditación para liberarnos de los asfixiantes tentáculos del mundo. Jesús no nos enseña a orar de manera inconcreta con alguien que no sabemos quién es y ni siquiera si existe. Jesús cuando enseña a sus discípulos a orar les dice que se dirijan al Padre celestial. “Y todo lo que pedís al Padre en mi Nombre, lo haré” (Juan 14: 13). Jesús nos enseña a deshacernos de las tenazas opresivas de las redes sociales invocando al Padre en su Nombre. Haciéndolo así se entra en contacto no con un fantasma ni consigo mismo, sino con el Creador que nos da sentido a la vida y la fuerza necesaria para soltarnos de las garras de las redes sociales.

Redes sociales

Son tribunas diseñadas especialmente para transmitir mensajes para satisfacer caprichos fugaces
Octavi Pereña
lunes, 28 de marzo de 2022, 09:00 h (CET)

El siquiatra Francisco Alonso Fernández resume la problemática que genera Internet con estas palabras: “Internet origina una activación de las tendencias autodestructivas porque aparta al individuo de la realidad sobre todo en los jóvenes con problemas de comunicación, ansiedad, fobias…que pueden devorar la mentalidad de un niño al sustituir a sus contactos sociales”, por unos amigos telemáticos que es muy posible que nunca vaya a conocerlos personalmente. La adicción a las pantallas puede llevar a aislarse en uno mismo.


La era digital nos desborda con la exigente demanda de nuestra atención en las muchas pantallas que se consultan con excesiva frecuencia. En el afán de querer conocerlo todo nos comportamos como abejas que saltan de flor en flor en busca del néctar con que fabricar la dulce miel. La diferencia existente con las abejas es que comportándonos como ellas lo hacen  buscando lo que no se sabe en la multitud de aplicaciones se termina sin haber aprendido nada. El ordenador, el móvil,  la Tablet, son instrumentos que ayudan mucho a la hora de buscar información. Estos chismes tienen que estar a nuestro servicio no nosotros a su dominio. 


Para no dejarnos llevar por la vorágine de las redes tenemos que renunciar a querer saberlo todo, a consumir todo lo que se nos ofrece sin discernimiento. Tenemos que tomar la decisión de seleccionar únicamente aquello que queremos prestarle nuestra atención. Hecha la decisión tenemos que empezar por apagar las pantallas y contentarnos con ver, leer, escuchar lo que queremos solamente cuando queramos. Se tiene que renunciar al consumo compulsivo de contenidos para limitarlo a aquello que dé sentido a la vida.


Si nos hemos entregado a las pantallas, cosa que es muy fácil que ocurra por la multitud de trampas hábilmente camufladas. El bombardeo constante de estímulos que impactan en nuestra mente y en nombre de la libertad, caemos en la encerrona hábilmente preparada. La adicción electrónica nos ha atrapado. La adición exige que le dediquemos más tiempo para obtener el mismo grado de satisfacción.


En primer lugar tenemos que tener muy claro qué es lo que queremos. Nuestra vida tiene que tener un propósito. Un objetivo a alcanzar. Si no se tiene una meta no se va a ninguna parte Nos comportamos como abejas haciendo zapping yendo de contenido a contenido. Descartando el uno y el otro para llegar a la conclusión de que todo es vanidad. La vida carece de sentido. Es frustrante descubrir que después de tan frenética actividad no se llega a ninguna parte.


Las redes nos ofrecen muchos contenidos y muy variados que no enriquecen. Todo lo contrario, nos empobrece porque no aportan salud al alma. Nos comportamos como los anoréxicos que para conservar la delgadez vomitan lo que comen. Nos hartamos de hacer zapping sin encontrar nada satisfactorio. Quedamos hambrientos de algo que merezca la pena. Después de tanto esfuerzo es desconcertante llegar a esta conclusión.


La oferta de contenidos digitales es enorme y presentada de manera muy atractiva para así acaparar nuestra atención. Los diseñadores   de los contenidos digitales lo ignoran porque no creen en el mundo de los espíritus. Únicamente creen en lo que pueden ver y tocar. Detrás de la inteligencia de los creadores de contenidos digitales se esconde Satanás que desea tenernos bien cogidos en su red. Es por este motivo que es tan activo fomentando en las mentes de sus esclavos la creación de nuevos contenidos para que cuando nos cansemos de ellos se encuentren a nuestra disposición de nuevos que sigan  cautivando nuestra atención. Así indefinidamente hasta el día de la muerte. Con ella ya no se tendrá la posibilidad de desligarnos de sus tentáculos.


Haré una comparación  con Jesús. El Señor con el poder que tenía de hacer milagros por ser el Hijo de Dios encarnado, siempre se encontraba rodeado de multitudes que le seguían  por doquier. Se los encontraba incluso en la sopa. No le dejaban tiempo para la intimidad. “Entendiendo Jesús que venían para apoderarse de Él y hacerle rey, volvió a retirarse al monte Él solo” (Juan 6: 15). Este texto nos indica que a menudo se retiraba al monte para apartarse del mundanal ruido. ¿Qué hacía en la soledad del monte? Lucas 6: 12 nos lo dice: “En aquellos días Él fue al monte a orar, y pasó la noche orando a Dios”.


A Jesús, las multitudes que le seguían no le dejaban ni a sol ni sombra. No le dejaban gozar de la intimidad. A nuestra generación noche y día le persigue los contenidos digitales. Nos los encontramos no solamente en la sopa, incluso en la cama. La única manera que tenía Jesús de deshacerse de la asfixiante multitud era retirase al monte para estar a solas con el Padre. Es cierto que hoy se levantan voces que recomiendan la práctica de la meditación para liberarnos de los asfixiantes tentáculos del mundo. Jesús no nos enseña a orar de manera inconcreta con alguien que no sabemos quién es y ni siquiera si existe. Jesús cuando enseña a sus discípulos a orar les dice que se dirijan al Padre celestial. “Y todo lo que pedís al Padre en mi Nombre, lo haré” (Juan 14: 13). Jesús nos enseña a deshacernos de las tenazas opresivas de las redes sociales invocando al Padre en su Nombre. Haciéndolo así se entra en contacto no con un fantasma ni consigo mismo, sino con el Creador que nos da sentido a la vida y la fuerza necesaria para soltarnos de las garras de las redes sociales.

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Hoy quisiera invitarlos a reflexionar sobre un aspecto de la vida actual que parece extremadamente novedoso por sus avances agigantados en el mundo de la tecnología, pero cuyo planteo persiste desde Platón hasta nuestros días, a saber, la realidad virtual inmiscuida hasta el tuétano en nuestra cotidianidad y la posibilidad de que llegue el día en que no podamos distinguir entre "lo real" y "lo virtual".

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