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Lo trascendente es que nadie prevalezca sobre nadie, sino que se complementen los esfuerzos en los itinerarios vivenciales

Vías de concordia

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Lo trascendente es que nadie prevalezca sobre nadie, sino que se complementen los esfuerzos en los itinerarios vivenciales, con la alegría que suponen las manos enlazadas, a la hora de reconstruir veredas perdidas u olvidadas”.

                

Me niego a hundirme en nuestras siempre inoportunas discordias. Tenemos que huir de ellas y activar el deseo de cambio en nuestros interiores, para buscar vías de concordia que nos hagan reencontrarnos y salir del aislamiento. Carece de sentido replegarse sobre uno mismo, avivar rechazos y acumular hostilidades, porque todo es más fácil en comunidad. Nada es más placentero que soñar unidos, que bucear juntos los grandes horizontes, para lograr sociedades más florecientes y razonables. Se me ocurre pensar en esas gentes, que continuamente están en misión de paz, muchas veces intimidadas por grupos armados ilegales, a las que no se les permite expandir su compromiso de tender puentes y hacer familia. Naturalmente, deberíamos escucharles más y acompañarles, sobre todo como sembradores de quietud. Téngase en cuenta, que allá donde emana conformidad siempre hay conciliación.

                

Urge conciliarnos y reconciliarnos en el buen gobierno, ponernos en camino para expresar el deseo de una civilización más clara y justa, colocarnos en primera línea para darnos aire unos a otros, aparte de los suministros humanitarios. Jamás hay que desfallecer en esta labor que nos incumbe a todos. Una vida es viviente en la medida que da vida. No lo olvidemos nunca. Porque es donándose, como se recibe el sosiego, para continuar viviendo. Abandonemos, entonces, toda fuente de conflictos. Repensemos otros modos y maneras de entendernos y atendernos. La alianza entre humanos requiere del encuentro cooperante entre sí. No desperdiciemos los momentos. El mundo nos requiere más comprometidos en el arduo trabajo, anónimo y gratuito, de restaurar el espíritu fraterno, de poner los cimientos del abrazo de corazón. Dejemos de ser bestias, pues, y trabajemos por el acercamiento permanente y solidario, que es lo que verdaderamente nos humaniza.

                

La deshumanización reinante sobre el planeta nos está dejando en la inmoralidad y sin vínculos; y, lo que es peor, en guerra continua, cuando lo que hay que hacer es evitarla, mediante los cauces del diálogo y la comprensión. Por eso, la cordialidad en la relación es fundamental, lo que nos requiere del respeto entre análogos, con la consideración de integrar los saberes del alma a los conocimientos adquiridos. Lo trascendente es que nadie prevalezca sobre nadie, sino que se complementen los esfuerzos en los itinerarios vivenciales, con la alegría que suponen las manos enlazadas, a la hora de reconstruir veredas perdidas u olvidadas. Desde luego, tampoco es de recibo resignarse, ya que todos tenemos la obligación de favorecer, la armónica evolución de los pueblos en la consideración de los derechos humanos, incluso cuando estos nos demanden renunciamientos o limitaciones personales.

                

No hay mejor vía de lucidez, por consiguiente, que ese ser esperanzado que lucha cada amanecer por mantenerse vivo y que, además, no se desespera en hacer humanidad, salvaguardando los bosques que encuentra en el camino. Pienso, que hoy más que nunca, tenemos que reforzar los derechos territoriales comunes, compensando a las comunidades por su trabajo ambiental, y también indemnizando con el mayor de los aplausos a esas gentes siempre dispuestas, en hacernos la existencia más condescendiente con la tranquilidad, aminorando el tormento de las desigualdades entre semejantes y aumentando los recursos, ante la mundial crecida de la pobreza extrema.


En cualquier caso, jamás podemos perder la confianza en el personal arranque, aunque únicamente sea por el apego y aprecio de la amistad. Tampoco hay que arrinconar la orientación natural, que no es otro que el deber moral de asistencia, así como la sapiencia necesaria para moderar las controversias que puedan surgir. La providencia, con su espíritu de bondad, va a estar ahí siempre, despertando nuestra propia conciencia social, para que prevalezca el sentido bienhechor, frente al egoísmo y el interés selectivo de la rivalidad y de la vanagloria. Es cierto que contamos con una grave crisis humanitaria, pero también tiene sanación. Sólo hace falta, propiciar el cambio, buscando siempre la avenencia y el consenso, y no el propio interés mundano para sí y los suyos.  Dicho queda, ¡pongámonos en la estética acción!

Vías de concordia

Lo trascendente es que nadie prevalezca sobre nadie, sino que se complementen los esfuerzos en los itinerarios vivenciales
Víctor Corcoba
lunes, 31 de enero de 2022, 08:44 h (CET)

Lo trascendente es que nadie prevalezca sobre nadie, sino que se complementen los esfuerzos en los itinerarios vivenciales, con la alegría que suponen las manos enlazadas, a la hora de reconstruir veredas perdidas u olvidadas”.

                

Me niego a hundirme en nuestras siempre inoportunas discordias. Tenemos que huir de ellas y activar el deseo de cambio en nuestros interiores, para buscar vías de concordia que nos hagan reencontrarnos y salir del aislamiento. Carece de sentido replegarse sobre uno mismo, avivar rechazos y acumular hostilidades, porque todo es más fácil en comunidad. Nada es más placentero que soñar unidos, que bucear juntos los grandes horizontes, para lograr sociedades más florecientes y razonables. Se me ocurre pensar en esas gentes, que continuamente están en misión de paz, muchas veces intimidadas por grupos armados ilegales, a las que no se les permite expandir su compromiso de tender puentes y hacer familia. Naturalmente, deberíamos escucharles más y acompañarles, sobre todo como sembradores de quietud. Téngase en cuenta, que allá donde emana conformidad siempre hay conciliación.

                

Urge conciliarnos y reconciliarnos en el buen gobierno, ponernos en camino para expresar el deseo de una civilización más clara y justa, colocarnos en primera línea para darnos aire unos a otros, aparte de los suministros humanitarios. Jamás hay que desfallecer en esta labor que nos incumbe a todos. Una vida es viviente en la medida que da vida. No lo olvidemos nunca. Porque es donándose, como se recibe el sosiego, para continuar viviendo. Abandonemos, entonces, toda fuente de conflictos. Repensemos otros modos y maneras de entendernos y atendernos. La alianza entre humanos requiere del encuentro cooperante entre sí. No desperdiciemos los momentos. El mundo nos requiere más comprometidos en el arduo trabajo, anónimo y gratuito, de restaurar el espíritu fraterno, de poner los cimientos del abrazo de corazón. Dejemos de ser bestias, pues, y trabajemos por el acercamiento permanente y solidario, que es lo que verdaderamente nos humaniza.

                

La deshumanización reinante sobre el planeta nos está dejando en la inmoralidad y sin vínculos; y, lo que es peor, en guerra continua, cuando lo que hay que hacer es evitarla, mediante los cauces del diálogo y la comprensión. Por eso, la cordialidad en la relación es fundamental, lo que nos requiere del respeto entre análogos, con la consideración de integrar los saberes del alma a los conocimientos adquiridos. Lo trascendente es que nadie prevalezca sobre nadie, sino que se complementen los esfuerzos en los itinerarios vivenciales, con la alegría que suponen las manos enlazadas, a la hora de reconstruir veredas perdidas u olvidadas. Desde luego, tampoco es de recibo resignarse, ya que todos tenemos la obligación de favorecer, la armónica evolución de los pueblos en la consideración de los derechos humanos, incluso cuando estos nos demanden renunciamientos o limitaciones personales.

                

No hay mejor vía de lucidez, por consiguiente, que ese ser esperanzado que lucha cada amanecer por mantenerse vivo y que, además, no se desespera en hacer humanidad, salvaguardando los bosques que encuentra en el camino. Pienso, que hoy más que nunca, tenemos que reforzar los derechos territoriales comunes, compensando a las comunidades por su trabajo ambiental, y también indemnizando con el mayor de los aplausos a esas gentes siempre dispuestas, en hacernos la existencia más condescendiente con la tranquilidad, aminorando el tormento de las desigualdades entre semejantes y aumentando los recursos, ante la mundial crecida de la pobreza extrema.


En cualquier caso, jamás podemos perder la confianza en el personal arranque, aunque únicamente sea por el apego y aprecio de la amistad. Tampoco hay que arrinconar la orientación natural, que no es otro que el deber moral de asistencia, así como la sapiencia necesaria para moderar las controversias que puedan surgir. La providencia, con su espíritu de bondad, va a estar ahí siempre, despertando nuestra propia conciencia social, para que prevalezca el sentido bienhechor, frente al egoísmo y el interés selectivo de la rivalidad y de la vanagloria. Es cierto que contamos con una grave crisis humanitaria, pero también tiene sanación. Sólo hace falta, propiciar el cambio, buscando siempre la avenencia y el consenso, y no el propio interés mundano para sí y los suyos.  Dicho queda, ¡pongámonos en la estética acción!

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