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El aumento de la aprehensión por causa de la pandemia hace que se desboquen los comentarios acerca de tí y de los demás, particularmente denigrantes y poco positivos. Nada de pensar que el otro está ahí porque quiere ayudarte a hacer las cosas mejor, sino que viene a por tí desequilibrado, y lo notas porque no piensa como tú.
Eso de querer ser el único, o la única, que siempre tiene razón hace que todos los propósitos de escuchar más a los demás, sea porque ellos lo necesitan de tí y no porque tú los necesites a ellos, como si no tuvieran nada que decirte, a pesar de que el tinglado se está viniendo abajo y harían falta otras iniciativas distintas a las tuyas para que no acabemos todos desequilibrados como locos.
A quienes estamos convencidos de la iniquidad intrínseca de Sánchez, no nos va a confundir la supuesta “carta de amor” de este cateto personaje a su Begoña amada, redactada de su “puño y letra” (con sus tradicionales errores y faltas gramaticales) y exceso de egolatría.
Recuerdo con nostalgia la época en la que uno terminaba sus estudios universitarios y metía de lleno la cabeza en el mundo laboral. Ya no había marchas atrás. Se terminaron para siempre esos años de universitario, nunca más ya repetibles. Las conversaciones sobre cultura, sobre política, sobre música. Los exámenes, los espacios de relajamiento en la pradera de césped recién cortado que rodeaba la Facultad, los vinos en Argüelles, las copas en Malasaña...
Tras su inicial construcción provisional, el Muro de Berlín acabó por convertirse en una pared de hormigón de entre 3,5 y 4 metros de altura, reforzado en su interior por cables de acero para así acrecentar su firmeza. Se organizó, asimismo, la denominada "franja de la muerte", formada por un foso, una alambrada, una carretera, sistemas de alarma, armas automáticas, torres de vigilancia y patrullas acompañadas por perros las 24 horas del día.
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