Un título sugerente para una novela ya antigua y siempre moderna, que es de las preferidas del Papa Francisco, lo cual no deja de ser significativo. Es una profecía de la increencia, de la paganización del mundo occidental. Benson, que escribe a principios del siglo pasado, plantea un ambiente generalizado de falta de fe en Occidente, opuesto a un peligro de Oriente, que amenaza con la guerra y que persiste en la fe de las diversas religiones.
Ya desde el principio de la novela se plantea la problemática: “La consecuencia de tales planteamientos era que las controversias por motivos ideológicos de creencias podían ser tenidos como la más grave herejía y el mayor obstáculo para conseguir una línea de progreso, que solo se llevaría a cabo mediante la integración de los individuos dentro de la familia, de la familia en el estado y de los Estados nacionales en el gran estado universal”. O sea, no es que hay quien cree y quien no cree, es que ya no se puede hablar del tema de Dios.
Curiosamente estamos llegando a estos extremos en nuestro país. Resulta que si alguien quiere disuadir a una madre agobiada de que aborte, es un delincuente. Ya no es cuestión de discutir si aborto si o no, ahora el extremo es que ya no se puede hablar sobre ello. Pronto nos dirán que quien pretende acercar a la fe a un amigo es un personaje peligroso.
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