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Las constituciones inmovilistas son lacra para las naciones

Inviolabilidad constitucional

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El artículo 56.3 de la Constitución afirma: “La persona del Rey es inviolable, y no está sujeta a responsabilidad…”. Que la Constitución de 1978 diga que la persona del Rey es inviolable y no está sujeta a responsabilidad nos recuerda a las monarquías absolutistas del pasado amparadas por los teólogos de la Iglesia Católica que defendían el origen divino de las mismas. Es cierto que esta afirmación nace de la declaración del apóstol Pablo: “Sométase toda persona a las autoridades superiores, porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas” (Romanos 13: 1). 


Un texto sacado de un contexto se convierte en un pretexto y se le puede hacer decir lo que al intérprete  le convenga más. El contexto general de la Biblia no nos permite pensar que Dios sea partidario de los absolutismos, sean monárquicos o republicanos. Los monárquicos favorecen la injusticia en Nombre de Dios y los republicanos en nombre de la razón. Prestemos atención a lo que ocurre en el mundo.


La carta real que está por encima de las constituciones de las monarquías y de las repúblicas se encuentra en Deuteronomio 17: 14-20. Este texto contiene unas cláusulas que únicamente son aplicables al Israel bíblico. Lo que puede aplicarse a todas las naciones dice: “No tomará para sí muchas mujeres, para que su corazón no se desvíe, ni, ni plata, ni oro amontonará para sí en abundancia. Y cuando se siente sobre el trono de su reino, entonces escribirá para sí en un libro una copia de esta Ley, del original que está al cuidado de los sacerdotes levitas, y leerá en él todos los días de su vida, para que aprenda a temer al Señor su Dios, para guardar todas las palabras de esta Ley y estos Estatutos, para ponerlos por obra. Para que no se eleve su corazón sobre sus hermanos ni se aparte del mandamiento a diestra ni a siniestra, a fin que prolongue sus días en su reino, y sus hijos, en medio de Israel” (vv. 17-20).


El verdadero Rey de Israel es el Señor. Este conoce al dedillo la manera de ser de su pueblo. Sabe anticipadamente que querrá tener un rey como lo tienen los pueblos vecinos. Puntualiza: “Ciertamente pondrás por rey sobre ti el que el Señor tu Dios escoja” (v. 16). Implícitamente el texto que comentamos enseña que la duración del reinado se acortará si no se mantiene fiel a lo que dice la copia que ha hecho para sí.  A lo largo de los siglos Dios ha hablado por medio e los profetas.


Llegado el cumplimiento del tiempo lo hace por medio de Jesús su Hijo y de sus discípulos que inspirados por el Espíritu Santo recuerdan todo lo que el Señor enseñó. Todo lo que Dios ha revelado para bien del hombre ha quedado registrado en un libro que conocemos como Biblia. Con la aparición de la imprenta y recientemente con la tecnología digital, los costes de edición se han abaratado, lo cual permite poner la Biblia al alcance de todas las economías. Ahora monarcas y políticos no tienen que hacer ningún esfuerzo para hacerse con una copia de la Biblia. Con facilidad la van a encontrar en las librerías. No tienen que acudir a la clandestinidad para hacerse con una copia del Libro de Dios como ocurrió en tiempos del imperio de la Inquisición que se esforzó inútilmente destruir el libro de Dios en las hogueras. No tienen excusa para no hacer la lectura diaria de la Biblia que les enseña a gobernar con justicia.


La Constitución de 1978 afirma: “La persona del Rey es inviolable y no está sujeto a responsabilidad…”. La Carta real que ha sido escrita por hombres inspirados por el Espíritu Santo está por encima de las constituciones nacionales y debe ser obedecida por todos los hombres. A los gobernantes, sean de  derechas o de izquierdas no se les exime de hacerlo. De no obedecer a sus enseñanzas tendrán que dar cuenta a la Autoridad superior que los ha puesto en el cargo.


Siendo ya anciano el profeta Samuel el pueblo le pidió un rey. El Señor le dice a su siervo que no le han rechazado a él sino que a mí me han rechazado, El Señor le dice a Samuel que atienda la petición que le han hecho.  (1 Samuel 8: 7). El Señor habla a Samuel y le dice: mañana se te presentará un joven al que describe: “lo ungirás por príncipe sobre mi pueblo Israel” (1 Samuel 9: 16). “Tomando entonces Samuel u frasco de aceite, lo derramó sobre su cabeza, y le besó y le dijo: ¿No te ha ungido el Señor por príncipe sobre su pueblo Israel? (10: 1). Esta unción se hizo en privado. Más tarde se refrendó públicamente. Finalizada la investidura “Samuel declaró al pueblo el derecho del reino, y lo escribió en un libro, y lo puso delante del Señor” (vv. 24, 25).


Tres años más tarde Saúl se encontraba en graves dificultades bélicas y violando la Ley de Dios usurpó las funciones sacerdotales. El profeta tuvo que amonestarle diciéndole: “Locamente has hecho, no guardando el mandamiento del Señor tu Dios que Él te había ordenado, pues ahora el Señor habría confirmado tu reino sobre Israel para siempre” (1 Samuel 13: 13).


En otro enfrentamiento con los filisteos, ya al final de su reinado “Saúl consultó a Dios: ¿Descenderé tras los filisteos? ¿Los entregarás en mano de Israel? Mas el Señor no le dio respuesta aquel día” (1 Samuel 14: 37). Como no recibía respuesta de Dios fue a consultar a una nigromante (1 Samuel 28: 3-25). Samuel murió arrojándose sobre su espada. Este es el epitafio que recuerda el reinado de Saúl: “Y así murió Saúl por su rebelión con que prevaricó contra el Señor, contra la palabra del Señor, la cual no guardó, y porque consultó a una adivina, y no consultó al Señor, por esta causa lo mató, y traspasó el reino a David hijo de Isaí” (2 Crónicas 10: 13, 14).


Para el Señor no existe inviolabilidad constitucional. Tanto monarcas como plebeyos tendrán que comparecer ante el tribunal de Cristo que los juzgará por sus hechos. Podrán eludir la justicia humana modificando las leyes a su antojo o sobornando a los jueces. Ante el Insobornable la sentencia será justa e irrevocable. Si no es en el tiempo como lo fue con Saúl, sí lo será en la eternidad.

Inviolabilidad constitucional

Las constituciones inmovilistas son lacra para las naciones
Octavi Pereña
lunes, 15 de noviembre de 2021, 08:38 h (CET)

El artículo 56.3 de la Constitución afirma: “La persona del Rey es inviolable, y no está sujeta a responsabilidad…”. Que la Constitución de 1978 diga que la persona del Rey es inviolable y no está sujeta a responsabilidad nos recuerda a las monarquías absolutistas del pasado amparadas por los teólogos de la Iglesia Católica que defendían el origen divino de las mismas. Es cierto que esta afirmación nace de la declaración del apóstol Pablo: “Sométase toda persona a las autoridades superiores, porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas” (Romanos 13: 1). 


Un texto sacado de un contexto se convierte en un pretexto y se le puede hacer decir lo que al intérprete  le convenga más. El contexto general de la Biblia no nos permite pensar que Dios sea partidario de los absolutismos, sean monárquicos o republicanos. Los monárquicos favorecen la injusticia en Nombre de Dios y los republicanos en nombre de la razón. Prestemos atención a lo que ocurre en el mundo.


La carta real que está por encima de las constituciones de las monarquías y de las repúblicas se encuentra en Deuteronomio 17: 14-20. Este texto contiene unas cláusulas que únicamente son aplicables al Israel bíblico. Lo que puede aplicarse a todas las naciones dice: “No tomará para sí muchas mujeres, para que su corazón no se desvíe, ni, ni plata, ni oro amontonará para sí en abundancia. Y cuando se siente sobre el trono de su reino, entonces escribirá para sí en un libro una copia de esta Ley, del original que está al cuidado de los sacerdotes levitas, y leerá en él todos los días de su vida, para que aprenda a temer al Señor su Dios, para guardar todas las palabras de esta Ley y estos Estatutos, para ponerlos por obra. Para que no se eleve su corazón sobre sus hermanos ni se aparte del mandamiento a diestra ni a siniestra, a fin que prolongue sus días en su reino, y sus hijos, en medio de Israel” (vv. 17-20).


El verdadero Rey de Israel es el Señor. Este conoce al dedillo la manera de ser de su pueblo. Sabe anticipadamente que querrá tener un rey como lo tienen los pueblos vecinos. Puntualiza: “Ciertamente pondrás por rey sobre ti el que el Señor tu Dios escoja” (v. 16). Implícitamente el texto que comentamos enseña que la duración del reinado se acortará si no se mantiene fiel a lo que dice la copia que ha hecho para sí.  A lo largo de los siglos Dios ha hablado por medio e los profetas.


Llegado el cumplimiento del tiempo lo hace por medio de Jesús su Hijo y de sus discípulos que inspirados por el Espíritu Santo recuerdan todo lo que el Señor enseñó. Todo lo que Dios ha revelado para bien del hombre ha quedado registrado en un libro que conocemos como Biblia. Con la aparición de la imprenta y recientemente con la tecnología digital, los costes de edición se han abaratado, lo cual permite poner la Biblia al alcance de todas las economías. Ahora monarcas y políticos no tienen que hacer ningún esfuerzo para hacerse con una copia de la Biblia. Con facilidad la van a encontrar en las librerías. No tienen que acudir a la clandestinidad para hacerse con una copia del Libro de Dios como ocurrió en tiempos del imperio de la Inquisición que se esforzó inútilmente destruir el libro de Dios en las hogueras. No tienen excusa para no hacer la lectura diaria de la Biblia que les enseña a gobernar con justicia.


La Constitución de 1978 afirma: “La persona del Rey es inviolable y no está sujeto a responsabilidad…”. La Carta real que ha sido escrita por hombres inspirados por el Espíritu Santo está por encima de las constituciones nacionales y debe ser obedecida por todos los hombres. A los gobernantes, sean de  derechas o de izquierdas no se les exime de hacerlo. De no obedecer a sus enseñanzas tendrán que dar cuenta a la Autoridad superior que los ha puesto en el cargo.


Siendo ya anciano el profeta Samuel el pueblo le pidió un rey. El Señor le dice a su siervo que no le han rechazado a él sino que a mí me han rechazado, El Señor le dice a Samuel que atienda la petición que le han hecho.  (1 Samuel 8: 7). El Señor habla a Samuel y le dice: mañana se te presentará un joven al que describe: “lo ungirás por príncipe sobre mi pueblo Israel” (1 Samuel 9: 16). “Tomando entonces Samuel u frasco de aceite, lo derramó sobre su cabeza, y le besó y le dijo: ¿No te ha ungido el Señor por príncipe sobre su pueblo Israel? (10: 1). Esta unción se hizo en privado. Más tarde se refrendó públicamente. Finalizada la investidura “Samuel declaró al pueblo el derecho del reino, y lo escribió en un libro, y lo puso delante del Señor” (vv. 24, 25).


Tres años más tarde Saúl se encontraba en graves dificultades bélicas y violando la Ley de Dios usurpó las funciones sacerdotales. El profeta tuvo que amonestarle diciéndole: “Locamente has hecho, no guardando el mandamiento del Señor tu Dios que Él te había ordenado, pues ahora el Señor habría confirmado tu reino sobre Israel para siempre” (1 Samuel 13: 13).


En otro enfrentamiento con los filisteos, ya al final de su reinado “Saúl consultó a Dios: ¿Descenderé tras los filisteos? ¿Los entregarás en mano de Israel? Mas el Señor no le dio respuesta aquel día” (1 Samuel 14: 37). Como no recibía respuesta de Dios fue a consultar a una nigromante (1 Samuel 28: 3-25). Samuel murió arrojándose sobre su espada. Este es el epitafio que recuerda el reinado de Saúl: “Y así murió Saúl por su rebelión con que prevaricó contra el Señor, contra la palabra del Señor, la cual no guardó, y porque consultó a una adivina, y no consultó al Señor, por esta causa lo mató, y traspasó el reino a David hijo de Isaí” (2 Crónicas 10: 13, 14).


Para el Señor no existe inviolabilidad constitucional. Tanto monarcas como plebeyos tendrán que comparecer ante el tribunal de Cristo que los juzgará por sus hechos. Podrán eludir la justicia humana modificando las leyes a su antojo o sobornando a los jueces. Ante el Insobornable la sentencia será justa e irrevocable. Si no es en el tiempo como lo fue con Saúl, sí lo será en la eternidad.

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