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Tedio. Nos pasamos mitad de la vida proyectando nuestro futuro. Desgana. Y cuando conseguimos hacer realizad aquello que habíamos soñado, cuando conseguimos tener la vida asegurada, llega doña rutina para desbaratar el chiringuito que habíamos montado con tanto esfuerzo. Hastió. En ocasiones nos quejamos por la monotonía con que pasan nuestros días. Apatía. Pasan uno tras otro sin nada que los diferencie.
Inapetencia. Siempre las mismas acciones, los mismos caminos, la misma gente, el mismo café matutino, el mismo diario, los mismos problemas, los mismos padres, hermanos, amigos, la misma mujer, los mismos hijos… Indiferencia. Pero llega un día que nos saca de nuestra natural apatía.
Hoy ha ocurrido algo que nos sacó de nuestra mortal languidez ¡aleluya, estamos vivos! Algo realmente conmovedor: un volcán. Nos quedamos embobados mirando en el televisor el lento y destructor progreso de la lava. Estupor. Y escuchamos una suplicante voz en off que dice:” ¡Toda la vida trabajando para esto!”.
Tristeza. Pero no hay nada que hacer, solo llevarse las manos a la cabeza y emitir sonidos de impotencia mientras las casas, los coches, las carreteras, las farolas, etc., son engullidas por el magma. Solo queda volver a empezar para conquistar de nuevo la rutina, el tedio, la desgana, el hastío, la apatía...
A quienes estamos convencidos de la iniquidad intrínseca de Sánchez, no nos va a confundir la supuesta “carta de amor” de este cateto personaje a su Begoña amada, redactada de su “puño y letra” (con sus tradicionales errores y faltas gramaticales) y exceso de egolatría.
Recuerdo con nostalgia la época en la que uno terminaba sus estudios universitarios y metía de lleno la cabeza en el mundo laboral. Ya no había marchas atrás. Se terminaron para siempre esos años de universitario, nunca más ya repetibles. Las conversaciones sobre cultura, sobre política, sobre música. Los exámenes, los espacios de relajamiento en la pradera de césped recién cortado que rodeaba la Facultad, los vinos en Argüelles, las copas en Malasaña...
Tras su inicial construcción provisional, el Muro de Berlín acabó por convertirse en una pared de hormigón de entre 3,5 y 4 metros de altura, reforzado en su interior por cables de acero para así acrecentar su firmeza. Se organizó, asimismo, la denominada "franja de la muerte", formada por un foso, una alambrada, una carretera, sistemas de alarma, armas automáticas, torres de vigilancia y patrullas acompañadas por perros las 24 horas del día.
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