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Ana Morilla

Estilos de credibilidad

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El segundo debate, saldado por ambos candidatos con mayor altura, exposición de políticas y programas, soltura en exposición y pushing, pertinencia de datos y ritmo de interrelación y réplicas, se ha basado en la pugna por la credibilidad. Zapatero la ha buscado con una atemperación razonada y presidencialista de su optimismo antropológico que ha convertido en medida positividad y autoidentificación con la moderación confiada y el centro sociopolítico.

Le ha servido cancelar actos electorales para preparar el debate. Ha expuesto, con menos titubeos de lo habitual, un proyecto socialdemócrata clásico: pleno empleo, apoyo a los más débiles y gasto social, desarrollo sostenible, inversión pública en educación y vivienda, infraestructuras no radiales, igualdad, defensa de la España diversa y europeismo. Su dominio de la escena (ojos Bambi despierto, cámaras, gestos, medias sonrisas) y sus golpes de efecto (el libro blanco de datos, el compromiso de apoyo incondicional al gobierno en la lucha contra el terrorismo o el buenas noches y buena suerte), junto a una defensa más ágil y astuta que en ocasiones anteriores, han trasmitido una imagen moderna y sincera que, según las encuestas, ha generado confianza y ha conectado sobre todo con jóvenes, población por debajo de los 50 años y votantes propios e indecisos.

Rajoy ha sido rápido y contundente en un formato de apertura que no favorecía sus eficaces finales. Usó con fruición las palabras mentira, engaño o falsedad y las acusaciones de incoherencia y endeblez a Zapatero para sembrar la duda sobre su rigor, firmeza y visión de Estado. Su imagen de hombre serio y hasta estricto la ha reforzado con palabras como orden, control, seguridad, esfuerzo y mérito, que ha querido acompasar de nuevo con la incómoda emotividad final de la niña de España.

Su proyecto también ha quedado claro: bajada de impuestos, lucha contra la inflación, incremento de la competencia, reducción de gasto público (lo que forzosamente significa menos política social), incremento del empleo femenino, refuerzo del Estado central y freno a la evolución federalista del estado autonómico, defensa del castellano, política educativa nacional más estricta, lucha contra la criminalidad, mayor control de la inmigración y, sobretodo, política antiterrorista firme y sin márgenes de diálogo o negociación.

Entre los errores a destacar de ambos, clamoroso el resbalón de Zapatero al medir los logros en lucha antiterrorista con el saldo de muertos, sus interrupciones permanentes, y la utilización de la expresión “le importa un bledo” ( por la economía a Rajoy), impropia en su doble condición de candidato y actual Presidente del Gobierno. De Rajoy su discurso negativo al referirse a la inmigración y sus consecuencias y las acusaciones constantes de mentir y engañar. De los dos el empecinamiento en atacar al contrario en política terrorista, Irak y 11-M y los déficit al tratar la política exterior.

Como aciertos, la apuesta de Zapatero por sectores económicos de futuro como Aeronáutica, energías renovables y biotecnología, la hábil referencia al Informe de la ONU de desarrollo humano, donde estamos en el puesto número 13 del ranking, el recordatorio de la aportación de la inmigración al crecimiento económico, la defensa de fuerzas y cuerpos de seguridad, jueces e instituciones en los juicios del 11-M y la medida de llevar a los debates un Libro Blanco con datos sujetos a verificación.

De Rajoy destacar su apuesta por el refuerzo del Estado y sus competencias, la Agencia de inmigración y empleo para contratación en origen de inmigrantes, el control de la inflación, la apuesta por la creación de empleo femenino y la conciliación (que repitió hasta en tres ocasiones) y la promesa de control o reducción de gastos regulados como la electricidad o el gas.

En general un debate más interesante y rico que el anterior, hasta trepidante e igualado en ciertos momentos, con dos estilos de país y dos estilos de credibilidad, donde ambos candidatos han dado lo mejor de sí. Pero Zapatero, crecido en la defensa esta vez y más despierto, cuenta, además de con las ventajas de Obama (juventud, entusiasmo y una extraña forma de carisma), con la victoria en credibilidad que le otorga oponerse serenamente a la estrategia peligrosa de indignación moral y al doble filo de las acusaciones permanentes de engaño y falsedad en política antiterrorista.

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Ana Morilla Carabantes es asesora en gestión pública y comunicación política.

Estilos de credibilidad

Ana Morilla
Ana Morilla
miércoles, 5 de marzo de 2008, 06:06 h (CET)
El segundo debate, saldado por ambos candidatos con mayor altura, exposición de políticas y programas, soltura en exposición y pushing, pertinencia de datos y ritmo de interrelación y réplicas, se ha basado en la pugna por la credibilidad. Zapatero la ha buscado con una atemperación razonada y presidencialista de su optimismo antropológico que ha convertido en medida positividad y autoidentificación con la moderación confiada y el centro sociopolítico.

Le ha servido cancelar actos electorales para preparar el debate. Ha expuesto, con menos titubeos de lo habitual, un proyecto socialdemócrata clásico: pleno empleo, apoyo a los más débiles y gasto social, desarrollo sostenible, inversión pública en educación y vivienda, infraestructuras no radiales, igualdad, defensa de la España diversa y europeismo. Su dominio de la escena (ojos Bambi despierto, cámaras, gestos, medias sonrisas) y sus golpes de efecto (el libro blanco de datos, el compromiso de apoyo incondicional al gobierno en la lucha contra el terrorismo o el buenas noches y buena suerte), junto a una defensa más ágil y astuta que en ocasiones anteriores, han trasmitido una imagen moderna y sincera que, según las encuestas, ha generado confianza y ha conectado sobre todo con jóvenes, población por debajo de los 50 años y votantes propios e indecisos.

Rajoy ha sido rápido y contundente en un formato de apertura que no favorecía sus eficaces finales. Usó con fruición las palabras mentira, engaño o falsedad y las acusaciones de incoherencia y endeblez a Zapatero para sembrar la duda sobre su rigor, firmeza y visión de Estado. Su imagen de hombre serio y hasta estricto la ha reforzado con palabras como orden, control, seguridad, esfuerzo y mérito, que ha querido acompasar de nuevo con la incómoda emotividad final de la niña de España.

Su proyecto también ha quedado claro: bajada de impuestos, lucha contra la inflación, incremento de la competencia, reducción de gasto público (lo que forzosamente significa menos política social), incremento del empleo femenino, refuerzo del Estado central y freno a la evolución federalista del estado autonómico, defensa del castellano, política educativa nacional más estricta, lucha contra la criminalidad, mayor control de la inmigración y, sobretodo, política antiterrorista firme y sin márgenes de diálogo o negociación.

Entre los errores a destacar de ambos, clamoroso el resbalón de Zapatero al medir los logros en lucha antiterrorista con el saldo de muertos, sus interrupciones permanentes, y la utilización de la expresión “le importa un bledo” ( por la economía a Rajoy), impropia en su doble condición de candidato y actual Presidente del Gobierno. De Rajoy su discurso negativo al referirse a la inmigración y sus consecuencias y las acusaciones constantes de mentir y engañar. De los dos el empecinamiento en atacar al contrario en política terrorista, Irak y 11-M y los déficit al tratar la política exterior.

Como aciertos, la apuesta de Zapatero por sectores económicos de futuro como Aeronáutica, energías renovables y biotecnología, la hábil referencia al Informe de la ONU de desarrollo humano, donde estamos en el puesto número 13 del ranking, el recordatorio de la aportación de la inmigración al crecimiento económico, la defensa de fuerzas y cuerpos de seguridad, jueces e instituciones en los juicios del 11-M y la medida de llevar a los debates un Libro Blanco con datos sujetos a verificación.

De Rajoy destacar su apuesta por el refuerzo del Estado y sus competencias, la Agencia de inmigración y empleo para contratación en origen de inmigrantes, el control de la inflación, la apuesta por la creación de empleo femenino y la conciliación (que repitió hasta en tres ocasiones) y la promesa de control o reducción de gastos regulados como la electricidad o el gas.

En general un debate más interesante y rico que el anterior, hasta trepidante e igualado en ciertos momentos, con dos estilos de país y dos estilos de credibilidad, donde ambos candidatos han dado lo mejor de sí. Pero Zapatero, crecido en la defensa esta vez y más despierto, cuenta, además de con las ventajas de Obama (juventud, entusiasmo y una extraña forma de carisma), con la victoria en credibilidad que le otorga oponerse serenamente a la estrategia peligrosa de indignación moral y al doble filo de las acusaciones permanentes de engaño y falsedad en política antiterrorista.

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Ana Morilla Carabantes es asesora en gestión pública y comunicación política.

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