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“El que no se atreve a ser inteligente, se hace político” Enrique Jardiel Poncela. Escritor español

¿Quién paga los platos rotos?

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Desde distintos aspectos, hace varias semanas que vengo abordando el tema de Cataluña, y la verdad es que la cuestión, por reiterativa y absurda, ya produce hastío y aburrimiento, así que hoy me he dicho, a sonreír, que la cosa es muy seria... Porque ya saben ustedes que contra el tedio no hay mejor remedio que una sonrisa. Y como el problema catalán no tiene remedio…

Anna Gabriel, la número dos de la CUP en las recientes elecciones catalanas, dado el abanico de partidos que se integran en la candidatura “Juntos por el sí”, nos ha brindado una idea sorprendente y sorpresiva que pretende despejar la incógnita de quién habrá de ser el próximo presidente de Cataluña. La complejidad de la situación y las apetencias políticas de aquellos que aspiran a ser “Honorables”, se solucionaría dotando al nuevo Gobierno catalán de una "presidencia coral", es decir: tres o cuatro mandamases con los mismos poderes mandando a la vez, y como cada uno pertenecería a un partido distinto, cada cual arrimando el ascua a su sardina.

No me cuadra a mi esto de que los progresistas de pensamiento único, esos que tienen los pies suspendidos de las nubes y que solo se sienten cómodos en la rebelión permanente, propongan como fórmula de gobierno un triunvirato, solución que se adoptó en la antigua Roma en el siglo I a. C. Estos, no solo no se esfuerzan por lograr lo que aún queda por hacer, sino que ni siquiera tienen imaginación para mejorar lo que se inventó hace dos mil años. Y es que el que denuncia y denuncia sin proponer soluciones, es como el que ara y ara y no siembra. Ya sabemos que en un régimen de libertades como es la democracia, a todos les está permitido pensar, pero este es un ejercicio que muchos prefieren ahorrárselo. En el fondo me da pena por Cataluña, porque si al final vuelven a los tiempos de Julio César, Pompeyo y Marco Licinio Craso, protagonistas del primer triunvirato que conoció el mundo, el espectáculo puede ser de los que hacen época. Si con suerte, un presidente puede llegar a ser incluso mediocre, lo de dos, puede ser terrible, pero tres…, tres ya, puede provocar el estallido del caos, porque hay alianzas, en las que los participantes se dan palmaditas en la espalda con la punta de un machete.

De lo que sí estoy seguro es que van a estar todos los días en el primer plano del grotesco escenario del absurdo, porque políticos tan creativos como estos, son quienes han suplantado en la televisión, a actores y cómicos, y dominan el mundo del espectáculo diciendo lo que no piensan y expresando lo que no sienten. Si por algo destacan es por como son capaces de demostrar sin ruborizarse, que el sentido común deslumbra en ellos por su ausencia, y es que la sabiduría les persigue sin lograr alcanzarles jamás porque son mucho más rápidos. Se nota por su cerebro, eso que les induce a pensar que piensan porque empezó a funcionarles en el momento de nacer y automáticamente deja de hacerlo en cuanto se ponen a hablar en público. Pero no crean que por ello se amilanan, porque llegado el caso, son capaces de estar dos horas seguidas hablando de nada. Lo que pasa es que a pesar de sus esfuerzos ya no son capaces de evitar que el auditorio —eso que ellos llaman el pueblo— bostece de hastío y se duerma. Seguro que tras su verborrea, cualquiera de nosotros, al final, podría exclamar: Yo tampoco tengo nada importante que decir.

Viéndolos, uno puede, al mismo tiempo, descargar los nervios insultándolos, darse cabezazos contra la pared ante sus mentiras, desternillarse de risa con sus desatinos y contradicciones, o sorprenderse hasta el infinito con su cinismo y mendrugas actitudes. Y todo en un mismo programa. No me digan ustedes que alguien puede competir con esto.

Es verdad que la brillantez de ideas no es una de las virtudes que adorna a nuestros políticos, pero lo de no pillarse los dedos lo hacen de maravilla porque tras sostener que una cosa no es ni blanca ni negra, si le preguntamos entonces si es gris, contesta que según y cómo. Eso sí: son expertos en inducir a los demás a hacer lo que ellos nunca harán.

Esos son los que después se convertirán en diputados, ese espécimen que quizá se vea obligado a trabajar si no lo reelegimos.

Ellos, con sus delirios mesiánicos, se erigen en dueños de nuestros destinos y culpables de las desdichas que nos causan, aunque todos niegan tener la culpa de tenerla.

Claro que nos queda el consuelo de saber que “Los últimos serán los primeros, y viceversa”, como dicen las Sagradas Escrituras, pero... los del medio, seguirán siendo los del medio, que son los que siempre pagan los platos rotos de esa comedia que representan los gobiernos, dejando el drama a los demás.

¿Quién paga los platos rotos?

“El que no se atreve a ser inteligente, se hace político” Enrique Jardiel Poncela. Escritor español
César Valdeolmillos
miércoles, 7 de octubre de 2015, 05:36 h (CET)
Desde distintos aspectos, hace varias semanas que vengo abordando el tema de Cataluña, y la verdad es que la cuestión, por reiterativa y absurda, ya produce hastío y aburrimiento, así que hoy me he dicho, a sonreír, que la cosa es muy seria... Porque ya saben ustedes que contra el tedio no hay mejor remedio que una sonrisa. Y como el problema catalán no tiene remedio…

Anna Gabriel, la número dos de la CUP en las recientes elecciones catalanas, dado el abanico de partidos que se integran en la candidatura “Juntos por el sí”, nos ha brindado una idea sorprendente y sorpresiva que pretende despejar la incógnita de quién habrá de ser el próximo presidente de Cataluña. La complejidad de la situación y las apetencias políticas de aquellos que aspiran a ser “Honorables”, se solucionaría dotando al nuevo Gobierno catalán de una "presidencia coral", es decir: tres o cuatro mandamases con los mismos poderes mandando a la vez, y como cada uno pertenecería a un partido distinto, cada cual arrimando el ascua a su sardina.

No me cuadra a mi esto de que los progresistas de pensamiento único, esos que tienen los pies suspendidos de las nubes y que solo se sienten cómodos en la rebelión permanente, propongan como fórmula de gobierno un triunvirato, solución que se adoptó en la antigua Roma en el siglo I a. C. Estos, no solo no se esfuerzan por lograr lo que aún queda por hacer, sino que ni siquiera tienen imaginación para mejorar lo que se inventó hace dos mil años. Y es que el que denuncia y denuncia sin proponer soluciones, es como el que ara y ara y no siembra. Ya sabemos que en un régimen de libertades como es la democracia, a todos les está permitido pensar, pero este es un ejercicio que muchos prefieren ahorrárselo. En el fondo me da pena por Cataluña, porque si al final vuelven a los tiempos de Julio César, Pompeyo y Marco Licinio Craso, protagonistas del primer triunvirato que conoció el mundo, el espectáculo puede ser de los que hacen época. Si con suerte, un presidente puede llegar a ser incluso mediocre, lo de dos, puede ser terrible, pero tres…, tres ya, puede provocar el estallido del caos, porque hay alianzas, en las que los participantes se dan palmaditas en la espalda con la punta de un machete.

De lo que sí estoy seguro es que van a estar todos los días en el primer plano del grotesco escenario del absurdo, porque políticos tan creativos como estos, son quienes han suplantado en la televisión, a actores y cómicos, y dominan el mundo del espectáculo diciendo lo que no piensan y expresando lo que no sienten. Si por algo destacan es por como son capaces de demostrar sin ruborizarse, que el sentido común deslumbra en ellos por su ausencia, y es que la sabiduría les persigue sin lograr alcanzarles jamás porque son mucho más rápidos. Se nota por su cerebro, eso que les induce a pensar que piensan porque empezó a funcionarles en el momento de nacer y automáticamente deja de hacerlo en cuanto se ponen a hablar en público. Pero no crean que por ello se amilanan, porque llegado el caso, son capaces de estar dos horas seguidas hablando de nada. Lo que pasa es que a pesar de sus esfuerzos ya no son capaces de evitar que el auditorio —eso que ellos llaman el pueblo— bostece de hastío y se duerma. Seguro que tras su verborrea, cualquiera de nosotros, al final, podría exclamar: Yo tampoco tengo nada importante que decir.

Viéndolos, uno puede, al mismo tiempo, descargar los nervios insultándolos, darse cabezazos contra la pared ante sus mentiras, desternillarse de risa con sus desatinos y contradicciones, o sorprenderse hasta el infinito con su cinismo y mendrugas actitudes. Y todo en un mismo programa. No me digan ustedes que alguien puede competir con esto.

Es verdad que la brillantez de ideas no es una de las virtudes que adorna a nuestros políticos, pero lo de no pillarse los dedos lo hacen de maravilla porque tras sostener que una cosa no es ni blanca ni negra, si le preguntamos entonces si es gris, contesta que según y cómo. Eso sí: son expertos en inducir a los demás a hacer lo que ellos nunca harán.

Esos son los que después se convertirán en diputados, ese espécimen que quizá se vea obligado a trabajar si no lo reelegimos.

Ellos, con sus delirios mesiánicos, se erigen en dueños de nuestros destinos y culpables de las desdichas que nos causan, aunque todos niegan tener la culpa de tenerla.

Claro que nos queda el consuelo de saber que “Los últimos serán los primeros, y viceversa”, como dicen las Sagradas Escrituras, pero... los del medio, seguirán siendo los del medio, que son los que siempre pagan los platos rotos de esa comedia que representan los gobiernos, dejando el drama a los demás.

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