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​Pequeño

Los dioses ignoraban el secreto de inmortalidad. Por eso ya no existen. Solo lo insignificante permanece
Raúl Galache
martes, 7 de septiembre de 2021, 09:06 h (CET)

A veces uno quisiera ser pequeño, insignificante como lo es para nosotros, ególatras mortales, una mosca o un ladrillo. No se trata de ser despreciable, sino de ser poca cosa. No es que uno se crea imprescindible para el mundo; claro que no. Pero lo cierto es que en ocasiones parece que el entramado de la vida le ha colocado a uno en una red en la que no sabe si es araña, presa o tela. 


Por eso estaría bien gozar, por un tiempo, del estado transitorio de “pequeño”, mínimo, lo suficiente para poder mirar cómo el tiempo desmenuza la vida. O mejor, tan pequeño que el tiempo pasara de largo, como si pensara que no merece la pena el esfuerzo de amarrarse a una cosa tan banal, tan dada, por sí misma, a la inexistencia.


Los dioses ignoraban el secreto de inmortalidad. Por eso ya no existen. Solo lo insignificante permanece. Pero nadie lo percibe. Una pena.  

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Hay noticias que rayan el insulto y el desprecio hacia quienes se dirigen. Que son asumidas como una verdad irrefutable y que en ese globo sonda enviado no tiene la menor respuesta indignada de quienes las reciben. El problema, por tanto, no es la noticia en sí, sino la palpable realidad de que han convertido al ciudadano en un tipo pusilánime. En un mendigo de migajas a quien los grandes poderes han decidido convertirle, toda su vida, en un esclavo del trabajo.

La sociedad española respira hoy un aire denso, cargado de indignación y desencanto. La sucesión de escándalos de corrupción que salpican al partido en el Gobierno, el PSOE, y a su propia estructura ejecutiva, investigados por la Guardia Civil, no son solo casos aislados como nos dicen los voceros autorizados. Son síntomas de una patología profunda que corroe la confianza ciudadana.

Frente a las amenazas del poder, siempre funcionaron los contrapesos. Hacen posible la libertad individual, que es la única real, aunque veces no seamos conscientes de la misma, pues se trata de una condición, como la salud, que solo se valora cuando se pierde. Los tiranos, o aspirantes a serlo, persiguen siempre el objetivo de concentrar todos los poderes. Para evitar que lo logren, están los contrapesos.

 
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