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Raúl Galache
Raúl Galache
Palabras y otras cosas: una serie de artículos sobre el lenguaje

A Mía le gusta esconderse detrás de la cortina y mirar pasar los coches desde la ventana. Cuando la descubres en su escondite, te observa con ojos de estupefacción, como si pensara “¡¿cómo me habrán encontrado, con lo bien escondida que yo estaba?!”. Después, pega cuatro saltos gráciles y sale por la puerta si no está cerrada; porque así es Mía, una gatita gris y blanca cuyo mayor afán es que le abran las puertas de la casa.

Crítica literaria

Vivir es suceder instantes. Bien lo sabe Francisco José Martínez Morán, como muestra este libro, ganador del Premio Internacional Francisco Brines. No es un poemario que busca la luz en la oscuridad, el fuego en la ceniza, el silencio en el ruido. Acude el autor a símbolos esenciales en busca de la “intelijencia” que le dé el nombre de las cosas.

Siempre fracasan en sus intentos laborales: si fabrican fusiles, los despiden porque solo disparan claveles; si construyen un muro, se les agujerea como una camisa apolillada

Los eficaces siempre llegan a tiempo a la salida del tren; de hecho, apenas ocupan su asiento, la máquina silba y sus ruedas corren sobre la vía como espuma en el agua. Los torpes llegan siempre cuando el tren ya ha salido y sobre la estación cae un polvo de mariposas muertas. Ellos suspiran ausentes mientras imaginan el pasar de los árboles tras las ventanillas como pájaros suicidas.

Con cada vida mueren miles de secretos que no se confesaron, miles de anhelos que no se saciaron, miles de amores que nunca se declararon

The Water of Tyne es una canción tradicional inglesa, delicada y sencilla, como los guijarros que desgasta el agua hasta hacerlos suaves como hoja de palma. En ella, en la canción, una joven amante llora por la separación de su amado. Entre los dos corren las caudalosas aguas del río Tyne —“the water of Tyne runs between him and me”, dice la letra—, así que la chica no puede hacer otra cosa que quedarse ahí, en su lado de la orilla.

Leí La lluvia amarilla, de Julio Llamazares, hacia 1998, unos diez años después de su publicación. Para entonces, ya era uno de esos libros que había que leer. Recuerdo que me caló hondamente el lirismo de la novela. Ahora, tras asistir a la función teatral que la adapta, compruebo que solo recordaba una de las muchas caras de la obra; las otras me han asaltado durante la representación como un río desbordando los diques que lo contienen. 

Siempre había creído que mi destreza olfativa era razonablemente buena, incluso superior a la media, me atrevía a pensar, hasta que no hace mucho asistí a la mayor demostración de agudeza que jamás he visto en este campo, una suerte de superpoder, a mis ojos; una habilidad extrahumana, digna realmente de un sabueso o de un felino, como se verá.

Asiste uno a Género imposible, el espectáculo de Sílvia Pérez Cruz que ella misma ha ideado y dirige en las Naves del Español de Matadero. La honestidad obliga a reconocer que, salvo algunas canciones y, en particular, su disco Farsa (género imposible), que la artista toma como referencia para el montaje que comentamos, poco conocía quien esto escribe de la obra y el recorrido de la cantante.

La idea del multiverso, enormemente simplificada, proponeque la configuración de nuestro universo no tiene por qué ser la única existente. Puede que para nuestros descendientes la existencia de mundos paralelos esté tan asumida como la evolución de las especies o la teoría del big bang para nuestro tiempo.

Crea una corriente que se lleva por delante al lector y, de paso, la infancia de la protagonista. Lo hace con esa naturalidad que tienen los grandes narradores en primera persona. La buena artesanía literaria es como la de las buenas sillas, como la dirección de John Ford: no se piensa en ella, pero funciona.

Cuando los espectadores griegos veían una de sus tragedias, sentían tal compasión por el héroe que resultaban purificados por los extremos a los que el personaje se enfrentaba. Asistir al sufrimiento del protagonista y admirar la dignidad con que afrontaba su destino conmovía hondamente al espectador, que anidaba en su alma sentimientos de compasión y entereza. A este baño trágico lo llamaban los griegos catarsis. 

Se reconoce muy fácilmente que una grabación de vídeo tiene ciertos años. Aunque las imágenes sean en color, los vídeos caseros de los años 80, por ejemplo, están cubiertos de una especie de polvo que desvive los colores, difumina los contornos, robotiza los movimientos. Puede que lo mismo ocurra con los recuerdos, en realidad. 

No es lo mismo estar solo que sentirse solo. El verbo sentirse es de los llamados pronominales, lo que significa que necesita un pronombre para conjugarse (yo me siento…, tú te sientes…). Muchos de estos verbos pronominales expresan una acción o un estado que ocurre en el sujeto sin que este participe conscientemente de ella, como cuando decimos ella se cayó o él se avergonzó

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