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Elogio de la monotonía

Piedad Sánchez de la Fuente
Redacción
miércoles, 13 de febrero de 2008, 03:41 h (CET)
A veces nuestra vida nos aburre. “Siempre lo mismo” solemos comentar con aire de cansancio en las conversaciones con amigos, con familiares o con nosotros mismos.

Nos quejamos sin pensar, sin valorar positivamente lo normal de todos los días; el trabajo, la familia, el cansancio, la salud y las dificultades económicas –entre otras cosas-.

Sin embargo, cuando el trabajo falta o se vuelve problemático cuantas noches sin dormir y cuánta añoranza de la normalidad. Y si hay un problema en la familia cómo echamos de menos los días en que todo era placidez sin sorpresas, ni sobresaltos, cuando un suspenso del niño era lo que nos alteraba la vida. Y, si hablamos de salud, ante una enfermedad grave qué no daríamos por volver a la rutina del dolor de cabeza, de rodillas o el catarro persistente.

Lo que nos ocurre en el fondo, es que no valoramos ni la sencillez ni la grandeza de lo pequeño, del día a día. Parece como si tuviéramos vocación de héroes, pero a lo grande y, mientras soñamos con grandes cosas que nunca van a llegar a nuestra vida desperdiciamos nuestra verdadera vocación de héroes de lo pequeño, de héroes de lo que no tiene brillo ni espectáculo pero que remueve al mundo y lo hace funcionar.

La monotonía no existe, es un invento de nuestra mente cuando no le ponemos ilusión ni valentía a nuestro vivir diario. Los días nunca son iguales, aunque hagamos las mismas cosas siempre hay en ellos un matiz distinto que tenemos que descubrir a base de alegría y optimismo. Y, siendo realista, con los pies en el suelo, no podemos ser como Tartarin de Tarascón, ese personaje de los libros de caballerías que llenos de deseos de hacer cosas grandes a lo más que llegaba es a tratar de cazar leones en los pasillos de su casa. Eso nunca; nuestra vida puede ser normal y corriente pero, si sabemos encontrar la chispa que tiene cada día, nunca será vulgar. La vulgaridad no es hacer cosas corrientes. La vulgaridad es no llenar de espíritu esas cosas. La vida es dura, claro que sí, pero sentirnos fracasados porque no podemos cazar leones en los pasillos de nuestra casa ni siquiera en la selva africana, es no valorar todo lo positivo que nuestra existencia conlleva con ella misma. El relieve y lo extraordinario lo tenemos que poner nosotros con nuestra actitud diaria ante las dificultades y el sufrimiento de cada día, con esfuerzo y esperanza. Benditos sean los días aparentemente iguales y, si en algún momento vemos que la “monotonía” se nos cuela en el alma hay que sacarla fuera como algo falso, en realidad lo que se ha metido en el alma es el desamor por lo que somos y lo que tenemos.

Si todo esto va acompañado de Fe con mayúscula porque creemos y confiamos en Dios lo veremos en los aconteceres de la vida. Que no tenemos fe, también Dios está en nuestra vida, lo que ocurre es que no nos damos cuenta.

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Ya inmersos en la canícula, tal vez precisamos una pausa en nuestros afanes y tribulaciones habituales, un alivio en las cavilaciones para cargar pilas y lamer heridas. La lectura resulta útil en estas circunstancias, al menos para los que la practicamos como bálsamo y ungüento frente a desvaríos del pensamiento y tentaciones sectarias.

Introducen esa chispa dubitativa de obligada atención a la hora de tomar las decisiones. Salir de ese atolladero no siempre resulta fácil, las opciones se multiplican. La falta de resoluciones de carácter absoluto se convierte en un potente estímulo para continuar con la mente abierta en busca del verdadero progreso.

Acudo a la 33ª edición de “Arte Santander” y me dejo llevar. Me enfrento a las obras que allí se exponen: pintura, escultura, fotografía... Desmenuzo una para ver qué me trasmite e intento comunicarme, en ausencia, con el artista desde mi óptica de la recepción. Una vez analizada, busco el nombre que se le ha puesto en la cartela para completar lo sentido con el valor emitido desde la palabra y, entonces, surge el anodino e insustancial “Sin título”.

 
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