La aldea de Bibán se hunde en la vegetación que la sofoca. Arrodillado a sus pies, el despoblado pueblo de la Sierra de Guara, se encuentra del Alcanadre; que intenta confortarlo y le lava los pies y besa su peana con sumo cuidado. Pero él no le hace ni caso, está triste porque recuerda su pasado.
En el dedo anular, el torrente porta un anillo de gran tamaño. Con una esmeralda incrustada en donde nos damos un baño. Los engarces son de roca arenisca de un color tostado. Con incrustaciones de jade, de oro y plata salpicados. El orfebre, a base de años de paciente trabajo: con soplete, lima y tornillo, labró una canal a todo lo largo del peñasco. Por donde recogido pasa el santo líquido que cruza y se despeña ruidosamente en el charco. Hay que decir que el sol está muy enamorado de los canchales. Tanto es así, que arden los pedruscos al tocarlos.
Y al acariciar el agua el improvisado horno con su mano, se caldea el fluido y la cascada tibia rompe en los Ojos del río Alcanadre en donde nos estamos bañando. Ahora me explico de dónde sacaron el calentar el agua los romanos. |