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Igual que cualquier persona el poeta-escritor también es distinto a cada paso, cada segundo ya se ha vuelto antiguo, rezagado

El escritor del día no es el mismo al caer la noche

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Existe una teoría que afirma que hay personas que trabajan mejor por las tardes-noches que por el día. Da igual (para esta columna) que sea cierto o no. Lo que nos interesa es la visión que se tiene del poeta o el escritor romántico, aquel personaje que tiende a aislarse del mundo para trabajar en su siguiente obra maestra; a menudo ocurre que el libro tarda años en dejar el despacho que lo concibió, a menudo el autor reescribe su obra hasta que ya no queda nada de aquel primer borrador; la historia o la forma, el final o el inicio, pero, es indudable, que algo ha cambiado.


La imagen que en la mente colectiva se alza como símbolo de lo que debe ser un escritor tiene como escenario la noche; tal vez la vela, la pluma, la máquina de escribir o el libro físico como ideal de acompañantes. Veo a Paul Valery o a Goethe como escritores nocturnos, por ejemplo. Es obvio, tengo que decir, que Lope de Vega escribía durante el día (sino no habría podido escribir tanto) aunque tampoco lo tengo como escritor diurno, y ¿qué decir de Emily Dickinson?, se dice que a las 3 de la madrugada era el único momento en que había un silencio absoluto en casa, tiempo perfecto para escribir versos. La noche tan mística nos sigue seduciendo, diría que con más empeño ahora que gran parte de ella ha desaparecido gracias a las luces de la gran ciudad. Contemplar las estrellas, escribir a mano y leer un libro impreso se ha convertido en un fetiche, en un recuerdo, una escena solo vivida en los romances de Hollywood.


No entiendo muy bien porqué tengo más energía a partir de las 5 de la tarde (a lo mejor sea una reacción de mi cerebro al recuerdo de la noche, por ende, estimulante), lo cierto es que el día me es semejante a una ciudad sumida en la neblina, no puedo pensar, mucho menos crear; paso el día aletargado, como mal dormido; sin embargo, las 5 pm es una hora mágica que se extiende toda la tarde. Lo malo es que la vida empieza en la mañana y a las 5 la jornada debe acabar; eventos, familia, responsabilidades y reuniones empiezan a mi pesar a esa hora obligándome a dejar al escritor para ser primo, sobrino, hijo y amigo.


De vez en cuando, al no haber ninguna alianza, me embarco en una búsqueda, similar a cuando la emoción es demasiado fuerte, me vuelco en el papel, poco importan las faltas ortográficas, gramaticales, mucho menos, de estilo. Solo me vuelco. Lo interesante es que a la mañana siguiente ya no soy el mismo, todo se ha vuelto matutino y aletargado, la neblina vuelve a mi cabeza. Como dice Leonard Cohen en su poema “Libro de anhelo”: «Mi página estaba demasiado blanca/ mi tinta era demasiado fina / el día no escribía lo que la noche anotaba».


Igual que cualquier persona el poeta-escritor también es distinto a cada paso, cada segundo ya se ha vuelto antiguo, rezagado. Ponte a pensar por un momento: ¿Qué es el presente? Lo extraño es que siempre afirmamos que algo que pasó ayer ha quedado en el pasado, técnicamente hablando esta frase ya ha quedado en el pasado. Así que puedo afirmar que el escritor moribundo del día no es el mismo al caer la noche, con su vigor sostenido hasta que empieza un nuevo moribundo día.

El escritor del día no es el mismo al caer la noche

Igual que cualquier persona el poeta-escritor también es distinto a cada paso, cada segundo ya se ha vuelto antiguo, rezagado
Gabriel Lanswok
jueves, 19 de agosto de 2021, 13:13 h (CET)

Existe una teoría que afirma que hay personas que trabajan mejor por las tardes-noches que por el día. Da igual (para esta columna) que sea cierto o no. Lo que nos interesa es la visión que se tiene del poeta o el escritor romántico, aquel personaje que tiende a aislarse del mundo para trabajar en su siguiente obra maestra; a menudo ocurre que el libro tarda años en dejar el despacho que lo concibió, a menudo el autor reescribe su obra hasta que ya no queda nada de aquel primer borrador; la historia o la forma, el final o el inicio, pero, es indudable, que algo ha cambiado.


La imagen que en la mente colectiva se alza como símbolo de lo que debe ser un escritor tiene como escenario la noche; tal vez la vela, la pluma, la máquina de escribir o el libro físico como ideal de acompañantes. Veo a Paul Valery o a Goethe como escritores nocturnos, por ejemplo. Es obvio, tengo que decir, que Lope de Vega escribía durante el día (sino no habría podido escribir tanto) aunque tampoco lo tengo como escritor diurno, y ¿qué decir de Emily Dickinson?, se dice que a las 3 de la madrugada era el único momento en que había un silencio absoluto en casa, tiempo perfecto para escribir versos. La noche tan mística nos sigue seduciendo, diría que con más empeño ahora que gran parte de ella ha desaparecido gracias a las luces de la gran ciudad. Contemplar las estrellas, escribir a mano y leer un libro impreso se ha convertido en un fetiche, en un recuerdo, una escena solo vivida en los romances de Hollywood.


No entiendo muy bien porqué tengo más energía a partir de las 5 de la tarde (a lo mejor sea una reacción de mi cerebro al recuerdo de la noche, por ende, estimulante), lo cierto es que el día me es semejante a una ciudad sumida en la neblina, no puedo pensar, mucho menos crear; paso el día aletargado, como mal dormido; sin embargo, las 5 pm es una hora mágica que se extiende toda la tarde. Lo malo es que la vida empieza en la mañana y a las 5 la jornada debe acabar; eventos, familia, responsabilidades y reuniones empiezan a mi pesar a esa hora obligándome a dejar al escritor para ser primo, sobrino, hijo y amigo.


De vez en cuando, al no haber ninguna alianza, me embarco en una búsqueda, similar a cuando la emoción es demasiado fuerte, me vuelco en el papel, poco importan las faltas ortográficas, gramaticales, mucho menos, de estilo. Solo me vuelco. Lo interesante es que a la mañana siguiente ya no soy el mismo, todo se ha vuelto matutino y aletargado, la neblina vuelve a mi cabeza. Como dice Leonard Cohen en su poema “Libro de anhelo”: «Mi página estaba demasiado blanca/ mi tinta era demasiado fina / el día no escribía lo que la noche anotaba».


Igual que cualquier persona el poeta-escritor también es distinto a cada paso, cada segundo ya se ha vuelto antiguo, rezagado. Ponte a pensar por un momento: ¿Qué es el presente? Lo extraño es que siempre afirmamos que algo que pasó ayer ha quedado en el pasado, técnicamente hablando esta frase ya ha quedado en el pasado. Así que puedo afirmar que el escritor moribundo del día no es el mismo al caer la noche, con su vigor sostenido hasta que empieza un nuevo moribundo día.

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