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Etiquetas | Marlaska | Pedro Sánchez | Ministros | Dimisión | Gobierno de España | Ministerio del Interior
Estamos ante el Gobierno de España humillado ante un plato de segunda mesa y ante un ministro que, por respeto a la patria que debe servir y a sí mismo, debe reaccionar

Marlaska en el M.A.L.

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Cuando el anterior gobierno de Sánchez daba sus últimas boqueadas, apareció el ‘M.A.L.’. Un acrónimo hecho con las iniciales de los nombres de los ministros Marlaska, Ábalos y Laya, listos para pasar a la historia. Con ellos flotaban los ministros comunistas de Unidas Podemos, que resultaron intocables; Carmen Calvo y Celaá achicharradas por y con sus cosas; el quemado, frito con los indultos a catalanes, Campo. La andalusí ‘Mariaguesú’, lozana. Nadia Calviño aterrizando en la vicepresidencia primera. Duque, el astronauta, en modo y módulo de retorno. E Iceta, que dejaba Política Territorial para ir a Cultura y Deportes y echar a Uribes.


Mal que bien, las salidas y entradas de ministros pasaron el trance de la decisión o capricho de Pedro Sánchez. Excepto el M.A.L., de Marlaska, Ábalos y Laya, que relegó a un segundo plano lo demás. Hasta el motivo para el trasiego que usó Sánchez para justificarlo. Y que sonó a falso, porque es ilógico justificar cambios por la llegada de una recuperación económica en la que unos desconocidos podrían aventajar a los cesados.


Con opacidad propia de otras formas políticas y otras circunstancias, las razones o trolas de Sánchez intentaron la justificación del nuevo Gobierno. Pero sin explicar lo ocurrido con el trío M.A.L. Rehuido el tema y pasados unos días, Pedro Piqueras, el periodista, trató de aclarar el asunto en una entrevista con el presidente del gobierno en Telecinco. Pero éste, en vez de aclararlo, optó por un garbeo por los cerros de Úbeda. Una, dos, hasta tres veces insistió Piqueras, pero Sánchez se cerró en banda.


Ante la cerrazón, veamos hay en el M.A.L. Hagámoslo por partes:

Primero, el cese de Laya. Suave. Ha salido del Ministerio de Asuntos Exteriores, se dice, como consecuencia de sus decisiones frente a Marruecos. Disciplinada y educada, es hija de maestros, ha aceptado su salida. Sin más. 


Después, más cruda, la sustitución de Ábalos. Parece que motivada por su presencia, voluntaria o en obediencia, en el Aeropuerto de Barajas para atender, o lo que hiciera falta, a la vicepresidenta venezolana Delcy Rodríguez, figura del chavismo, bajo el prisma DEA-USA, y en una situación con más efectos e implicaciones que los conocidos. El ‘affaire Delcy’ ha sido un ejemplo de los enjuagues y marrones que le han tocado, o adjudicado, al también Secretario de Organización del PSOE. Tras el cese, con situaciones y modos no agradables, el ya exministro, locuaz normalmente, se ha perdido, escondido, en un mutismo impropio en él. Muy expresivo, demasiado, sigue expectante.


Por último veamos, no el cese, sino la permanencia de Marlaska en el nuevo Gobierno. Una presencia que, visto lo publicado, es cruel, vergonzosa y humillante. Para él y para todos. Se ha publicado, sin que se haya corregido o desmentido, que el Gobierno de España hoy tiene como ministro de Interior a Fernando Grande-Marlaska porque cuando Pedro Sánchez quiso dar la responsabilidad de ese ministerio a otro éste, desconocido aún, la rechazó. Por eso sigue Marlaska. Con lo que significa: el presidente del Gobierno no ha sabido ni podido guardar en secreto la persona que quería para ministro de Interior. 


El todavía hoy ministro sigue en el Gobierno porque ha habido alguien que ha rechazado el puesto de ministro sin que sepamos por qué (¿miedo a la responsabilidad; rechazo a la tarea de continuar, modificar o tapar lo hecho; desconfianza con el Presidente; alergia a los compañeros de gabinete, recelo para participar en una responsabilidad colectiva desconocida con efectos y consecuencias imprevistas?). Los motivos pueden ser amplios, y muy duros. Pero es incuestionable que Sánchez ha optado por un ‘plato de segunda mesa’ y ha obligado a España y al aún ministro a una posición absurda.


Podría entrarse en especulaciones. Son arriesgadas y peligrosas. Pero, aunque lo sean, convendría no obviarlas. Estamos ante el Gobierno de España humillado ante un plato de segunda mesa y ante un ministro que, por respeto a la patria que debe servir y a sí mismo, debe reaccionar.


Tras lo conocido, la dimisión de Marlaska es lógica y parece oportuna. Es digna, honra a España y puede servir. Aunque ya es tarde, también ayudaría buscar transparencia, informar a todos de las intenciones de Pedro Sánchez en relación con los cambios en el gobierno que pretendió e hizo, y poner al aire los enredos y enjuagues que benefician a unos, perjudican o otros y nos afectan a todos. Incluso a Marlaska en el M.A.L

Marlaska en el M.A.L.

Estamos ante el Gobierno de España humillado ante un plato de segunda mesa y ante un ministro que, por respeto a la patria que debe servir y a sí mismo, debe reaccionar
José Luis Heras Celemín
jueves, 22 de julio de 2021, 11:36 h (CET)

Cuando el anterior gobierno de Sánchez daba sus últimas boqueadas, apareció el ‘M.A.L.’. Un acrónimo hecho con las iniciales de los nombres de los ministros Marlaska, Ábalos y Laya, listos para pasar a la historia. Con ellos flotaban los ministros comunistas de Unidas Podemos, que resultaron intocables; Carmen Calvo y Celaá achicharradas por y con sus cosas; el quemado, frito con los indultos a catalanes, Campo. La andalusí ‘Mariaguesú’, lozana. Nadia Calviño aterrizando en la vicepresidencia primera. Duque, el astronauta, en modo y módulo de retorno. E Iceta, que dejaba Política Territorial para ir a Cultura y Deportes y echar a Uribes.


Mal que bien, las salidas y entradas de ministros pasaron el trance de la decisión o capricho de Pedro Sánchez. Excepto el M.A.L., de Marlaska, Ábalos y Laya, que relegó a un segundo plano lo demás. Hasta el motivo para el trasiego que usó Sánchez para justificarlo. Y que sonó a falso, porque es ilógico justificar cambios por la llegada de una recuperación económica en la que unos desconocidos podrían aventajar a los cesados.


Con opacidad propia de otras formas políticas y otras circunstancias, las razones o trolas de Sánchez intentaron la justificación del nuevo Gobierno. Pero sin explicar lo ocurrido con el trío M.A.L. Rehuido el tema y pasados unos días, Pedro Piqueras, el periodista, trató de aclarar el asunto en una entrevista con el presidente del gobierno en Telecinco. Pero éste, en vez de aclararlo, optó por un garbeo por los cerros de Úbeda. Una, dos, hasta tres veces insistió Piqueras, pero Sánchez se cerró en banda.


Ante la cerrazón, veamos hay en el M.A.L. Hagámoslo por partes:

Primero, el cese de Laya. Suave. Ha salido del Ministerio de Asuntos Exteriores, se dice, como consecuencia de sus decisiones frente a Marruecos. Disciplinada y educada, es hija de maestros, ha aceptado su salida. Sin más. 


Después, más cruda, la sustitución de Ábalos. Parece que motivada por su presencia, voluntaria o en obediencia, en el Aeropuerto de Barajas para atender, o lo que hiciera falta, a la vicepresidenta venezolana Delcy Rodríguez, figura del chavismo, bajo el prisma DEA-USA, y en una situación con más efectos e implicaciones que los conocidos. El ‘affaire Delcy’ ha sido un ejemplo de los enjuagues y marrones que le han tocado, o adjudicado, al también Secretario de Organización del PSOE. Tras el cese, con situaciones y modos no agradables, el ya exministro, locuaz normalmente, se ha perdido, escondido, en un mutismo impropio en él. Muy expresivo, demasiado, sigue expectante.


Por último veamos, no el cese, sino la permanencia de Marlaska en el nuevo Gobierno. Una presencia que, visto lo publicado, es cruel, vergonzosa y humillante. Para él y para todos. Se ha publicado, sin que se haya corregido o desmentido, que el Gobierno de España hoy tiene como ministro de Interior a Fernando Grande-Marlaska porque cuando Pedro Sánchez quiso dar la responsabilidad de ese ministerio a otro éste, desconocido aún, la rechazó. Por eso sigue Marlaska. Con lo que significa: el presidente del Gobierno no ha sabido ni podido guardar en secreto la persona que quería para ministro de Interior. 


El todavía hoy ministro sigue en el Gobierno porque ha habido alguien que ha rechazado el puesto de ministro sin que sepamos por qué (¿miedo a la responsabilidad; rechazo a la tarea de continuar, modificar o tapar lo hecho; desconfianza con el Presidente; alergia a los compañeros de gabinete, recelo para participar en una responsabilidad colectiva desconocida con efectos y consecuencias imprevistas?). Los motivos pueden ser amplios, y muy duros. Pero es incuestionable que Sánchez ha optado por un ‘plato de segunda mesa’ y ha obligado a España y al aún ministro a una posición absurda.


Podría entrarse en especulaciones. Son arriesgadas y peligrosas. Pero, aunque lo sean, convendría no obviarlas. Estamos ante el Gobierno de España humillado ante un plato de segunda mesa y ante un ministro que, por respeto a la patria que debe servir y a sí mismo, debe reaccionar.


Tras lo conocido, la dimisión de Marlaska es lógica y parece oportuna. Es digna, honra a España y puede servir. Aunque ya es tarde, también ayudaría buscar transparencia, informar a todos de las intenciones de Pedro Sánchez en relación con los cambios en el gobierno que pretendió e hizo, y poner al aire los enredos y enjuagues que benefician a unos, perjudican o otros y nos afectan a todos. Incluso a Marlaska en el M.A.L

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