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El griego que perdió la gracia de Europa

Alexis en el Parnaso

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Ya me disculparán si les digo que yo también estoy con Tsipras, líder de Syriza, de la que no sé hasta qué punto podemos asegurar que se trata de una coalición radical de izquierdas, pero así es. En un domingo sin fútbol, pero aun así bochornoso, nada me podía haber alegrado más ayer que la victoria del no en el referéndum heleno. Como suele suceder, ese intangible de la voluntad que llamamos empatía con el débil, que se da en todas las culturas también ha hallado acomodo en mi rudimentaria mente. De ahí mi jubilo, quiero pensar, porque el atisbo de intelecto que pueda subsistir en ese cúmulo de conexiones neuronales escasamente mielinizadas que tengo por PCU me preconizasen lo contrario.

Europa no se va a quedar con las manos cruzadas, a la espera de que el pueblo heleno le chulee una respuesta que, me siento capaz de adelantar, no será sin duda la que éste espera sino cualquier otra, mucho menos solidaria. Ni la Merkel, así como cualquier otro líder europeo con cierto poder en el viejo continente, pero sobre todo la canciller alemana, está por la labor de ceder ni un milímetro la postura disciplinada que han adoptado tanto ella como los que la siguen en su lucha sin cuartel por recuperar la colosal suma que le deben los helenos.

No hay perdón de la deuda que valga, insiste en proclamar a los cuatro vientos la teutona, como si su país no hubiese necesitado nunca de la comprensión de los que ahora son sus socios en la Unión. Alemania ya no se acuerda de la colosal deuda que adquirió por seguir hasta el infierno al dictador más sanguinario que han visto los siglos, ni del jugoso montante que se le condonó de ella por los países acreedores, Grecia entre ellos, para que el país teutón pudiese salir de aquel agujero al que le llevo la locura de Adolf Hitler.

Alexis en el Parnaso

El griego que perdió la gracia de Europa
Francisco J. Caparrós
lunes, 6 de julio de 2015, 22:11 h (CET)
Ya me disculparán si les digo que yo también estoy con Tsipras, líder de Syriza, de la que no sé hasta qué punto podemos asegurar que se trata de una coalición radical de izquierdas, pero así es. En un domingo sin fútbol, pero aun así bochornoso, nada me podía haber alegrado más ayer que la victoria del no en el referéndum heleno. Como suele suceder, ese intangible de la voluntad que llamamos empatía con el débil, que se da en todas las culturas también ha hallado acomodo en mi rudimentaria mente. De ahí mi jubilo, quiero pensar, porque el atisbo de intelecto que pueda subsistir en ese cúmulo de conexiones neuronales escasamente mielinizadas que tengo por PCU me preconizasen lo contrario.

Europa no se va a quedar con las manos cruzadas, a la espera de que el pueblo heleno le chulee una respuesta que, me siento capaz de adelantar, no será sin duda la que éste espera sino cualquier otra, mucho menos solidaria. Ni la Merkel, así como cualquier otro líder europeo con cierto poder en el viejo continente, pero sobre todo la canciller alemana, está por la labor de ceder ni un milímetro la postura disciplinada que han adoptado tanto ella como los que la siguen en su lucha sin cuartel por recuperar la colosal suma que le deben los helenos.

No hay perdón de la deuda que valga, insiste en proclamar a los cuatro vientos la teutona, como si su país no hubiese necesitado nunca de la comprensión de los que ahora son sus socios en la Unión. Alemania ya no se acuerda de la colosal deuda que adquirió por seguir hasta el infierno al dictador más sanguinario que han visto los siglos, ni del jugoso montante que se le condonó de ella por los países acreedores, Grecia entre ellos, para que el país teutón pudiese salir de aquel agujero al que le llevo la locura de Adolf Hitler.

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