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Llantos entrañables

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Mientras disfrutamos de las cosas, tendemos a no valorarlas debidamente. Es la pérdida la que incrementa el valor de lo perdido. Lloramos cuando ya es tarde, no encontramos las piezas importantes, perdimos su rastro; el lamento no suple las ausencias, si acaso agranda sus efectos. Al menos de vez en cuando, convienen las lloreras como ESTÍMULOS enérgicos para el renacimiento de la sabiduría practicante de una valoración adecuada de las estupendas circunstancias que nos acompañen. El salero de los contrastes encierra enseñanzas ni siquiera entrevistas con los andares monótonos.

Avisados de la dispersión reinante, la sufrimos bajo las evasivas relaciones practicadas por los diferentes grupos humanos, en una acumulación nefasta de despropósitos. Elegimos distanciamientos crueles, mientras disponemos de mecanismos excelentes para la comunicación. El mal uso nos carga de responsabilidades, pero no hacemos caso, insistimos en las expresiones equivocadas. Desde tiempos inmemoriales nos acompaña el LENGUAJE en sus diversos términos, gestos, palabras, actitudes. Despreciamos los mensajes solidarios, en una degradación progresiva de los significados de las expresiones. Echamos en falta esa versión entrañable de los contenidos, la amable franqueza en la comunicación.

La despreocupación acentúa los débiles conexiones con los verdaderos sentimientos personales. La implicación desaparece, pasando las personas a simples registros en los listados correspondientes (Hacienda, parados, votantes, visitantes, tarjetas bancarias…). La sencillez de llamar a cada cosa por su nombre quedó emborronada a la vista de los propios interesados. El DESINTERÉS nunca fue un revulsivo corrector. Seguiremos hablando sin conocer mínimamente a que nos estamos refiriendo (Vida, qué vida, ética, moral, progreso, …); en una desconexión suicida, abocados a las intemperancias de los agresivos.

Es curioso como atendemos a los enigmas, misterios, teorías enrevesadas e incluso suposiciones fantasiosas; mientras permanecemos impasibles, sordos y ciegos, ante las evidencias COTIDIANAS, que suelen ser retratos muy expresivos de las esencias que llevamos por dentro. Embaucados por ciertas artimañas, escapamos de la propia realidad hacia linderos impersonales de feo cariz. Sin embargo, el silenciamiento de las situaciones habituales pone de manifiesto las grandes miserias de las conductas escogidas. ¿Seguiremos mirando hacia otro lado? Aunque lo hagamos, el clamor de las personas involucradas subsiste inexorable pese a los desdenes ajenos.

En esto de lo cotidiano cometemos un error conceptual con las consiguientes repercusiones desfavorables, que lamentamos demasiado tarde. Mencionamos el bien común, incluso citamos bienes universales que lo sean para todos; como si la pelea particular con las trabas diarias (Laborales, afectivas, desprecios y abusos) fueran una ocupación de segundo orden. Pienso que la primera ley con señas de universal, debiera ser LIBERADORA de lo que significa cada persona. Sin las personas activadas, en qué universo estaremos pensando. O, con muchas personas sí y con otras no, en umalentendido perverso. El plan general es utilizado como tapadera de los abusos, que dicho sea de paso desvirtuan el plan.

En una experiencia íntima, articulada en las honduras de cada individuo, percibimos la inminencia de los SILENCIOS tensos. Habremos comprobado como inclinaron la balanza a la vertiente de la inacción o por el contrario a las manifestaciones de diverso pelaje. Forman parte de los mecanismos decisivos e inquietantes. En ambas orientaciones emergen aciertos y errores. A cada uno de nosotros nos han surgido lamentos por lo que callamos indebidamente, como también arrepentimientos por acciones improcedentes; según hubiéramos salido de las mencionadas tensiones internas. Somos dependientes de los silencios, cuya administración descuidamos y comprendemos mal.

Al estilo de Walt Whitman, hemos de convertirnos en transformadores; hemos de ser osados, para traducir los llantos y lamentos en una lengua nueva de mayores satisfacciones. ¿Cuál sería ese lenguaje? Sin duda, aquel capaz de implicarnos en la búsqueda INCONFORMISTA de las oportunas rebeldías frente a las apisonadoras externas y el desinterés interior. Los ambientes sombríos no son el único componente natural. Empezando por el suspiro, apoyados por las maravillas naturales y decididos en el empeño, lucharemos por otras luces, como bosquejo en el siguiente soneto:

Vino la luz
Habitamos dentro de sitios sombríos,
Atemorizados por muchas angustias.
Desperdigados van nuestros navíos,
Botando surcan las olas bravías.

Durante los menesterosos días,
Amanece entre los extravíos;
Con las más fabulosas melodías
Henchidas por irregulares trinos.

El suspiro descubrió nuevas vías
Salpicadas de múltiples hallazgos,
Sugestivas de las más bellas porfías.

Al principio dominan los amagos,
Exigiendo las mejores energías,
Generadoras de los entusiasmos.

El hecho de la deriva social abocada a unos lenguajes degradantes y agresivos, insolidarios y crueles; sólo demuestra la presencia de otras opciones. Porque esa libertad de elección existe, queda bien demostrado. Lo asombroso de las PREFERENCIAS. El sino de dichas libertades lo llevamos encima, estamos configurados para el debate permanente, alejados de las pretendidas soluciones fijadas de antemano. Por eso mismo, destaca por el lado malo el conformismo comodón plegado a los dictámenes abusivos de los dominadores de turno. Los camuflajes de votos e ideologías, propagandas y sobornos, no parecen engaños suficientes, pero cuelan para sus faenas.

La pasión por el arte de vivir difiere del vivir como sea. Aunque la estupidez es potente, logra confundir la excelencia artística con la excitación incontrolada. Por eso necesitamos de buenos TRADUCTORES, para convertir el lenguaje displicente de rasgos traicioneros, en un semillero de aportaciones con ánimo de intercambios benefactores. ¿Habrá suficientes traductores? Por si acaso deberemos aplicarnos en la tarea.

Llantos entrañables

Rafael Pérez Ortolá
viernes, 29 de mayo de 2015, 07:38 h (CET)
Mientras disfrutamos de las cosas, tendemos a no valorarlas debidamente. Es la pérdida la que incrementa el valor de lo perdido. Lloramos cuando ya es tarde, no encontramos las piezas importantes, perdimos su rastro; el lamento no suple las ausencias, si acaso agranda sus efectos. Al menos de vez en cuando, convienen las lloreras como ESTÍMULOS enérgicos para el renacimiento de la sabiduría practicante de una valoración adecuada de las estupendas circunstancias que nos acompañen. El salero de los contrastes encierra enseñanzas ni siquiera entrevistas con los andares monótonos.

Avisados de la dispersión reinante, la sufrimos bajo las evasivas relaciones practicadas por los diferentes grupos humanos, en una acumulación nefasta de despropósitos. Elegimos distanciamientos crueles, mientras disponemos de mecanismos excelentes para la comunicación. El mal uso nos carga de responsabilidades, pero no hacemos caso, insistimos en las expresiones equivocadas. Desde tiempos inmemoriales nos acompaña el LENGUAJE en sus diversos términos, gestos, palabras, actitudes. Despreciamos los mensajes solidarios, en una degradación progresiva de los significados de las expresiones. Echamos en falta esa versión entrañable de los contenidos, la amable franqueza en la comunicación.

La despreocupación acentúa los débiles conexiones con los verdaderos sentimientos personales. La implicación desaparece, pasando las personas a simples registros en los listados correspondientes (Hacienda, parados, votantes, visitantes, tarjetas bancarias…). La sencillez de llamar a cada cosa por su nombre quedó emborronada a la vista de los propios interesados. El DESINTERÉS nunca fue un revulsivo corrector. Seguiremos hablando sin conocer mínimamente a que nos estamos refiriendo (Vida, qué vida, ética, moral, progreso, …); en una desconexión suicida, abocados a las intemperancias de los agresivos.

Es curioso como atendemos a los enigmas, misterios, teorías enrevesadas e incluso suposiciones fantasiosas; mientras permanecemos impasibles, sordos y ciegos, ante las evidencias COTIDIANAS, que suelen ser retratos muy expresivos de las esencias que llevamos por dentro. Embaucados por ciertas artimañas, escapamos de la propia realidad hacia linderos impersonales de feo cariz. Sin embargo, el silenciamiento de las situaciones habituales pone de manifiesto las grandes miserias de las conductas escogidas. ¿Seguiremos mirando hacia otro lado? Aunque lo hagamos, el clamor de las personas involucradas subsiste inexorable pese a los desdenes ajenos.

En esto de lo cotidiano cometemos un error conceptual con las consiguientes repercusiones desfavorables, que lamentamos demasiado tarde. Mencionamos el bien común, incluso citamos bienes universales que lo sean para todos; como si la pelea particular con las trabas diarias (Laborales, afectivas, desprecios y abusos) fueran una ocupación de segundo orden. Pienso que la primera ley con señas de universal, debiera ser LIBERADORA de lo que significa cada persona. Sin las personas activadas, en qué universo estaremos pensando. O, con muchas personas sí y con otras no, en umalentendido perverso. El plan general es utilizado como tapadera de los abusos, que dicho sea de paso desvirtuan el plan.

En una experiencia íntima, articulada en las honduras de cada individuo, percibimos la inminencia de los SILENCIOS tensos. Habremos comprobado como inclinaron la balanza a la vertiente de la inacción o por el contrario a las manifestaciones de diverso pelaje. Forman parte de los mecanismos decisivos e inquietantes. En ambas orientaciones emergen aciertos y errores. A cada uno de nosotros nos han surgido lamentos por lo que callamos indebidamente, como también arrepentimientos por acciones improcedentes; según hubiéramos salido de las mencionadas tensiones internas. Somos dependientes de los silencios, cuya administración descuidamos y comprendemos mal.

Al estilo de Walt Whitman, hemos de convertirnos en transformadores; hemos de ser osados, para traducir los llantos y lamentos en una lengua nueva de mayores satisfacciones. ¿Cuál sería ese lenguaje? Sin duda, aquel capaz de implicarnos en la búsqueda INCONFORMISTA de las oportunas rebeldías frente a las apisonadoras externas y el desinterés interior. Los ambientes sombríos no son el único componente natural. Empezando por el suspiro, apoyados por las maravillas naturales y decididos en el empeño, lucharemos por otras luces, como bosquejo en el siguiente soneto:

Vino la luz
Habitamos dentro de sitios sombríos,
Atemorizados por muchas angustias.
Desperdigados van nuestros navíos,
Botando surcan las olas bravías.

Durante los menesterosos días,
Amanece entre los extravíos;
Con las más fabulosas melodías
Henchidas por irregulares trinos.

El suspiro descubrió nuevas vías
Salpicadas de múltiples hallazgos,
Sugestivas de las más bellas porfías.

Al principio dominan los amagos,
Exigiendo las mejores energías,
Generadoras de los entusiasmos.

El hecho de la deriva social abocada a unos lenguajes degradantes y agresivos, insolidarios y crueles; sólo demuestra la presencia de otras opciones. Porque esa libertad de elección existe, queda bien demostrado. Lo asombroso de las PREFERENCIAS. El sino de dichas libertades lo llevamos encima, estamos configurados para el debate permanente, alejados de las pretendidas soluciones fijadas de antemano. Por eso mismo, destaca por el lado malo el conformismo comodón plegado a los dictámenes abusivos de los dominadores de turno. Los camuflajes de votos e ideologías, propagandas y sobornos, no parecen engaños suficientes, pero cuelan para sus faenas.

La pasión por el arte de vivir difiere del vivir como sea. Aunque la estupidez es potente, logra confundir la excelencia artística con la excitación incontrolada. Por eso necesitamos de buenos TRADUCTORES, para convertir el lenguaje displicente de rasgos traicioneros, en un semillero de aportaciones con ánimo de intercambios benefactores. ¿Habrá suficientes traductores? Por si acaso deberemos aplicarnos en la tarea.

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