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Pepa es una de esas madres coraje de la posguerra

Pepa

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Hasta el último tercio del siglo XX no se le ocurrió a los padres y padrinos de entonces el ponerle los nombrecitos que se han puesto de moda y que, a veces, no sabemos si están llamando a un niño, un animal o un electrodoméstico. Pero ese es otro tema a debatir.


Mi madre se llamaba Pepa, así, a secas. Cuando fue abuela por primera vez decidió que a partir de entonces solo la llamáramos Madre. Y así lo hicimos. Su sencillo nombre no le impidió llenar su vida con el matrimonio, la maternidad, el magisterio y la viudez activa  durante muchos años. Su espíritu era tan contundente como su nombre. Forjada en una juventud vivida en medio de la guerra incivil, unos estudios de magisterios culminados en Julio del 36 y  un paso a la madurez del matrimonio dentro de una España pobre. Tuvo que adaptarse a las circunstancias de la vida en una Andalucía del estraperlo y la falta de medios generalizada.


Quedó viuda con poco más de cincuenta años y volvió a su magisterio abandonado por las circunstancias de ser esposa y madre. Entonces pudo disfrutar de la libertad que otorga el recibir un sueldo cada mes sin depender del marido o de los hijos. Salir de una vida marcada por la emigración y el comienzo incierto de una etapa en otra ciudad. Su actividad de maestra le permitió salir de una generación de mujeres adocenadas en la cocina, las penas o la costura. Una generación de mujeres con una dependencia impuesta por las costumbres y la falta de medios.


Mi madre, Pepa Cleries, Madre, fue una buena noticia para su familia de origen y para la que creó con mi padre. Supongo que como todas las madres… salvo aquellas que renuncian a serlo por egoísmo o presumen de ser malas madres en las redes sociales. No entiendo como proclaman a voz en grito su incapacidad de amar y son un pésimo ejemplo para las generaciones futuras.


Hace ya muchos años, demasiados, que perdí a mi madre. La tengo en el cielo y sus cenizas, junto a la Virgen de la Esperanza. Pero raro es el día en que viendo a mis hijos y nietos no viene a mi mente y a mi presencia su figura de madre enamorada de sus hijos. Como todas. Las madres, por el solo hecho de serlo, son una buena noticia.


Montes

Pepa

Pepa es una de esas madres coraje de la posguerra
Manuel Montes Cleries
martes, 4 de mayo de 2021, 04:03 h (CET)

Hasta el último tercio del siglo XX no se le ocurrió a los padres y padrinos de entonces el ponerle los nombrecitos que se han puesto de moda y que, a veces, no sabemos si están llamando a un niño, un animal o un electrodoméstico. Pero ese es otro tema a debatir.


Mi madre se llamaba Pepa, así, a secas. Cuando fue abuela por primera vez decidió que a partir de entonces solo la llamáramos Madre. Y así lo hicimos. Su sencillo nombre no le impidió llenar su vida con el matrimonio, la maternidad, el magisterio y la viudez activa  durante muchos años. Su espíritu era tan contundente como su nombre. Forjada en una juventud vivida en medio de la guerra incivil, unos estudios de magisterios culminados en Julio del 36 y  un paso a la madurez del matrimonio dentro de una España pobre. Tuvo que adaptarse a las circunstancias de la vida en una Andalucía del estraperlo y la falta de medios generalizada.


Quedó viuda con poco más de cincuenta años y volvió a su magisterio abandonado por las circunstancias de ser esposa y madre. Entonces pudo disfrutar de la libertad que otorga el recibir un sueldo cada mes sin depender del marido o de los hijos. Salir de una vida marcada por la emigración y el comienzo incierto de una etapa en otra ciudad. Su actividad de maestra le permitió salir de una generación de mujeres adocenadas en la cocina, las penas o la costura. Una generación de mujeres con una dependencia impuesta por las costumbres y la falta de medios.


Mi madre, Pepa Cleries, Madre, fue una buena noticia para su familia de origen y para la que creó con mi padre. Supongo que como todas las madres… salvo aquellas que renuncian a serlo por egoísmo o presumen de ser malas madres en las redes sociales. No entiendo como proclaman a voz en grito su incapacidad de amar y son un pésimo ejemplo para las generaciones futuras.


Hace ya muchos años, demasiados, que perdí a mi madre. La tengo en el cielo y sus cenizas, junto a la Virgen de la Esperanza. Pero raro es el día en que viendo a mis hijos y nietos no viene a mi mente y a mi presencia su figura de madre enamorada de sus hijos. Como todas. Las madres, por el solo hecho de serlo, son una buena noticia.


Montes

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