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Etiquetas | Cartas a un ex guerrillero
Sor Clara Tricio

El dechado de la sabiduría

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Querido Efraín: En nosotros, y en todos los seres humanos, hay una imagen creada de la Sabiduría eterna. Por ello, Nuestro Señor Jesucristo, quien es la verdadera Sabiduría del que todo procede, contemplando las criaturas como una imagen de su propio ser, exclama: “El Señor me estableció al comienzo de sus obras”. En efecto, el Señor considera toda la sabiduría que hay y se manifiesta en nosotros como algo que pertenece a su propio ser.

Pero esto, no porque el Creador de todas las cosas sea él mismo creado, sino porque él contempla sus criaturas como una imagen creada de su propio ser. Ésta es la razón por la que afirmó también el Señor: “El que os recibe a vosotros me recibe a mí”. Pues, aunque él no forma parte de la creación, sin embargo, en las obras de sus manos hay como una impronta y una imagen de su mismo ser, y por ello, como si se tratara de sí mismo, afirma: “El Señor me estableció al principio de sus tareas, al comienzo de sus obras”.

Por esta razón, precisamente, la impronta de la sabiduría divina ha quedado impresa en las obras de la creación: para que el mundo, reconociendo en esta sabiduría al Verbo, el Hijo de Dios, su Creador, llegue por él al conocimiento del Padre. Es esto lo que enseña el apóstol san Pablo: “Lo que puede conocerse de Dios lo tienen a la vista: Dios mismo se lo ha puesto delante”. Desde la creación del mundo, sus perfecciones invisibles son visibles para la mente que penetra en sus obras. Por esto, el Verbo, en cuanto tal, de ninguna manera es criatura, sino el arquetipo de aquella sabiduría de la cual se afirma que existe y que está realmente en nosotros.

Los que no quieren admitir lo dicho deben responder a esta pregunta: ¿Existe o no alguna clase de sabiduría en las criaturas? Si nos dicen que no existe, ¿por qué argumenta san Pablo diciendo que, en la sabiduría de Dios, el mundo no lo conoció por el camino de la sabiduría? Y, si no existe ninguna sabiduría en las criaturas, ¿cómo es que la Escritura alude a tan gran número de sabios? Pues en ella se afirma: El sabio es cauto y se aparta del mal y con sabiduría se construye una casa.

Y dice también el libro del Eclesiastés: “La sabiduría serena el rostro del hombre”; y el mismo autor increpa a los temerarios con estas palabras: “No preguntes, ¿por qué tiempos pasados eran mejores que los de ahora?" Eso no lo pregunta un sabio.

Que exista la sabiduría en las cosas creadas queda patente también por las palabras del hijo de Sirac: “La derramó sobre todas sus obras, la repartió entre los vivientes según su generosidad se la regaló a los que lo temen”; pero, esta efusión de sabiduría no se refiere, en manera alguna al que es la misma Sabiduría por naturaleza, el cual existe en sí mismo y es el Hijo Único de Dios, sino más bien aquella sabiduría que aparece como su reflejo en las obras de la creación. ¿Por qué, pues, vamos a pensar que es imposible que la misma Sabiduría creadora, cuyos reflejos constituyen la sabiduría y la ciencia derramadas en la creación, diga de sí misma: ¿El Señor me estableció al comienzo de sus obras? No hay que decir, sin embargo, que la sabiduría que hay en el mundo sea “creadora”; ella por el contrario, ha sido creada, según aquello del salmo: “El cielo proclama la gloria de Dios, el firmamento pregona la obra de sus manos”.

Os envío los mejores deseos, y con la esperanza de que sigáis todos bien, recibir un cariñoso saludo, CTA.

El dechado de la sabiduría

Sor Clara Tricio
Sor Clara Tricio
lunes, 12 de noviembre de 2007, 02:43 h (CET)
Querido Efraín: En nosotros, y en todos los seres humanos, hay una imagen creada de la Sabiduría eterna. Por ello, Nuestro Señor Jesucristo, quien es la verdadera Sabiduría del que todo procede, contemplando las criaturas como una imagen de su propio ser, exclama: “El Señor me estableció al comienzo de sus obras”. En efecto, el Señor considera toda la sabiduría que hay y se manifiesta en nosotros como algo que pertenece a su propio ser.

Pero esto, no porque el Creador de todas las cosas sea él mismo creado, sino porque él contempla sus criaturas como una imagen creada de su propio ser. Ésta es la razón por la que afirmó también el Señor: “El que os recibe a vosotros me recibe a mí”. Pues, aunque él no forma parte de la creación, sin embargo, en las obras de sus manos hay como una impronta y una imagen de su mismo ser, y por ello, como si se tratara de sí mismo, afirma: “El Señor me estableció al principio de sus tareas, al comienzo de sus obras”.

Por esta razón, precisamente, la impronta de la sabiduría divina ha quedado impresa en las obras de la creación: para que el mundo, reconociendo en esta sabiduría al Verbo, el Hijo de Dios, su Creador, llegue por él al conocimiento del Padre. Es esto lo que enseña el apóstol san Pablo: “Lo que puede conocerse de Dios lo tienen a la vista: Dios mismo se lo ha puesto delante”. Desde la creación del mundo, sus perfecciones invisibles son visibles para la mente que penetra en sus obras. Por esto, el Verbo, en cuanto tal, de ninguna manera es criatura, sino el arquetipo de aquella sabiduría de la cual se afirma que existe y que está realmente en nosotros.

Los que no quieren admitir lo dicho deben responder a esta pregunta: ¿Existe o no alguna clase de sabiduría en las criaturas? Si nos dicen que no existe, ¿por qué argumenta san Pablo diciendo que, en la sabiduría de Dios, el mundo no lo conoció por el camino de la sabiduría? Y, si no existe ninguna sabiduría en las criaturas, ¿cómo es que la Escritura alude a tan gran número de sabios? Pues en ella se afirma: El sabio es cauto y se aparta del mal y con sabiduría se construye una casa.

Y dice también el libro del Eclesiastés: “La sabiduría serena el rostro del hombre”; y el mismo autor increpa a los temerarios con estas palabras: “No preguntes, ¿por qué tiempos pasados eran mejores que los de ahora?" Eso no lo pregunta un sabio.

Que exista la sabiduría en las cosas creadas queda patente también por las palabras del hijo de Sirac: “La derramó sobre todas sus obras, la repartió entre los vivientes según su generosidad se la regaló a los que lo temen”; pero, esta efusión de sabiduría no se refiere, en manera alguna al que es la misma Sabiduría por naturaleza, el cual existe en sí mismo y es el Hijo Único de Dios, sino más bien aquella sabiduría que aparece como su reflejo en las obras de la creación. ¿Por qué, pues, vamos a pensar que es imposible que la misma Sabiduría creadora, cuyos reflejos constituyen la sabiduría y la ciencia derramadas en la creación, diga de sí misma: ¿El Señor me estableció al comienzo de sus obras? No hay que decir, sin embargo, que la sabiduría que hay en el mundo sea “creadora”; ella por el contrario, ha sido creada, según aquello del salmo: “El cielo proclama la gloria de Dios, el firmamento pregona la obra de sus manos”.

Os envío los mejores deseos, y con la esperanza de que sigáis todos bien, recibir un cariñoso saludo, CTA.

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