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Etiquetas | Cartas a un ex guerrillero
Sor Clara Tricio

Una sola meta

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Querido Efraín: Quien es de Cristo es una criatura nueva; lo antiguo ha pasado.


Sabemos que se llama nueva criatura a la que ha sido habitada por el Espíritu de Dios, con el corazón purificado y por la contrición llena de humildad. Pues, cuando la voluntad detesta el pecado y se entrega, según sus posibilidades, a la prosecución de las virtudes, viviendo la misma vida en que le instruye ese Espíritu, acoge en sí la gracia y queda totalmente renovada y restaurada.

Ahora bien, el enemigo de nuestra alma tiende muchas trampas ante nuestros pasos, y la naturaleza humana es, de por sí, demasiado débil para conseguir la victoria sobre semejante enemigo.

Por todo ello, el Apóstol quiere que nos revistamos con armas celestiales: “Abrochaos el cinturón de la verdad, Por coraza poneos la justicia -dice-, bien calzados para estar dispuestos a vivir y anunciar el Evangelio de la paz”. ¿Te das cuenta de cuáles son los instrumentos de salvación indicados por el Apóstol? Todos ellos nos ayudan a caminar por una única senda y nos conducen a una sola meta. Con ellos se avanza fácilmente por aquel camino de vida que lleva al perfecto cumplimiento de los preceptos divinos. El mismo Apóstol dice también en otro lugar: “Corramos en la carrera que nos toca, sin retirarnos, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe: Jesús”.

Es necesario que aquel que desprecia las grandezas de este mundo y renuncia a su gloria vana, renuncie también a anteponer sus propias exigencias.

Renunciar a la propia vida significa no buscar nunca la propia voluntad, sino la voluntad de Dios y hacer del querer divino la norma única de la propia conducta; significa, también, renunciar al deseo de poseer cualquier cosa que no sea imprescindible o común. Quien así obra se encontrará más libre y dispuesto para hacer lo que el mismo Espíritu le demande, realizándolo prontamente con alegría y con esperanza, como corresponde a un servidor de Cristo, redimido para la Eternidad. Esto es precisamente lo que desea también el Señor, cuando dice: “El que quiera ser grande y primero entre vosotros, que sea el último y esclavo de todos”.

Este servicio hacia los hombres debe ser ciertamente desinteresado, y el que se consagra a ello debe sentirse sometido a todos y servir a los hermanos como si fuera deudor de cada uno de ellos. En efecto, es conveniente que quienes están al frente de sus hermanos se esfuercen más que los demás en trabajar por el bien ajeno, se muestren más sumisos y, a la manera de un siervo, gasten su vida en bien de los demás, pensando que los hermanos son en realidad como un tesoro que pertenece a Dios y que Dios ha colocado bajo su cuidado.

Si de esta manera vivimos, llenos de afecto los unos para con los otros, si los súbditos cumplen con los decretos y mandatos, y los maestros se entregan con interés al perfeccionamiento de los hermanos, si procuramos tener mutuamente el debido respeto, vuestra vida, ya en este mundo, será semejante a la de los ángeles en el cielo.

Os envío los mejores deseos, y con la esperanza de que sigáis todos bien, recibir un cariñoso saludo, CTA.

Una sola meta

Sor Clara Tricio
Sor Clara Tricio
domingo, 23 de septiembre de 2007, 22:06 h (CET)
Querido Efraín: Quien es de Cristo es una criatura nueva; lo antiguo ha pasado.


Sabemos que se llama nueva criatura a la que ha sido habitada por el Espíritu de Dios, con el corazón purificado y por la contrición llena de humildad. Pues, cuando la voluntad detesta el pecado y se entrega, según sus posibilidades, a la prosecución de las virtudes, viviendo la misma vida en que le instruye ese Espíritu, acoge en sí la gracia y queda totalmente renovada y restaurada.

Ahora bien, el enemigo de nuestra alma tiende muchas trampas ante nuestros pasos, y la naturaleza humana es, de por sí, demasiado débil para conseguir la victoria sobre semejante enemigo.

Por todo ello, el Apóstol quiere que nos revistamos con armas celestiales: “Abrochaos el cinturón de la verdad, Por coraza poneos la justicia -dice-, bien calzados para estar dispuestos a vivir y anunciar el Evangelio de la paz”. ¿Te das cuenta de cuáles son los instrumentos de salvación indicados por el Apóstol? Todos ellos nos ayudan a caminar por una única senda y nos conducen a una sola meta. Con ellos se avanza fácilmente por aquel camino de vida que lleva al perfecto cumplimiento de los preceptos divinos. El mismo Apóstol dice también en otro lugar: “Corramos en la carrera que nos toca, sin retirarnos, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe: Jesús”.

Es necesario que aquel que desprecia las grandezas de este mundo y renuncia a su gloria vana, renuncie también a anteponer sus propias exigencias.

Renunciar a la propia vida significa no buscar nunca la propia voluntad, sino la voluntad de Dios y hacer del querer divino la norma única de la propia conducta; significa, también, renunciar al deseo de poseer cualquier cosa que no sea imprescindible o común. Quien así obra se encontrará más libre y dispuesto para hacer lo que el mismo Espíritu le demande, realizándolo prontamente con alegría y con esperanza, como corresponde a un servidor de Cristo, redimido para la Eternidad. Esto es precisamente lo que desea también el Señor, cuando dice: “El que quiera ser grande y primero entre vosotros, que sea el último y esclavo de todos”.

Este servicio hacia los hombres debe ser ciertamente desinteresado, y el que se consagra a ello debe sentirse sometido a todos y servir a los hermanos como si fuera deudor de cada uno de ellos. En efecto, es conveniente que quienes están al frente de sus hermanos se esfuercen más que los demás en trabajar por el bien ajeno, se muestren más sumisos y, a la manera de un siervo, gasten su vida en bien de los demás, pensando que los hermanos son en realidad como un tesoro que pertenece a Dios y que Dios ha colocado bajo su cuidado.

Si de esta manera vivimos, llenos de afecto los unos para con los otros, si los súbditos cumplen con los decretos y mandatos, y los maestros se entregan con interés al perfeccionamiento de los hermanos, si procuramos tener mutuamente el debido respeto, vuestra vida, ya en este mundo, será semejante a la de los ángeles en el cielo.

Os envío los mejores deseos, y con la esperanza de que sigáis todos bien, recibir un cariñoso saludo, CTA.

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