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​Distintas son las consideraciones sobre la oportunidad de votar, no votar o el sentido del voto

Suprimir elecciones, votar o no votar

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Pandemia, crisis sanitaria y peligro. Contagios, colectivos en riesgo de mayores, embarazadas y patologías añadidas frente al virus. Recuentos de infectados y hospitalizados. Letalidad incluso. Miedo. Convocadas las Elecciones Catalanas, hay miedo, una perturbación angustiosa de ánimo, que va a condicionar el voto y alterar el resultado electoral. Frente a él, hay dos decisiones: La colectiva, para suprimir o posponer elecciones, que decide la autoridad facultada para hacerlo. Y la individual, de cada uno, para votar o no votar.

No es ésta la primera situación en que en España y ante unas elecciones hay miedo. Hubo una anterior, en las Elecciones Generales del 14 de marzo de 2004, en la que los electores fueron a las urnas con el ánimo angustiado por los ataques terroristas del 11-M que produjeron 191 muertos y más de 1.800 heridos. En aquella ocasión, los atentados de Atocha, cometidos tres días antes de las elecciones, influyeron en el resultado electoral. El Gobierno de entonces, del PP presidido por José María Aznar, pudo suspender o posponer las elecciones. Sabía que la Oposición, del PSOE con Rubalcaba en retirada, iba a aprovechar la ocasión y los medios a su disposición para torcer la voluntad de un electorado que en las últimas encuestas se decantaba por el sustituto que el PP había dispuesto para sucederle. En su momento, ante la disyuntiva elecciones sí o elecciones no, Aznar, sospechando lo que iba a ocurrir, decidió ir a las urnas y someter la decisión al pueblo. El resultado electoral, conocido, está ahí, para la historia. Las opiniones sobre aquello están entre la valentía de unos y la mezquindad de otros (mejor sin nombres). Pero aquellas elecciones, celebradas entre la angustia, sirvieron para mostrar la vocación demócrata y la fortaleza del sistema.

En la situación actual, con Cataluña sometida a la pandemia y la crisis que la acompaña, bajo la bota gravosa del independentismo, con el Gobierno autonómico catalán en solfa en manos del sustituto del sustituto que lo formó y con el Gobierno nacional PSOE-UP, se cuestiona la conveniencia de anular o posponer las elecciones catalanas, votar en ellas o no votar.


En cuanto a suprimirlas o demorarlas: Convocadas en tiempo y forma, si se anularan o pospusieran, se obligaría a Cataluña y a los catalanes a algo ajeno al Estado de Derecho que marca la Constitución: Estar bajo la batuta del sucesor-beneficiario del fugado Carles Puigdemont y el cesado Joaquim Torra. De hacerlo, se privaría a Cataluña y a los catalanes del derecho constitucional a decidir sobre la renovación del Parlamento y Gobierno autonómicos para someterlos a la voluntad del político de turno. Con ello, la perturbación de ánimo debida a la realidad sanitaria se convertiría en motivo para el trueque entre los grupos que se mueven en el cotarro catalán.

Distintas son las consideraciones sobre la oportunidad de votar, no votar o el sentido del voto. Los electores catalanes, como españoles y porque así lo consagra la Constitución, tienen el derecho y libertad de votar cuando se les convoque. Esos derechos y libertades, incuestionables en España, les facultan para decidir qué hacer. En este sentido y esta situación, no parece prudente hacer dejación de la voluntad, obligación y responsabilidad de los ciudadanos que en democracia deben actuar, porque así está implícito el contrato social individuo-sociedad. Con miedo o sin él frente a la realidad sanitaria y las crisis del momento, es momento de entender que el sistema que nos vertebra, organiza y protege, no debe dejarse al albur de nadie, en Cataluña, Madrid y en todo el Estado. La democracia, como tal, no es gratis, no se mantiene sola, ni debe dejarse al capricho de politicastros interesados, manifestantes revoltosos, o energúmenos. En consecuencia, es necesario y parece aconsejable invitar a los demócratas a que traten de defenderla; y mantenerla.

Por lo anterior, parece oportuno esperar que las Elecciones Catalanas, que van a celebrarse en la fecha marcada, deban contar con el concurso de todos los llamados a las urnas. Cada uno con la opinión y voto que decida. Por supuesto. Porque, en el presente español y con la realidad que conocemos, no hay motivo para que nadie haga excedencia de sus obligaciones y derechos para dejar el futuro, nuestro futuro, en otras manos que las propias.

Eso es la democracia, ‘el peor de todos los sistemas políticos conocidos con excepción de todos los demás’. Después, una vez conocidos los resultados electorales, sean éstos los que sean, será momento de aceptar la voluntad salida de las urnas; y, en función de ella y con arreglo a las Leyes y normas de convivencia nacionales, encarar el futuro. Sin miedo, con respeto, valentía, y honradez.

Suprimir elecciones, votar o no votar

​Distintas son las consideraciones sobre la oportunidad de votar, no votar o el sentido del voto
José Luis Heras Celemín
jueves, 11 de febrero de 2021, 11:29 h (CET)

Pandemia, crisis sanitaria y peligro. Contagios, colectivos en riesgo de mayores, embarazadas y patologías añadidas frente al virus. Recuentos de infectados y hospitalizados. Letalidad incluso. Miedo. Convocadas las Elecciones Catalanas, hay miedo, una perturbación angustiosa de ánimo, que va a condicionar el voto y alterar el resultado electoral. Frente a él, hay dos decisiones: La colectiva, para suprimir o posponer elecciones, que decide la autoridad facultada para hacerlo. Y la individual, de cada uno, para votar o no votar.

No es ésta la primera situación en que en España y ante unas elecciones hay miedo. Hubo una anterior, en las Elecciones Generales del 14 de marzo de 2004, en la que los electores fueron a las urnas con el ánimo angustiado por los ataques terroristas del 11-M que produjeron 191 muertos y más de 1.800 heridos. En aquella ocasión, los atentados de Atocha, cometidos tres días antes de las elecciones, influyeron en el resultado electoral. El Gobierno de entonces, del PP presidido por José María Aznar, pudo suspender o posponer las elecciones. Sabía que la Oposición, del PSOE con Rubalcaba en retirada, iba a aprovechar la ocasión y los medios a su disposición para torcer la voluntad de un electorado que en las últimas encuestas se decantaba por el sustituto que el PP había dispuesto para sucederle. En su momento, ante la disyuntiva elecciones sí o elecciones no, Aznar, sospechando lo que iba a ocurrir, decidió ir a las urnas y someter la decisión al pueblo. El resultado electoral, conocido, está ahí, para la historia. Las opiniones sobre aquello están entre la valentía de unos y la mezquindad de otros (mejor sin nombres). Pero aquellas elecciones, celebradas entre la angustia, sirvieron para mostrar la vocación demócrata y la fortaleza del sistema.

En la situación actual, con Cataluña sometida a la pandemia y la crisis que la acompaña, bajo la bota gravosa del independentismo, con el Gobierno autonómico catalán en solfa en manos del sustituto del sustituto que lo formó y con el Gobierno nacional PSOE-UP, se cuestiona la conveniencia de anular o posponer las elecciones catalanas, votar en ellas o no votar.


En cuanto a suprimirlas o demorarlas: Convocadas en tiempo y forma, si se anularan o pospusieran, se obligaría a Cataluña y a los catalanes a algo ajeno al Estado de Derecho que marca la Constitución: Estar bajo la batuta del sucesor-beneficiario del fugado Carles Puigdemont y el cesado Joaquim Torra. De hacerlo, se privaría a Cataluña y a los catalanes del derecho constitucional a decidir sobre la renovación del Parlamento y Gobierno autonómicos para someterlos a la voluntad del político de turno. Con ello, la perturbación de ánimo debida a la realidad sanitaria se convertiría en motivo para el trueque entre los grupos que se mueven en el cotarro catalán.

Distintas son las consideraciones sobre la oportunidad de votar, no votar o el sentido del voto. Los electores catalanes, como españoles y porque así lo consagra la Constitución, tienen el derecho y libertad de votar cuando se les convoque. Esos derechos y libertades, incuestionables en España, les facultan para decidir qué hacer. En este sentido y esta situación, no parece prudente hacer dejación de la voluntad, obligación y responsabilidad de los ciudadanos que en democracia deben actuar, porque así está implícito el contrato social individuo-sociedad. Con miedo o sin él frente a la realidad sanitaria y las crisis del momento, es momento de entender que el sistema que nos vertebra, organiza y protege, no debe dejarse al albur de nadie, en Cataluña, Madrid y en todo el Estado. La democracia, como tal, no es gratis, no se mantiene sola, ni debe dejarse al capricho de politicastros interesados, manifestantes revoltosos, o energúmenos. En consecuencia, es necesario y parece aconsejable invitar a los demócratas a que traten de defenderla; y mantenerla.

Por lo anterior, parece oportuno esperar que las Elecciones Catalanas, que van a celebrarse en la fecha marcada, deban contar con el concurso de todos los llamados a las urnas. Cada uno con la opinión y voto que decida. Por supuesto. Porque, en el presente español y con la realidad que conocemos, no hay motivo para que nadie haga excedencia de sus obligaciones y derechos para dejar el futuro, nuestro futuro, en otras manos que las propias.

Eso es la democracia, ‘el peor de todos los sistemas políticos conocidos con excepción de todos los demás’. Después, una vez conocidos los resultados electorales, sean éstos los que sean, será momento de aceptar la voluntad salida de las urnas; y, en función de ella y con arreglo a las Leyes y normas de convivencia nacionales, encarar el futuro. Sin miedo, con respeto, valentía, y honradez.

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