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En ocasiones, la intolerancia emana de un espíritu poco instruido en principios y valores

Ser tolerantes es un deber a ejercitar

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Ser tolerantes es una obligación de todos y de cada uno de nosotros; si en verdad queremos hacer del planeta el paraíso con el que soñamos. Hay que ejemplarizar liderazgos y realidades, gobernar coherentemente, sirviendo al bien colectivo sobre todo lo demás, aplicando las leyes sobre derechos humanos, prohibiendo actitudes criminales y corruptas, no permitiendo las discriminaciones contra las minorías, propiciando otras atmósferas más justas, que nos insten a la realización plena, que verdaderamente es lo que nos armoniza, activando el pensamiento crítico y el intercambio de ideas constructivas.

Hay que ponerse el objetivo de que no quede nadie en el olvido, si en verdad queremos construir un orbe de moradores en paz, comenzando por mejorar el sistema de salud global y finalizando por aprovechar este tiempo de avances de la revolución digital para acercarnos mucho más unos a otros.

En ocasiones, la intolerancia emana de un espíritu poco instruido en principios y valores, de la ausencia de voluntad comprensiva, del recelo a lo inexplorado y de un profundo sentido extremado del valor de lo propio, lo que nos hace ser verdaderamente egoístas e intransigentes. Hoy más que nunca, hace falta que los planes educativos se orienten en la formación humana del ser, al menos para que podamos tener continuidad como linaje. Estamos llamados a tomar conciencia de nuestra misión, que ha de ser siempre responsable; y, esto tiene mucho que ver, con nuestro propio crecimiento moral, espiritual y social. Es vital, por consiguiente, educar sobre el tema y enseñar el espíritu indulgente y los derechos humanos a los menores.

El sectarismo se acrecienta aún más cuando se usa con fines partidistas. Cada día son más los ciudadanos que piensan en la política para sus anhelos de poder. Usan argumentos embaucadores, manipulan hechos para contribuir a sus propias ganancias e intereses mundanos, acentuando odios y resentimientos entre las gentes y obviando aquello por lo que han sido elegidos por el pueblo. Así, el progreso no llega a los más débiles, normalmente este injusto globalismo favorece el espíritu de los más fuertes, favoreciéndose a sí mismos. Ojalá aprendamos a hablar claro, es la mejor manera de llegar a la verdad; y, de este modo, protegiendo el derecho a la información y a la libertad de prensa, conseguiremos enjuiciar aquello que nos esclaviza, y que no es otro, que la falta de horizontes para el desarrollo de todos, sin exclusión alguna.


Aprendamos, además, a no ser desconsiderados. Indudablemente, luchar contra la ceguera del descarte, cultivando la intolerancia por doquier, requiere una toma de conciencia individual. De ahí, lo importante que es poder examinar nuestros andares, movidos por el circulo vicioso que nos lleva a un estado permanente de cuestionamiento y confrontación. Desde luego, no podemos continuar bajo esta pugna destructiva. La solución forma parte de todos. Habrá que rebajar ese espíritu violento, afianzar la solidaridad con las víctimas de la intolerancia que daña las relaciones entre personas, familias y sociedades. Por eso, cuando una determinada política siembra el odio o el miedo hacia otras naciones en nombre del bien propio del país, es menester reaccionar a tiempo y corregir de inmediato este maldito rumbo de inútiles divisiones, cuando la casa común nos corresponde a todos su protección.


La ciudadanía no puede continuar pasiva, ha de ejercitar desde la tolerancia otro diálogo social más auténtico, comprendiendo el sentido de lo que su análogo dice y hace, aunque uno no pueda asumirlo y nos genere cierta tensión, lo transcendente es llegar a los consensos, desenmascarando el ocultamiento de la exactitud, porque además esto nos ayudará a reconocernos como gente en camino, que estamos llamados a entendernos. Ya está bien de imponer el uso de la fuerza entre semejantes. Despojémonos de rencores y aprendamos de tantas historias de horrores vividas, ya que nuestro fundamento último ha de ser siempre tender puentes tolerantes, romper muros intolerantes, conciliar sueños y sembrar sobre la tierra el espíritu de la reconciliación entre corazones diversos. Esta es nuestra gran asignatura pendiente. Trabajemos en ello.

Ser tolerantes es un deber a ejercitar

En ocasiones, la intolerancia emana de un espíritu poco instruido en principios y valores
Víctor Corcoba
jueves, 12 de noviembre de 2020, 01:57 h (CET)

Ser tolerantes es una obligación de todos y de cada uno de nosotros; si en verdad queremos hacer del planeta el paraíso con el que soñamos. Hay que ejemplarizar liderazgos y realidades, gobernar coherentemente, sirviendo al bien colectivo sobre todo lo demás, aplicando las leyes sobre derechos humanos, prohibiendo actitudes criminales y corruptas, no permitiendo las discriminaciones contra las minorías, propiciando otras atmósferas más justas, que nos insten a la realización plena, que verdaderamente es lo que nos armoniza, activando el pensamiento crítico y el intercambio de ideas constructivas.

Hay que ponerse el objetivo de que no quede nadie en el olvido, si en verdad queremos construir un orbe de moradores en paz, comenzando por mejorar el sistema de salud global y finalizando por aprovechar este tiempo de avances de la revolución digital para acercarnos mucho más unos a otros.

En ocasiones, la intolerancia emana de un espíritu poco instruido en principios y valores, de la ausencia de voluntad comprensiva, del recelo a lo inexplorado y de un profundo sentido extremado del valor de lo propio, lo que nos hace ser verdaderamente egoístas e intransigentes. Hoy más que nunca, hace falta que los planes educativos se orienten en la formación humana del ser, al menos para que podamos tener continuidad como linaje. Estamos llamados a tomar conciencia de nuestra misión, que ha de ser siempre responsable; y, esto tiene mucho que ver, con nuestro propio crecimiento moral, espiritual y social. Es vital, por consiguiente, educar sobre el tema y enseñar el espíritu indulgente y los derechos humanos a los menores.

El sectarismo se acrecienta aún más cuando se usa con fines partidistas. Cada día son más los ciudadanos que piensan en la política para sus anhelos de poder. Usan argumentos embaucadores, manipulan hechos para contribuir a sus propias ganancias e intereses mundanos, acentuando odios y resentimientos entre las gentes y obviando aquello por lo que han sido elegidos por el pueblo. Así, el progreso no llega a los más débiles, normalmente este injusto globalismo favorece el espíritu de los más fuertes, favoreciéndose a sí mismos. Ojalá aprendamos a hablar claro, es la mejor manera de llegar a la verdad; y, de este modo, protegiendo el derecho a la información y a la libertad de prensa, conseguiremos enjuiciar aquello que nos esclaviza, y que no es otro, que la falta de horizontes para el desarrollo de todos, sin exclusión alguna.


Aprendamos, además, a no ser desconsiderados. Indudablemente, luchar contra la ceguera del descarte, cultivando la intolerancia por doquier, requiere una toma de conciencia individual. De ahí, lo importante que es poder examinar nuestros andares, movidos por el circulo vicioso que nos lleva a un estado permanente de cuestionamiento y confrontación. Desde luego, no podemos continuar bajo esta pugna destructiva. La solución forma parte de todos. Habrá que rebajar ese espíritu violento, afianzar la solidaridad con las víctimas de la intolerancia que daña las relaciones entre personas, familias y sociedades. Por eso, cuando una determinada política siembra el odio o el miedo hacia otras naciones en nombre del bien propio del país, es menester reaccionar a tiempo y corregir de inmediato este maldito rumbo de inútiles divisiones, cuando la casa común nos corresponde a todos su protección.


La ciudadanía no puede continuar pasiva, ha de ejercitar desde la tolerancia otro diálogo social más auténtico, comprendiendo el sentido de lo que su análogo dice y hace, aunque uno no pueda asumirlo y nos genere cierta tensión, lo transcendente es llegar a los consensos, desenmascarando el ocultamiento de la exactitud, porque además esto nos ayudará a reconocernos como gente en camino, que estamos llamados a entendernos. Ya está bien de imponer el uso de la fuerza entre semejantes. Despojémonos de rencores y aprendamos de tantas historias de horrores vividas, ya que nuestro fundamento último ha de ser siempre tender puentes tolerantes, romper muros intolerantes, conciliar sueños y sembrar sobre la tierra el espíritu de la reconciliación entre corazones diversos. Esta es nuestra gran asignatura pendiente. Trabajemos en ello.

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