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Consciencia

“No cabe duda de que nuestro conocimiento del mundo físico es cada vez mayor, pero, en cuestiones existenciales, seguimos siendo un bebé asombrado ante el cielo estrellado”
Raúl Galache
lunes, 17 de agosto de 2020, 09:42 h (CET)

No es lo mismo estar que vivo que sentirse vivo; ni es lo mismo sentirse vivo que saberse vivo. Somos, hasta donde conocemos, el único ser consciente de su existencia. Y lo somos por contraste; es decir, sabemos que estamos vivos porque nos sometemos a la certidumbre de la muerte, a la certeza inesquivable de que un día hemos de morir.

Sabernos vivos nos ha dado un cariz inmortal. El hombre se ha hecho humano al tiempo que le nacía la noción de la muerte y, con ella, el deseo de trascender sus límites. Las pinturas en las cavernas, los primeros enterramientos, las construcciones megalíticas responden, en buena medida, al anhelo de seguir aquí tras morir, nosotros mismos o aquellos a quienes hemos amado. Como dice Blas de Otero, somos ángeles con grandes alas de cadenas. Creemos estar destinados a la inmortalidad, porque pensamos que ese yo único que nos sustenta no puede ser sino divino, no puede estar destinado a acabar en la nada del polvo, pero nos descubrimos atados a la tierra, corruptibles y finitos. Es esta la gran desgracia humana y, al mismo tiempo, de ella han surgido nuestras mejores obras, nuestros actos más nobles y hermosos. ¿Qué ser vivo concebiría acometer empresas que no verá acabadas, como una catedral? ¿Qué animal daría su vida por mejorar la existencia de un igual al que nunca ha visto ni verá? ¿Qué especie se afana hasta la locura por hallar la Verdad, algo que se desmenuza en las manos como el trigo bajo la piedra?

No cabe duda de que nuestro conocimiento del mundo físico, tanto en su expresión mínima como en la máxima, es cada vez mayor, pero, en cuestiones existenciales, seguimos siendo un bebé asombrado ante el cielo estrellado. Tal vez un día alcancemos todas las respuestas, pero, si eso ocurriera, nada habría en la tierra que nos retuviera. No seríamos ya de este mundo, pues habríamos olvidado que venimos del barro y el mar, que nos somos otra cosa que los hijos de la muerte. 

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Igual toca, aunque en medio del estío, conferenciar sobre la corrupción o, siendo más precisos, sobre las corrupciones. No es que sea un tema que apetezca, pero lo tenemos ahí, y nos lleva a denostar los vicios y maldades de nuestros rectores, es decir, de los que llamamos políticos.

Muchas veces hablamos de las habilidades, las capacidades y de la libertad que genera el emprendimiento o el espíritu empresarial, valores reales que acompañan el ADN de quienes en un momento deciden cual aventureros del siglo XXI tomar las riendas de su vida en el sentido de acompañar el riesgo a cada decisión, la resiliencia a cada impacto y el deseo de superación ante cada adversidad.

Nos relacionamos con los lugares de muy diversas maneras. Al pasear recorremos parajes heterogéneos, multiplicados por los viajes. En otras localizaciones permanecemos más estáticos por residencia o actividades habituales. La condición de las tareas efectuadas en esos sitios roza los infinitos por la cantidad de factores implicados.

 
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