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I Crónica del Festival de Sitges

El mapa del fantástico

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"Quimérico, fingido, que no tiene realidad y consiste solo en la imaginación". Ésa es la primera acepción que la Real Academia Española nos ofrece para el adjetivo fantástico. La última, en su uso coloquial, reza "Magnífico, excelente".

Las acepciones que el festival de cine de Sitges otorga a la palabra fantástico a través de su programación, resultan mucho más fronterizas y esquivas, y se formulan mucho mejor como preguntas que como definiciones: ¿cuándo una película deja de ser de autor para ser fantástica? ¿existe un nombre propio para un western de ciencia ficción? ¿son, estas películas, otra cosa que la suma de sus géneros? y ¿cuando los elementos del cine traspasan la pantalla a la realidad a través de la estética y el gesto, valga una Zombie Walk como ejemplo, cómo debemos llamar a la realidad resultante: real o fantástica?, aunque ¿es verdaderamente necesario preocuparse por las definiciones?

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Vivimos, cinematográficamente, en la hibridación genérica desde hace mucho tiempo, no es noticia, pero lentamente esa hibridación alcanza nuevas cotas y traspasa nuevas fronteras. La atención despierta a un festival tan amplio como el de Sitges nos puede otorgar, al fin y al cabo, algunas de las claves de ese proceso lento de transformaciones, capaces de revelar, acaso, cuestiones más profundas acerca del hombre y el mundo contemporáneo. Un mensaje cifrado expuesto en forma de exuberante muestra cinematográfica, un mapa del tesoro, del fantástico, que no solo se descifra, también se escribe en presente en eventos como éste. ¿O es que el público, la crítica y los jurados no hacen también, un poco, o no tan poco, el cine?

Isla obligada de ese mapa de la edición de 2014 es Under the skin (Jonathan Glazer), en la que Scarlett Johansson seduce, atrapa y aniquila hombres solitarios para fines de nutrición alienígena, aunque en un momento dado, esta extraterrestre comenzará a cuestionarse su comportamiento y a volverse consciente de su cuerpo, de apariencia humana. La pregunta está abierta: ¿qué hay bajo la piel que nos haga humanos? ¿bastan el cuerpo, el contacto y la palabra para abrir la brecha de la humanidad en un ser no humano? ¿estamos, los humanos, perdiendo o devaluando parte de lo que nos define, en la sociedad veloz, fiera y consumista que hemos creado?

Glazer nos invita a grandes preguntas mediante pequeños movimientos dramáticos apoyados en imágenes desbordantes, de aspiración hipnótica y raíces hundidas en el sexo más crepuscular. Ésta no es una obra de trama, de hecho se muestra lo mínimo necesario para exponer, desarrollar y resolver una historia, estirando a veces las situaciones, elidiendo por contra lo esperado. Se trata de la búsqueda de una abstracción fílmica, de un estado mental y sensitivo, el choque fílmico entre los fangales del inconsciente y la lluvia ácida de la realidad. Para ello se mezclan técnicas de documental de calle, oculto, nervioso y sucio, con escenarios sofisticados donde lo que acontece podría ser tanto el registro de una performance, como un fragmento de videoarte, como una escena de ciencia ficción que ocurriera de cuerpo adentro o en el centro de la mente. El choque despide energía y su onda expansiva reverbera por todo el metraje, extendiendo su crujido al encuentro del fuego con el hielo o de la carne con otro cuerpo que recuerda al metal, todo ello bajo la pulsión de una banda sonora que construye en paralelo a la película, la atraviesa y la coloca en órbita como quien hace malabares con una única mano.

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Su poder conceptual, la atención al gesto, la fusión entre la autoría y el género, y el abisal misterio que crece en su interior, emparentan a Under the skin con aquélla, todavía más radical, difícil y desconcertante, Holy Motors que se proyectaba hace dos años en el festival.

Y si estas películas caminan en la cuerda fina del explorador cinematográfico, o del investigador fílmico, media hora después de verlas podemos encontrarnos en la misma sala presenciando la arquitectura de una película con vocación de clásico: Young ones (Jake Paltrow). Armadura de guión bien erigido, interpretaciones memorables del elenco, filiación, consciente o no, con los referentes de los géneros que fusiona: el western y la ciencia ficción. Young ones es una película sólida acerca de las miserias y las grandezas humanas que pone de relieve la escasez de un bien básico como es el agua. Líquido insaboro, incoloro e inoloro, permite sin embargo el correcto funcionamiento del cuerpo y de la vida, igual que Young ones trabaja sin grandes aspavientos, quizás tampoco sin el sabor desconcertante o el aroma único de Under the skin, pero engrasando bien su propia maquinaria fílmica, para la máxima expresividad de sus recursos.

El mapa de este territorio híbrido y escurridizo que llamamos fantástico se sigue construyendo, película a película, y crónica a crónica, durante este Sitges 2014.

El mapa del fantástico

I Crónica del Festival de Sitges
Ana Rodríguez
lunes, 6 de octubre de 2014, 07:35 h (CET)
"Quimérico, fingido, que no tiene realidad y consiste solo en la imaginación". Ésa es la primera acepción que la Real Academia Española nos ofrece para el adjetivo fantástico. La última, en su uso coloquial, reza "Magnífico, excelente".

Las acepciones que el festival de cine de Sitges otorga a la palabra fantástico a través de su programación, resultan mucho más fronterizas y esquivas, y se formulan mucho mejor como preguntas que como definiciones: ¿cuándo una película deja de ser de autor para ser fantástica? ¿existe un nombre propio para un western de ciencia ficción? ¿son, estas películas, otra cosa que la suma de sus géneros? y ¿cuando los elementos del cine traspasan la pantalla a la realidad a través de la estética y el gesto, valga una Zombie Walk como ejemplo, cómo debemos llamar a la realidad resultante: real o fantástica?, aunque ¿es verdaderamente necesario preocuparse por las definiciones?

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Vivimos, cinematográficamente, en la hibridación genérica desde hace mucho tiempo, no es noticia, pero lentamente esa hibridación alcanza nuevas cotas y traspasa nuevas fronteras. La atención despierta a un festival tan amplio como el de Sitges nos puede otorgar, al fin y al cabo, algunas de las claves de ese proceso lento de transformaciones, capaces de revelar, acaso, cuestiones más profundas acerca del hombre y el mundo contemporáneo. Un mensaje cifrado expuesto en forma de exuberante muestra cinematográfica, un mapa del tesoro, del fantástico, que no solo se descifra, también se escribe en presente en eventos como éste. ¿O es que el público, la crítica y los jurados no hacen también, un poco, o no tan poco, el cine?

Isla obligada de ese mapa de la edición de 2014 es Under the skin (Jonathan Glazer), en la que Scarlett Johansson seduce, atrapa y aniquila hombres solitarios para fines de nutrición alienígena, aunque en un momento dado, esta extraterrestre comenzará a cuestionarse su comportamiento y a volverse consciente de su cuerpo, de apariencia humana. La pregunta está abierta: ¿qué hay bajo la piel que nos haga humanos? ¿bastan el cuerpo, el contacto y la palabra para abrir la brecha de la humanidad en un ser no humano? ¿estamos, los humanos, perdiendo o devaluando parte de lo que nos define, en la sociedad veloz, fiera y consumista que hemos creado?

Glazer nos invita a grandes preguntas mediante pequeños movimientos dramáticos apoyados en imágenes desbordantes, de aspiración hipnótica y raíces hundidas en el sexo más crepuscular. Ésta no es una obra de trama, de hecho se muestra lo mínimo necesario para exponer, desarrollar y resolver una historia, estirando a veces las situaciones, elidiendo por contra lo esperado. Se trata de la búsqueda de una abstracción fílmica, de un estado mental y sensitivo, el choque fílmico entre los fangales del inconsciente y la lluvia ácida de la realidad. Para ello se mezclan técnicas de documental de calle, oculto, nervioso y sucio, con escenarios sofisticados donde lo que acontece podría ser tanto el registro de una performance, como un fragmento de videoarte, como una escena de ciencia ficción que ocurriera de cuerpo adentro o en el centro de la mente. El choque despide energía y su onda expansiva reverbera por todo el metraje, extendiendo su crujido al encuentro del fuego con el hielo o de la carne con otro cuerpo que recuerda al metal, todo ello bajo la pulsión de una banda sonora que construye en paralelo a la película, la atraviesa y la coloca en órbita como quien hace malabares con una única mano.

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Su poder conceptual, la atención al gesto, la fusión entre la autoría y el género, y el abisal misterio que crece en su interior, emparentan a Under the skin con aquélla, todavía más radical, difícil y desconcertante, Holy Motors que se proyectaba hace dos años en el festival.

Y si estas películas caminan en la cuerda fina del explorador cinematográfico, o del investigador fílmico, media hora después de verlas podemos encontrarnos en la misma sala presenciando la arquitectura de una película con vocación de clásico: Young ones (Jake Paltrow). Armadura de guión bien erigido, interpretaciones memorables del elenco, filiación, consciente o no, con los referentes de los géneros que fusiona: el western y la ciencia ficción. Young ones es una película sólida acerca de las miserias y las grandezas humanas que pone de relieve la escasez de un bien básico como es el agua. Líquido insaboro, incoloro e inoloro, permite sin embargo el correcto funcionamiento del cuerpo y de la vida, igual que Young ones trabaja sin grandes aspavientos, quizás tampoco sin el sabor desconcertante o el aroma único de Under the skin, pero engrasando bien su propia maquinaria fílmica, para la máxima expresividad de sus recursos.

El mapa de este territorio híbrido y escurridizo que llamamos fantástico se sigue construyendo, película a película, y crónica a crónica, durante este Sitges 2014.

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