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Aprendiendo del coronavirus

Porque otras enfermedades nos aquejan aunque no estén diagnosticadas como tales
Julio Ortega Fraile
miércoles, 18 de marzo de 2020, 08:47 h (CET)

Estas horas tan extrañas y complicadas, estos días cargados de tanta incertidumbre, temor y por supuesto esperanza, son al fin como la vida. Basta con asimilar que hay sólo dos extremos, una entrada y una salida, que el trayecto entre ambos es un camino que hay que salvar y que eso requiere tiempo, y que no es posible recorrerlo sin aceptar que avanzar es progresar y por lo tanto reflexionar para comprender, descubrir y cambiar aquello que nunca estuvo bien y a lo que ya no le queda ni una sola justificación que no pase por el egoísmo, la ignorancia, la maldad o la mentira.

Ojalá estas semanas no se repitan nunca, pero sobre todo ojalá sirvan para que algunas cosas jamás vuelvan a ser igual:

Que aprendamos que también a nosotros nos puede tocar. Que sus guerras, sus persecuciones o sus miserias nos son invenciones de extranjeros sin fortuna y que su angustia por intentar ofrecer a sus hijos seguridad es tan lícita como la nuestra.

Que entendamos que tapiar las fronteras al drama ajeno es como que te cierren a ti la puerta de un hospital al que acudes con fiebre, tos y dificultad para respirar.

Que comprendamos que cuidar y fomentar la sanidad pública es imprescindible porque la iniciativa privada es salud para los que disponen de poder adquisitivo y mierda para el resto.

Que conozcamos el verdadero rostro de los políticos que están aprovechando esta situación cual necrófilos de escaños para intentar alcanzar cotas de poder aupados al drama social y económico que está generando.

Que le mostremos el reconocimiento que se merecen a todas las personas que están trabajando en condiciones de riesgo para que los ciudadanos dispongamos de los servicios mínimos esenciales y que van desde sanitarios hasta fuerzas de seguridad, trabajadoras sociales, empleados de supermercados o farmacias, repartidores de suministros, plantilla de medios de comunicación, personal de aeropuertos, autobuses, trenes o metro y todas y todos los que me dejo, y que el día que cualquiera estos u otros salgan a las calles a manifestarse por alguna reivindicación laboral o el recorte de cualquier derecho no les maldigamos porque nos causan un perjuicio momentáneo.

Que agradezcamos que haya profesionales de las artes (de los de verdad, de los que crean sin causar sufrimiento) como actores, cantantes o escritores que nos ayuden a que este tiempo sea más enriquecedor y fácil de llevar. Varios han tenido la iniciativa de ofrecernos gratis lo que mejor saben hacer, y que sepamos que muchos de ellos se quedan en el camino porque el apoyo que reciben para tratar de salir adelante suelen ser las migajas mientras entidades como bancos o personas como ex altos cargos se llevan todo el pastel.

Que nos demos cuenta en trances como este que la solución definitiva a la enfermedad sólo puede venir por parte de los profesionales de la investigación médica, y lo necesario y urgente que es dotar de fondos suficientes a la ciencia. Y hablando de financiar precisamente lo contrario al avance científico, tecnológico y ético:

Que los sangrientos espectáculos taurinos que se han suspendido mientras dure esto no vuelvan a celebrarse nunca más. Es hora de dejar de alimentar la violencia y de ponerle alfombras al sufrimiento.

Que ahora que está prohibido cazar esa decisión no tenga vuelta atrás. Hay problemas reales muy graves, y afirmar que los animales nos invadirán y devorarán si no los vamos reventando a cartuchazos y cuchilladas se va a demostrar (ya lo sabíamos) que no es más que un embuste para quienes sienten placer matándolos.

Que estas semanas de permanencia (que no reclusión) en nuestros hogares y rodeados de los seres queridos nos hagan pensar en todas aquellas criaturas que pasan toda su vida presas por diversión y/o negocio: jaulas con pájaros, zoológicos, circos, animales estabulados en granjas, animales destinados a la peletería, etc. Que nos sirvan para ponernos por un instante en su lugar y aunque ellos no tengan nuestra noción del futuro, concebir qué significa despertarse en un hoy eterno encarcelados.

Que este trayecto de sombras nos valga para iluminar la razón y la empatía.

La experiencia es un billete de lotería comprado después del sorteo. Creo en ella. (Gabriela Mistral).

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Fuera esperaba el amanecer… Últimamente sus días acababan al mediodía; el tiempo de colgarse de un cigarrillo y fumarse toda la niebla de unas pocas horas en que podría deslizar su fantasma por entre las cosas. No recordaba de seguro su edad; el espejo le traicionaba y sólo le reflejaba la mitad que nunca sospechó ser. 

Es normal que aparezcan palabras nuevas porque la lengua está viva, y es estupendo cuando ayudan a reconocer que el lenguaje es pensamiento. Ocurrió con el neologismo ‘aporofobia’, acuñado por la catedrática Adela Cortina a partir de los términos griegos áporos (sin recursos) y fobos (temor, pánico), que la RAE incorporó en 2017 para dar nombre al miedo, el rechazo o la aversión a los pobres.

Llevamos años y todos cuantos se imaginen ustedes, seguirán siendo pacto con el silencio de siempre. Una mudez que no cesa. Uno que lleva bastantes años jubilado y se ha tenido que enganchar en AVE, ha visto en ese tiempo las sacudidas, las esperas en plena vía del tren y en mitad del campo. Los plantones y sacudidas, con las esperas a que nos tienen acostumbrados la Renfe, a veces con periodos de cuatro y cinco horas en mitad de la nada en la ruta de Algeciras-Antequera.

 
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