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Los que no hicimos la mili

Más madera, es la guerra
Francisco J. Caparrós
martes, 9 de septiembre de 2014, 07:09 h (CET)
Sobre los que no tuvimos la gloriosa fortuna de poder cumplir con el deber sagrado de servir a nuestra patria, suele manifestarse un determinado trauma que nos hace sentir, a la vista de los que sí pudieron hacer el servicio militar, algo así como una especie de discapacitados del honor. Ahora que ya no es obligatoria, la sensación es bien distinta, pero hace unos años cuando sí lo era, no importa de qué manera nos hubiésemos librado de hacerla, si por pies planos, falta de agudeza auditiva o visual, o simplemente por excedente de contingente, el caso es que a muchos les quedaba esa desazón de quedar marcado ya de por vida por la ignominia.

Si la memoria no me falla, y juraría que es así, poder librarme de la mili por exceso de cupo ha sido el único beneficio que he podido sacar de haber nacido en pleno baby boom. Ese, y ser testigo privilegiado de la llegada del hombre a la Luna a una edad en que la imaginación no ha dejado de ser todavía el motor que mueve nuestra existencia. Por lo demás, todo han sido inconvenientes. Aunque para ser sincero, el que de todos ellos más suscita realmente mí preocupación, todavía ahora, es que cuando me llegue la hora de retirarme, si es que consigo llegar claro está, las arcas del estado no cuenten con el dinero suficiente como para poder sufragar la jubilación de tanto abuelo como dicen que habrá, allá por el año 2025.

Por lo demás, qué quieren que les diga, a pesar de convivir con un militar, tan cerril como patriota, cerca de veinticinco años, las banderas nunca han sido mi fuerte. Respeto a ellas sí, naturalmente, pero no para iniciar una contienda que sólo Dios sabe cómo acabará. Para ello necesito mucho más que un postulado, por muy disfrazado de constatación que esté. De eso sabe mucho Occidente, que ha sido objeto de añagazas de ese tipo, que no han traído otra cosa que dolor y frustración, hasta perder la perspectiva.

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