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Caí en la cuenta que mis canarios Limón y Cleopatra no tenían una concha de calamar
con la que afilar sus picos. En no más de una hora el sol iniciaría su ocaso camino de
Ayamonte, así que con cierta rapidez, impropia de mis años, inicié la búsqueda de la
concha.
Llegado al borde donde arena y mar se besan entre rizos de espumas, giré a levante, a
Nueva Umbría, y caminé sabiendo que lo hacía. La bajamar había iniciado su avance
mar adentro, y en su conquista iba dejando tras ella archipiélagos de minúsculas islas,
conchitas que el inicio del ocaso las doraba y un silencio roto por mis pisadas que
hacían crujir vainas de navajas y coquinas.
Volví a percibir que el suave viento de poniente silbaba nácar; sentí un cierto
extrañamiento por ser de nuevo yo, o sea, el mismo que recogió unas extrañas sílabas de
marzo durmiendo en el interior de una caracola y a las que di vida en un viejo cuaderno
de notas que, ajado ya, debe seguir existiendo en el oxidado bidón que se encuentra al
pie de la gran duna roja donde celebrara mis auténticas eucaristías de amor.
Sabía que el milagro estaba cerca; todo era cuestión de espera, de esperanza que se
fabrica caminado hacia la manifestación de lo sagrado. Ya tenía en mi poder el juguete
de mis canarios con salitre incorporado, siendo importante era lo de menos en aquel
instante mágico al que asistía a mi propia transfiguración.
El día estaba a punto de finalizar. Detuve mi caminar y encendí un pitillo mirando a
poniente. Fumé plácidamente observando como se encendían las primeras luces del
firmamento, y suavemente giré a poniente y contemplé que una gaviota volaba dentro
de las entrañas del rey sol que jugaba a evadirse por los pinares que bordean la casita
azul de La Redondela.
Un suave soplo, algo así como un beso, se posó en mi pie; y todo mi rico pasado se
convirtió en presente. Y volví a vivirlo.
Se advierte muy en boga la referencia a la guerra cultural, bastante relacionada con la propaganda de siempre que, como los viejos rockeros, nunca muere y solo se adapta a las circunstancias; es sabido que adquiere especial relevancia durante los conflictos bélicos, pero también inunda los tiempos de paz, en el marco de la contienda política diaria, ligada a la dinámica del Poder.
En la vida, los aires soplan revueltos, se notan desde todos los ángulos, y cuando no se notan, ni se sabe de sus derroteros ocultos. Por eso, las explicaciones solicitadas en cada evento suenan a componendas de poca consistencia. Y en esto viene el primer trazo del comentario de hoy. Si algo destaca de manera habitual es la notoria incapacidad de decir lo que no se sabe.
Asistimos con estupor al desaforado cruce de insultos entre los señores políticos. Esta actitud no solo demuestra la escasa educación de los contendientes, sino que manifiesta la deficiencia oratoria que se le debe de exigir a aquellos que intentan convencer de sus ideas, con sus palabras, o intentan refrendarlas con los hechos.
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