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La compañía La Soubrette acaba de estrenar una nueva obra de Barbieri en el Auditorio Sebastián Cestero

En torno al estreno de "Compromisos del no ver"

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(*) José Antonio García Palazón es coautor del presente artículo; no en vano, los pasajes en cursiva son de su autoría.


LAS CONSECUENCIAS DE NO VER


Tuve el placer de asistir al estreno de una obra tan ligera, tan magna y tan soterrada hasta aquel momento, en el que la inasequible a todos los desalientos y soprano de fuste, Sara Viñas, en su rol de musicóloga, tuvo a bien escarbar por entre las arenas del conservacionismo patrimonial tales vestigios zarzueleros en pos de obrar su fidelísimo (pese a lo matizadamente actualizador) remozamiento, y asistí junto a otro insigne: el poeta José Antonio García Palazón (Josechu), con el que acordé escribir, alalimón, una reseña (o sea, esta) acerca de tamaño fenómeno musical, al que habíamos asistido prestos a discurrir por tuberías de alucinación.


Y tomo la antorcha de Diego, que las enciende con la mirada, y comento que el otro día asistimos a un vaudeville veloz como un tiovivo salvaje. Equívocos divertidos de esos que vemos desde el balcón del suspense. Nos hicieron imaginar jardines, celos, relojes imprevisibles, distintas ópticas y visiones de la vida. Y además un prodigio del mejor melisma ejecutado por unas voces que nos hicieron ver pájaros de colores que volaron por el teatro aquella mañana repleta de tesoros.


Dice bien el ínclito García Palazón, toda vez que nos embriagó la fragancia del avasallador florilegio expelido por unas pirotécnicamente bien empastadas voces que hacían estremecer al más pintado, las cuales eran salpimentadas con las notas al piano del ya conocido por los mentideros del alto solfeo como “dirty fingers”, hablo del ínclito pianista Carlos Matínez de Ibarreta, dechado de técnica y virtuosismo, a cuyo cargo corrió la adaptación musical. Asimismo me atrapó sin remisión la figura politemporal encarnada por Víctor Trueba (Fermín sobre las tablas), que, a la vez, era un gracioso lopesco y un petimetre dieciochesco por mor de la capacidad machihembradora de Barbieri, o sea.


Recojo el pase de Diego, nada que envidiar al otro Diego; por cierto. los actores no tropezaron su comicidad rebosante con sus voces aupándose sobre el aire. Se podía asistir a los gritos luminosos de la música sin que eso fuera incompatible con la risa natural que se desprendía de las situaciones en las que se entrelazaban los avances de los personajes. Había música y encontronazos risueños como en unos coches de choque a lo divino. Muchos espectadores (el joven público de nuestro alumnado) se reían, celebraban y se dejaban llevar por esta fiesta en la que se oían casi fuegos artificiales y casi de chocolate. Yo lo sé porque estuve allí. ¿O no fue así, Diego?


Dices y no te equivocas, honorable Josechu. Y todo en una atmósfera concebida primorosamente por Mabel González, en la que el elenco brilló provocando, más que ceguera, una muy otra permeabilidad sensorial allende la diametral. Carlos Jiménez ejerció el papel de galán a las mil maravillas, ajustándose su profunda y bien templada voz a tal papel. Y no digamos de Alberto Porcell, quien materializó una camaleónica exhibición, tan afinada como sus primorosas cuerdas vocales. Sin duda, cada aventura llevada a cabo por Sara Viñas es una grata sorpresa. Solo ella podía poner en la palestra nuevamente al genial y olvidado Barbieri, esta vez con su obra en un acto (pero qué acto) “Compromisos del no ver”.


LAS CONSECUENCIAS DE NO VER II


En fin, amigo Diego, poco más que añadir a tu exactitud. Me gustaría señalar que sinceramente sentí una casi certeza de que la risa y la música (dos cosas no fáciles de mezclar si se apunta a algo verdaderamente digno) nos habían transportado dentro de nosotros mismos y que se respiraba una sanísima embriaguez que nos hizo salir mejores  de lo que habíamos entrado. Por eso los alumnos, a la vez que espectadores, salían divertidos, bailando, juguetones, inconscientemente agradecidos. Fue muy especial. Desde luego nadie aventuraría este desenlace tras el estreno de una zarzuela. Pero yo lo vi y yo lo oí. Y lo agradezco. A la vida que me permitió verlo y a los artistas, que se han ganado cada letra de esta palabra.


En fin, gracias, Barbieri, por posibilitar este escritural encuentro entre tres amigos.

En torno al estreno de "Compromisos del no ver"

La compañía La Soubrette acaba de estrenar una nueva obra de Barbieri en el Auditorio Sebastián Cestero
Diego Vadillo López
viernes, 24 de mayo de 2024, 10:12 h (CET)

(*) José Antonio García Palazón es coautor del presente artículo; no en vano, los pasajes en cursiva son de su autoría.


LAS CONSECUENCIAS DE NO VER


Tuve el placer de asistir al estreno de una obra tan ligera, tan magna y tan soterrada hasta aquel momento, en el que la inasequible a todos los desalientos y soprano de fuste, Sara Viñas, en su rol de musicóloga, tuvo a bien escarbar por entre las arenas del conservacionismo patrimonial tales vestigios zarzueleros en pos de obrar su fidelísimo (pese a lo matizadamente actualizador) remozamiento, y asistí junto a otro insigne: el poeta José Antonio García Palazón (Josechu), con el que acordé escribir, alalimón, una reseña (o sea, esta) acerca de tamaño fenómeno musical, al que habíamos asistido prestos a discurrir por tuberías de alucinación.


Y tomo la antorcha de Diego, que las enciende con la mirada, y comento que el otro día asistimos a un vaudeville veloz como un tiovivo salvaje. Equívocos divertidos de esos que vemos desde el balcón del suspense. Nos hicieron imaginar jardines, celos, relojes imprevisibles, distintas ópticas y visiones de la vida. Y además un prodigio del mejor melisma ejecutado por unas voces que nos hicieron ver pájaros de colores que volaron por el teatro aquella mañana repleta de tesoros.


Dice bien el ínclito García Palazón, toda vez que nos embriagó la fragancia del avasallador florilegio expelido por unas pirotécnicamente bien empastadas voces que hacían estremecer al más pintado, las cuales eran salpimentadas con las notas al piano del ya conocido por los mentideros del alto solfeo como “dirty fingers”, hablo del ínclito pianista Carlos Matínez de Ibarreta, dechado de técnica y virtuosismo, a cuyo cargo corrió la adaptación musical. Asimismo me atrapó sin remisión la figura politemporal encarnada por Víctor Trueba (Fermín sobre las tablas), que, a la vez, era un gracioso lopesco y un petimetre dieciochesco por mor de la capacidad machihembradora de Barbieri, o sea.


Recojo el pase de Diego, nada que envidiar al otro Diego; por cierto. los actores no tropezaron su comicidad rebosante con sus voces aupándose sobre el aire. Se podía asistir a los gritos luminosos de la música sin que eso fuera incompatible con la risa natural que se desprendía de las situaciones en las que se entrelazaban los avances de los personajes. Había música y encontronazos risueños como en unos coches de choque a lo divino. Muchos espectadores (el joven público de nuestro alumnado) se reían, celebraban y se dejaban llevar por esta fiesta en la que se oían casi fuegos artificiales y casi de chocolate. Yo lo sé porque estuve allí. ¿O no fue así, Diego?


Dices y no te equivocas, honorable Josechu. Y todo en una atmósfera concebida primorosamente por Mabel González, en la que el elenco brilló provocando, más que ceguera, una muy otra permeabilidad sensorial allende la diametral. Carlos Jiménez ejerció el papel de galán a las mil maravillas, ajustándose su profunda y bien templada voz a tal papel. Y no digamos de Alberto Porcell, quien materializó una camaleónica exhibición, tan afinada como sus primorosas cuerdas vocales. Sin duda, cada aventura llevada a cabo por Sara Viñas es una grata sorpresa. Solo ella podía poner en la palestra nuevamente al genial y olvidado Barbieri, esta vez con su obra en un acto (pero qué acto) “Compromisos del no ver”.


LAS CONSECUENCIAS DE NO VER II


En fin, amigo Diego, poco más que añadir a tu exactitud. Me gustaría señalar que sinceramente sentí una casi certeza de que la risa y la música (dos cosas no fáciles de mezclar si se apunta a algo verdaderamente digno) nos habían transportado dentro de nosotros mismos y que se respiraba una sanísima embriaguez que nos hizo salir mejores  de lo que habíamos entrado. Por eso los alumnos, a la vez que espectadores, salían divertidos, bailando, juguetones, inconscientemente agradecidos. Fue muy especial. Desde luego nadie aventuraría este desenlace tras el estreno de una zarzuela. Pero yo lo vi y yo lo oí. Y lo agradezco. A la vida que me permitió verlo y a los artistas, que se han ganado cada letra de esta palabra.


En fin, gracias, Barbieri, por posibilitar este escritural encuentro entre tres amigos.

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