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Confesiones religiosas encontradas

Anglicismo versus Catolicismo
Francisco J. Caparrós
martes, 15 de julio de 2014, 06:58 h (CET)
Si un significativo número de anglicanos se convirtieron al catolicismo, cuando la iglesia del Reino Unido decidió abrir sus puertas a la entrada de las féminas en la carrera sacerdotal, no quiero pensar qué va a suceder ahora que encima pueden también ocupar determinados cargos de responsabilidad, secularmente ostentados sólo por varones. Lo que dicho en términos de igualdad entre hombres y mujeres confirma, sin el menor género de dudas, que la iglesia del Reino Unido le lleva muchísima ventaja a la de Roma, que acepta a las mujeres, eso es cierto, pero las relega a labores de poca enjundia o perfil intelectual bajo.

Por despecho -no encuentro otra explicación- destacadas figuras del clero anglicano han regresado a la iglesia que muchos de sus antepasados se vieron en la tesitura de tener que abandonar, si no querían acabar colgados y descuartizados por orden expresa de un rey de Inglaterra y señor de Irlanda con muy malas pulgas y peores ideas. Porque ahora la iglesia anglicana no tiene nada que ver con la que Eduardo instauró a espaldas de Roma. Y aunque adolece del mismo defecto que el resto de confesiones, que basan sus creencias en un particular acto de fe, lucha por alejarse de los tópicos que están condenado a su predecesora al ostracismo.

El argentino Mario José Bergoglio, más conocido por Francisco I, ciertamente ha emprendido muchos cambios desde que se hizo cargo de los destinos de la iglesia con sede en el Vaticano, pero aun así éstos me parece que no son suficientes. Para operarse una verdadera revolución en la iglesia católica, faltan acciones concretas que sustituyan a las buenas palabras. Y aunque a mi humilde entender, ninguna de las dos confesiones se sustenta en cimientos demasiado sólidos, si tuviese que elegir entre una de las dos para ilustrar parte de los valores a los que debe aspirar la sociedad del siglo XXI, sin duda alguna me quedaría con la anglicana; se me antoja la menos anacrónica.

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