Hoy no toca hablar de política ni del peligroso contencioso que se abierto entre Rusia y Ucranía por la espinosa cuestión de la soberanía de Crimea ni, tan siquiera, del problema, cada vez más complicado, de la inmigración en las ciudades de Ceuta y Meliya. Hoy vamos a hablar de un animal, un animal que viene compartiendo con el humano su destino, casi desde el mismo momento en que los primeros seres bípedos se levantaron del suelo para caminar sobre sus dos extremidades inferiores. El perro ha sido, sin duda alguna, el irracional (también los hay entre los humanos, para vergüenza nuestra) que más fiel, más noble, más leal, más sacrificado y que menos ha pedido a cambio, de todos los que existen en la Tierra. Sin embargo, puede que, a la vez, haya sido el que más malos tratos haya recibido por parte de los hombres; aquel que haya sido manipulado, sin merecerlo, con la mayor desconsideración; aquel que, a pesar de todas sus buenas cualidades ha sido, impunemente, abandonado cuando se ha constituido en una molestia, ha dejado de ser útil o de satisfacer el capricho de aquellos que lo adoptaron.
Los esfuerzos de aquellos que aman a los animales, las leyes que favorecen a la fauna de un país y las extraordinarias cualidades de los perros como animales de compañía, defensores de los hogares e irremplazables ayudas para los cuerpos de seguridad pública, rescate de personas perdidas y víctimas de los fenómenos naturales (terremotos, tsunamis, rastreadores de drogas y salvamento de secuestrados); han caído en saco roto ante el egoísmo de aquellos que sólo saben ver en los perros a una bestia a la que se puede maltratar impunemente; abandonar cuando le plazca; colgarlo del cuello cuando ya no le sirve ( el caso flagrante de los galgos viejos cuando han dejado se ser útiles para las carreras o para la caza), propinarle palizas inhumanas o martirizarlos por puro sadismo; son prácticas tan frecuentes que, en algunos países se ha tenido que sancionar con penas importantes a aquellos que son capaces de tan repugnantes prácticas.
En Catalunya se da un caso de una extraña dicotomía de amor-odio en cuanto al tema de los animales. Cuando se ha tratado del tema de las corridas de toros (algo que no apruebo y me manifiesto taxativamente en contra), por los motivos que están muy relacionados con el rechazo visceral de muchos ciudadanos catalanes a todo lo que vienen del resto de España y un amor desmesurado por lo que son costumbres autóctonas del país. La cuestión del respeto por las bestias; se ha querido potenciar eliminando las corridas de toros, con el argumento de que era una costumbre bárbara, una tortura absurda inflingida a los toros y un espectáculo que recordaba a los espectáculos del Circo Romano, en el que se desarrollaban todas las salvajadas inventadas por las mentes más retorcidas de los encargados de aquellos festejos.
Sin embargo, vean ustedes la contradicción y el cinismo que se esconde bajo esta aparente piedad por el sufrimiento animal cuando, no obstante se siguen permitiendo sin limitación alguna, una serie de festejos que se celebran en diversas localidades catalanas en las que se martiriza a los animales. Por ejemplo en las Terres del Ebre (Catalunya) se les atan fuegos artificiales a los cuernos de los toros; en Tarragona existe el festejo del “toro ensogado” que consiste en atar un toro con una soga y arrastrarlo hacia una plaza entre mugidos, cabeceos y babeo de la pobre bestia (las cepas de los cuernos sufren grandes traumatismo y los músculos del cuello enormes desgarros); también en Tarragona se celebran “encierros” (correbous) en los que los toros son golpeados, sufren caídas, roturas de huesos etc. En fin que, como norma general, en Catalunya se permiten las atrocidades contra los toros cuando es costumbre o tradición, en cuyo caso parece que los animales “no sufren” y, por el contrario, se han prohibido las corridas de toros por resultar una barbaridad contra “las pobres bestias”. En realidad, como ya hemos apuntado antes, se trata de hacer desaparecer de Catalunya todo vestigio de la cultura del resto de España, como es el caso de impedir que se vendan los souvenir de manolas, toros, o imágenes que no sean las tradicionales de esta región.
Hasta ahora los perros, si iban acompañados de sus dueños y llevaban bozal, podían transitar por las calles de la ciudad de Barcelona. Como siempre existen personas intolerantes, maníacos de la limpieza o, simplemente, seres que sólo están satisfechos si pueden hacerle la pascua a sus vecinos; lo cierto es que, como una prueba más de hasta donde puede llegar la estupidez, la mala uva, la testarudez y la intransigencia han conseguido que, el Ayuntamiento de la ciudad, haya cedido a sus demandas y, fruto de ello, una vez más, se ha impuesto al sentido común la maldad, de modo que, a partir de ahora, las pobres bestias deberán permanecer atadas mientras circulen por las calles de la ciudad. Podríamos hacer una salvedad en aquellos casos de perros de presa, de gran tamaño y de estas razas híbridas, como el caso de los Pit Bull, Rottweiler, Doberman o el Stafford Shire Bull ( raza de perros de pelea) que, a causa de la ingeniería genética, son razas que, en ocasiones, sufren perturbaciones psicóticas que los hacen potencialmente peligrosos.
Lo curioso del caso es que, las multas que se han establecido para quienes no cumplan la ordenanza, son de una desproporción tal que rondan el abuso, debido a que: el no llevar atado al perro supondrá una sanción de, nada menos, 1.500 euros. ¿Se aplicarán también estas medidas a los Chihuahua, Pekineses o los Schnauzer miniatura? Ya no sólo es en África donde los humanos van apoderándose de los hábitat naturales de las bestias salvajes, dando lugar a que se vayan extinguiendo; ya no basta que vivamos a costa de millones de animales sacrificados para satisfacer nuestras necesidades nutricionales, ni que hayamos explotado a las bestias para que nos ayudaran en nuestras tareas agrícolas; sino que, también, les tenemos que privar de su libertad de correr a su antojo, convirtiéndolos en meros esclavos; olvidándonos de que son capaces hasta de morir por defendernos, de pasar hambre para permanecer a nuestro lado y de ayudar a ir por las calles a personas invidentes o inválidas. A cambio, les pagamos con desagradecimiento, con crueldad y con falta de humanidad. Seguramente los que no quieren a los animales, aquellos a los que les dan asco o sienten temor de que les laman las manos, estarán encantados con esta nueva ordenanza municipal que, entre otras cosas, impide darles comida a los animales abandonados. ¡Bravo señor Trias, puede colgarse una nueva medalla, la de exterminador de perros!.
Estamos buscando un nuevo mundo mejor; nos quejamos del intervencionismo del Estado, pedimos una sociedad mejor, más humanizada y más hermanada y, sin duda con mejores sentimientos. Decía Mahatma Gandhi: “Un país, una civilización se puede juzgar por la forma en que trata a sus animales”. Es muy probable que los haya que se creen superiores a los irracionales, sin embargo, estos siempre nos llevarán ventaja porque, en todos sus actos no existe malicia alguna, sólo instinto y necesidad de libertad. Pensemos sobre ello. O así es, señores, como contemplo esta cuestión.
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