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Tercera entrega. Y me cuesta, que la cosa se atraganta

País de coña, episodio 3º

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Hoy, el capítulo del serial de “País de coña” va a ser cortito. Y es que las lágrimas no me permiten ver el teclado. Mi hijo de ocho años me pregunta que de qué me río tanto, y yo no sé cómo explicárselo. Lo único que se me ocurre decirle es que espero que nunca se vea él en la tesitura de elegir entre partirse de risa o montar un Gamonal de tres pares de aquéllos.

Os lo cuento y vosotros diréis. Soy alicantino, vivo en Alicante y mi ciudad es, para mí, un ventrículo, cuarto y mitad de pulmón, el hígado y la pierna derecha. Merced a la gestión política, Alicante, su ayuntamiento, sus cuentas y las papeleras de la playa del Postiguet están intervenidas hasta el fin de los tiempos. Somos parte de la colección de tesoros del Gollum Montoro. Hasta aquí, nada que no esté pasando o vaya a pasar en muchos otros consistorios de lo que va quedando de España.

Pero hay que tener jeta. De la dura, de la pétrea, de la granítica. Veréis. La Ley de racionalización y sostenibilidad de la Administración Local ha reformado, entre otras cosas, el número de asesores y cargos digitales que pueden chupar de la teta pública en las administraciones que deben hasta de callar. Y mi ciudad es una de ellas. Veintinueve concejales, veintinueve colocables. Pero, ¡ay, amigo!, hecha la ley, hecha la trampa.

El equipo de gobierno del consistorio alicantino, visto que hay recortes para los colegas y allegados y no pueden constar los tales como pascuales, coge el toro por el rabo y se inventa una subida salarial para una decena bien pesada de cargos de confianza. Con lo que el Ayuntamiento se ahorraría con las jubilaciones voluntarias anticipadas de funcionarios se paga la fiesta.

Cuestión de números. Y de poca vergüenza. Cuarenta y dos había (Alí Babá, los cuarenta y un primo de Segovia) y la ley dice que de veintinueve no se puede pasar. Pues bueno. Diez de estos veintinueve van a cobrar más. Como nos sobra en la ciudad, lo suyo es invertirlo en lo que de verdad vale la pena. Vamos, que se reduce (no hay más cojones) el número de cargos de confianza pero se mejoran las condiciones económicas de unos cuantos.

A todo esto, la oposición (salvo una honrosa excepción) sólo se preocupa de “y de lo mío qué”. Porque, para el que no lo sepa, lo que tenemos en esta ciudad es para mear y no echar gota. En un lado y en el otro, mires donde mires, no ves más que una horrorosa muestra de incapacidades e intereses creados (sabio don Jacinto Benavente).

Termino o se me repite el ictus. Tenía redactado un recordatorio cariñoso a esa infame colección de descerebrados secesionistas catalanes al servicio del suicida rey Arturo. Pero la tierra tira y que me chuleen me enerva sobremanera. Alicante es mi ciudad y quiero que sobreviva a esta patulea. Lo del PSC y compañía me lo guardaré para mañana.

País de coña, episodio 3º

Tercera entrega. Y me cuesta, que la cosa se atraganta
Tomás Salinas
viernes, 17 de enero de 2014, 07:41 h (CET)
Hoy, el capítulo del serial de “País de coña” va a ser cortito. Y es que las lágrimas no me permiten ver el teclado. Mi hijo de ocho años me pregunta que de qué me río tanto, y yo no sé cómo explicárselo. Lo único que se me ocurre decirle es que espero que nunca se vea él en la tesitura de elegir entre partirse de risa o montar un Gamonal de tres pares de aquéllos.

Os lo cuento y vosotros diréis. Soy alicantino, vivo en Alicante y mi ciudad es, para mí, un ventrículo, cuarto y mitad de pulmón, el hígado y la pierna derecha. Merced a la gestión política, Alicante, su ayuntamiento, sus cuentas y las papeleras de la playa del Postiguet están intervenidas hasta el fin de los tiempos. Somos parte de la colección de tesoros del Gollum Montoro. Hasta aquí, nada que no esté pasando o vaya a pasar en muchos otros consistorios de lo que va quedando de España.

Pero hay que tener jeta. De la dura, de la pétrea, de la granítica. Veréis. La Ley de racionalización y sostenibilidad de la Administración Local ha reformado, entre otras cosas, el número de asesores y cargos digitales que pueden chupar de la teta pública en las administraciones que deben hasta de callar. Y mi ciudad es una de ellas. Veintinueve concejales, veintinueve colocables. Pero, ¡ay, amigo!, hecha la ley, hecha la trampa.

El equipo de gobierno del consistorio alicantino, visto que hay recortes para los colegas y allegados y no pueden constar los tales como pascuales, coge el toro por el rabo y se inventa una subida salarial para una decena bien pesada de cargos de confianza. Con lo que el Ayuntamiento se ahorraría con las jubilaciones voluntarias anticipadas de funcionarios se paga la fiesta.

Cuestión de números. Y de poca vergüenza. Cuarenta y dos había (Alí Babá, los cuarenta y un primo de Segovia) y la ley dice que de veintinueve no se puede pasar. Pues bueno. Diez de estos veintinueve van a cobrar más. Como nos sobra en la ciudad, lo suyo es invertirlo en lo que de verdad vale la pena. Vamos, que se reduce (no hay más cojones) el número de cargos de confianza pero se mejoran las condiciones económicas de unos cuantos.

A todo esto, la oposición (salvo una honrosa excepción) sólo se preocupa de “y de lo mío qué”. Porque, para el que no lo sepa, lo que tenemos en esta ciudad es para mear y no echar gota. En un lado y en el otro, mires donde mires, no ves más que una horrorosa muestra de incapacidades e intereses creados (sabio don Jacinto Benavente).

Termino o se me repite el ictus. Tenía redactado un recordatorio cariñoso a esa infame colección de descerebrados secesionistas catalanes al servicio del suicida rey Arturo. Pero la tierra tira y que me chuleen me enerva sobremanera. Alicante es mi ciudad y quiero que sobreviva a esta patulea. Lo del PSC y compañía me lo guardaré para mañana.

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