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El robo de una imagen del Niño Jesús, en Valencia de don Juan, ha incrementado el suma y sigue de cada año

Roban el niño Jesús

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La imagen desaparecida del belén instalado en la plaza Mayor de esta ciudad leonesa, fue sustituida por un bebé de carne y hueso de tres meses llamado Marc.


Desde hace años se ha puesto de moda robar las imágenes de los belenes de toda España, incluso las “damas” de Femen se han atrevido a irrumpir en un Belén del Vaticano para reclamar sus “derechos”. Sin ropa, como es natural en ellas. La “gracieta” se ha extendido como la pólvora entre aquellos que no tienen otra cosa que hacer. Ni vergüenza.

A los que asistimos regularmente a la capilla del colegio de la Marina, en Torre de Benagalbón, no nos llama la atención el “préstamo” de la imagen del niño Jesús. Al San Antonio presente en dicho templo le “secuestran” el Niño a fin de “propiciar” la búsqueda de novio por parte de las mocitas del lugar (suena bastante antiguo, o “vintage”, como se dice ahora).

He vivido la experiencia de belenes vivientes en mi propia familia. En los tres primeros años de este siglo la delegación de pastoral familiar malacitana se encargó de la instalación de uno de ellos en el altar mayor de la Catedral de Málaga. Mis hijos y nietos tuvieron el honor de encarnar el Misterio, lo que les ha marcado para siempre.

Creo que esta circunstancia nos debe hacer recapacitar sobre las imágenes y su vinculación con las personas. Dios nos hizo “a su imagen y semejanza”. Es decir los seres humanos debemos ser lo más semejantes a Dios en lo posible. Más que a su imagen externa, que nadie conoce, debemos imitar su forma de amar y de relacionarse con toda la naturaleza.

Podemos aprender de ese niño leonés que ha desempañado con dignidad su papel de enviado para traernos la “paz a los hombres a los que ama el Señor”, y rezar por esos pobres ignorantes que creen que pueden ofender a Dios. Es como el que escupe hacia arriba. A Dios no le llega… y les cae encima.

Roban el niño Jesús

El robo de una imagen del Niño Jesús, en Valencia de don Juan, ha incrementado el suma y sigue de cada año
Manuel Montes Cleries
jueves, 9 de enero de 2020, 08:28 h (CET)

La imagen desaparecida del belén instalado en la plaza Mayor de esta ciudad leonesa, fue sustituida por un bebé de carne y hueso de tres meses llamado Marc.


Desde hace años se ha puesto de moda robar las imágenes de los belenes de toda España, incluso las “damas” de Femen se han atrevido a irrumpir en un Belén del Vaticano para reclamar sus “derechos”. Sin ropa, como es natural en ellas. La “gracieta” se ha extendido como la pólvora entre aquellos que no tienen otra cosa que hacer. Ni vergüenza.

A los que asistimos regularmente a la capilla del colegio de la Marina, en Torre de Benagalbón, no nos llama la atención el “préstamo” de la imagen del niño Jesús. Al San Antonio presente en dicho templo le “secuestran” el Niño a fin de “propiciar” la búsqueda de novio por parte de las mocitas del lugar (suena bastante antiguo, o “vintage”, como se dice ahora).

He vivido la experiencia de belenes vivientes en mi propia familia. En los tres primeros años de este siglo la delegación de pastoral familiar malacitana se encargó de la instalación de uno de ellos en el altar mayor de la Catedral de Málaga. Mis hijos y nietos tuvieron el honor de encarnar el Misterio, lo que les ha marcado para siempre.

Creo que esta circunstancia nos debe hacer recapacitar sobre las imágenes y su vinculación con las personas. Dios nos hizo “a su imagen y semejanza”. Es decir los seres humanos debemos ser lo más semejantes a Dios en lo posible. Más que a su imagen externa, que nadie conoce, debemos imitar su forma de amar y de relacionarse con toda la naturaleza.

Podemos aprender de ese niño leonés que ha desempañado con dignidad su papel de enviado para traernos la “paz a los hombres a los que ama el Señor”, y rezar por esos pobres ignorantes que creen que pueden ofender a Dios. Es como el que escupe hacia arriba. A Dios no le llega… y les cae encima.

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Estamos fuertemente imbuidos, cada uno en lo suyo, de que somos algo consistente. Por eso alardeamos de un cuerpo, o al menos, lo notamos como propio. Al pensar, somos testigos de esa presencia particular e insustituible. Nos situamos como un estandarte expuesto a la vista de la comunidad y accesible a sus artefactos exploradores.

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