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Dios, el mundo y los cristianos

En su visita a Asís el Papa ha alertado a la Iglesia del peligro de la mundanidad
Francisco Rodríguez
viernes, 18 de octubre de 2013, 12:37 h (CET)
En su visita a Asís el Papa ha alertado a la Iglesia del peligro de la mundanidad, frente al que no cabe otra solución que despojarse, renunciar al espíritu del mundo para asumir el espíritu de Jesús, el espíritu de la bienaventuranzas.

Para los cristianos, dice el Papa, no hay otro camino que el que siguió Cristo que se despojó a sí mismo y se humilló hasta la cruz. Seguramente los que se declaran creyentes, vayan o no a misa, no están por la labor. Pienso que preferimos un cristianismo dulzón, sin cruz y sin renuncias, mera fachada sin compromiso. Si acaso podemos colaborar con Cáritas mediante una módica cantidad y poner la cruz en la declaración de la renta, que no nos va a costar nada.

Cristo afirmó sin rodeos que nadie puede servir a dos señores, que no era posible servir a Dios y al dinero y nosotros estamos más preocupados por el dinero que por servir a Dios. No hay duda que el espíritu del mundo es el dinero sobre el que se habla constantemente. La mundanidad se nutre del dinero, de la riqueza.

El dinero es el señor más tiránico y absoluto que existe: unos buscando multiplicarlo, otros conservarlo y otros, los pobres, esperando recibirlo para subsistir.

El dinero, convertido en algo absoluto, nos lleva a la injusticia, a la corrupción, al robo, incluso al crimen. Ni Dios ni el prójimo cuentan para los que viven para acumular riqueza y poder.

El egoísmo se instala en nosotros y hace que nos despreocupemos de las necesidades ajenas, reclamando que sea el Estado quien resuelva la falta de trabajo, el hambre y la pobreza.

Es clara la incompatibilidad entre el mundo y Jesús. Pero Jesús vino para salvar al mundo, el mundo no lo recibió y lo condenó a morir en la cruz, aunque resucitó al tercer día. Con esta muerte y resurrección se producía la salvación de todos los que creyeran en Él y lo siguieran.

Seguir a Jesús puede resultarnos difícil si pretendemos hacerlo sin renunciar a servir idolátricamente al mundo. Estamos en el mundo y vivimos en el mundo ¿tendremos que huir de él y hacernos anacoretas del desierto?.

La constitución pastoral sobre la iglesia y el mundo actual del último concilio, sobre la que deberíamos volver una y otra vez, nos dijo que los cristianos no podían descuidar las tareas temporales que estábamos obligados a cumplir perfectamente, según lo vacación de cada uno, pero que sería un grave error entregarse totalmente a los asuntos temporales, como si fueran ajenos a la vida religiosa, pensando que ésta se reduce meramente a los actos de culto y subrayó que el divorcio entre la fe y la vida diaria, es uno de los más graves errores de nuestra época.

Los cristianos tenemos que actuar en el mundo pero no como adoradores del poder, del tener, del poseer sino como agentes decididos de la verdad, de la justicia y de la caridad. Más dispuestos a soportar la injusticia o la persecución que a renunciar a mostrar nuestra fe con nuestra vida.

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