Siglo XXI. Diario digital independiente, plural y abierto. Noticias y opinión
Viajes y Lugares Tienda Siglo XXI Grupo Siglo XXI
21º ANIVERSARIO
Fundado en noviembre de 2003
Cultura
Etiquetas | Cine | Festival de Sitges | Luis Buñuel
Vivarium (Lorcan Finnegan) prolonga una fascinante corriente de cine del enclaustramiento: personajes atrapados en espacios que se vuelven infranqueables, convirtiendo los lugares —o los no-lugares—, en entidades con voluntad propia

Crónica II: el malestar en el bienestar

|


Desde la hacinada habitación de la fiesta sin fin de El ángel exterminador (Luis Buñuel), en la que fermentaban los bajos instintos de una burguesía ensimismada en sus relatos de clase; pasando por el extraño y delirante espacio cúbico de reverberaciones metafísicas en el que Vincenzo Natali encerraba a sus personajes en su opera prima Cube; siguiendo con el gran decorado de la América de la publicidad, el plexiglás y la sonrisa perpetua que llevaban al pobre Truman (El show de Truman) a remar hasta los confines de su mundo para descubrir su naturaleza de cartón-piedra, desvelando los mimbres ocultos de una perversa sociedad del espectáculo; hasta ese bosque sin salida, que se convertía en un desierto del que tampoco se saldría, que Gus Van Sant proponía como lienzo para disquisiciones sobre la identidad, el yo y el otro en aquel cruce entre cine sensorial y propuesta conceptual que supuso Gerry.

En Vivarium es un barrio residencial al completo, y la casa nº 9, el escenario al que llegan Jesse Eisenberg e Imogen Poots, guiados por un extraño vendedor de pisos, el que se convierte para ambos en una ratonera sin salida. El perfecto hogar americano, en donde no existe el tiempo y, en cierta manera, tampoco el espacio (o es circular, imposible, lábil, lisérgico), se revela pronto como decorado siniestro donde la pareja se ve obligada a formar parte de un simulacro de la felicidad a base de comida, cielos, hijos y céspedes postizos. Un fake que desde el inicio de la película acuña sus metáforas sobre la alienación de las clases medias, el bienestar material como catalizador del malestar emocional y la perfección como desquiciado síndrome de los relatos colectivos e individuales del éxito, que modelan además las arquitecturas urbanas. Hay espacio también para el comentario sobre la estructura familiar como teatrillo público e infierno privado.


Metáforas o apuntes que son el lugar de partida, pero no la materia de investigación de la película, que prefiere decantarse por un trasfondo de ciencia ficción que deja la crítica social en sus planteamientos iniciales. El acierto de Finnegan es proponer un relato reducido a los elementos mínimos, de gran depuración formal, en donde da prioridad a las sutiles e inspiradas interpretaciones de sus actores. Aprovecha la repetición física (las casas iguales, las calles idénticas), y la aplica también a la narrativa (las acciones que suceden una y otra vez), para explicar los pequeños cambios que van transformando a los personajes y su experiencia en pesadilla.


Plagada de referencias visuales estimulantes, que van de Escher a Magritte a Hopper, Vivarium es un trabajo con una apuesta visual (destacando la composición y el uso del color) en espléndido equilibrio entre serenidad y horror. Una pieza inspiradora, perturbadora, de ritmo calmo pero firme, que hiela sin perder el calor que irradian sus personajes, segura de sí misma en realización y estilo, oscuramente divertida y un poco marciana. Una película para disfrutar y experimentar el poder del cine fantástico para diseccionar nuestra realidad. Como quien la observa en un terrarium... en un vivarium en el que los curiosos especímenes del género humano son estudiados con la distancia de análisis necesaria para que nuestras íntimas verdades cotidianas desvelen sus falacias colectivas.

Crónica II: el malestar en el bienestar

Vivarium (Lorcan Finnegan) prolonga una fascinante corriente de cine del enclaustramiento: personajes atrapados en espacios que se vuelven infranqueables, convirtiendo los lugares —o los no-lugares—, en entidades con voluntad propia
Ana Rodríguez
martes, 8 de octubre de 2019, 10:33 h (CET)


Desde la hacinada habitación de la fiesta sin fin de El ángel exterminador (Luis Buñuel), en la que fermentaban los bajos instintos de una burguesía ensimismada en sus relatos de clase; pasando por el extraño y delirante espacio cúbico de reverberaciones metafísicas en el que Vincenzo Natali encerraba a sus personajes en su opera prima Cube; siguiendo con el gran decorado de la América de la publicidad, el plexiglás y la sonrisa perpetua que llevaban al pobre Truman (El show de Truman) a remar hasta los confines de su mundo para descubrir su naturaleza de cartón-piedra, desvelando los mimbres ocultos de una perversa sociedad del espectáculo; hasta ese bosque sin salida, que se convertía en un desierto del que tampoco se saldría, que Gus Van Sant proponía como lienzo para disquisiciones sobre la identidad, el yo y el otro en aquel cruce entre cine sensorial y propuesta conceptual que supuso Gerry.

En Vivarium es un barrio residencial al completo, y la casa nº 9, el escenario al que llegan Jesse Eisenberg e Imogen Poots, guiados por un extraño vendedor de pisos, el que se convierte para ambos en una ratonera sin salida. El perfecto hogar americano, en donde no existe el tiempo y, en cierta manera, tampoco el espacio (o es circular, imposible, lábil, lisérgico), se revela pronto como decorado siniestro donde la pareja se ve obligada a formar parte de un simulacro de la felicidad a base de comida, cielos, hijos y céspedes postizos. Un fake que desde el inicio de la película acuña sus metáforas sobre la alienación de las clases medias, el bienestar material como catalizador del malestar emocional y la perfección como desquiciado síndrome de los relatos colectivos e individuales del éxito, que modelan además las arquitecturas urbanas. Hay espacio también para el comentario sobre la estructura familiar como teatrillo público e infierno privado.


Metáforas o apuntes que son el lugar de partida, pero no la materia de investigación de la película, que prefiere decantarse por un trasfondo de ciencia ficción que deja la crítica social en sus planteamientos iniciales. El acierto de Finnegan es proponer un relato reducido a los elementos mínimos, de gran depuración formal, en donde da prioridad a las sutiles e inspiradas interpretaciones de sus actores. Aprovecha la repetición física (las casas iguales, las calles idénticas), y la aplica también a la narrativa (las acciones que suceden una y otra vez), para explicar los pequeños cambios que van transformando a los personajes y su experiencia en pesadilla.


Plagada de referencias visuales estimulantes, que van de Escher a Magritte a Hopper, Vivarium es un trabajo con una apuesta visual (destacando la composición y el uso del color) en espléndido equilibrio entre serenidad y horror. Una pieza inspiradora, perturbadora, de ritmo calmo pero firme, que hiela sin perder el calor que irradian sus personajes, segura de sí misma en realización y estilo, oscuramente divertida y un poco marciana. Una película para disfrutar y experimentar el poder del cine fantástico para diseccionar nuestra realidad. Como quien la observa en un terrarium... en un vivarium en el que los curiosos especímenes del género humano son estudiados con la distancia de análisis necesaria para que nuestras íntimas verdades cotidianas desvelen sus falacias colectivas.

Noticias relacionadas

Las instantáneas de Gasparini muestran las realidades de dos mundos en apariencia opuestos, el primer mundo y el mundo subdesarrollado. Cada una de sus fotografías es el juego de matices de sus abismales diferencias. Cada pulsación en el botón de disparo de la cámara es como agrandar la vena ya abierta para que nos adentremos en un río de grandezas y de miserias.

El ceramista y escultor contemporáneo Ángel Igual acaba de escribir uno de los capítulos más importantes de su carrera. El mural cerámico del artista de la Vall d’Uixó inspirado en la UNESCO, en el que participaron ceramistas maniseros de Barcelos y de Paducah, ciudades que comparten la pertenencia a la red de Ciudades Creativas en la modalidad de artesanía y artes populares, ya se encuentra instalado junto a la Oficina de Turismo de Manises.

Patrimonio Nacional celebra el Día Internacional de los Museos en la Galería de las Colecciones Reales con una programación especial que incluye danza, visitas extraordinarias y mesas redondas de debate. Además, durante el 18 de mayo se desarrollará una jornada de puertas abiertas: la entrada a la Galería, al igual que al resto de Reales Sitios y Reales Patronatos que gestiona Patrimonio Nacional, será gratuita.

 
Quiénes somos  |   Sobre nosotros  |   Contacto  |   Aviso legal  |   Suscríbete a nuestra RSS Síguenos en Linkedin Síguenos en Facebook Síguenos en Twitter   |  
© Diario Siglo XXI. Periódico digital independiente, plural y abierto | Director: Guillermo Peris Peris
© Diario Siglo XXI. Periódico digital independiente, plural y abierto