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Los grupos fascistas no habían tenido representación política en las instituciones, salvo un corto periodo entre el 1979 y el 1982

Catalunya derrotó al fascismo

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El pasado domingo 28 de Abril se celebraron en el Estado español elecciones generales al Parlamento, que en el País Valencià, por obra y gracia del PSOE coincidieron con las autonómicas. Des de aquellas primeras elecciones de junio del 1977, todavía sin Constitución y con el cadáver del dictador todavía sin pudrirse en el Valle de los Caídos, ningunas elecciones habían sido tan valoradas por el electorado, que, en esta ocasión, ha acudido a las urnas empujado, especialmente, por el miedo a una extrema derecha que, por primera vez, mostraba su verdadero rostro.


En lo que ha dado en llamarse el régimen del 78 los grupos fascistas no habían tenido representación política en las instituciones, salvo un corto periodo en el que el joseantoniano notario Blas Piñar ocupó un escaño en el Parlamento bajo la bandera fascista de Fuerza Nueva entre el 1979 y el 1982. Fue el peaje que tuvo que pagar aquella pobre, disminuida y vigilada democracia española para poder seguir adelante. El mismo Blas Piñar, el viejo “león de Marbella” el sindicalista, del sindicato vertical, Girón de Velasco, los Capitanes Generales todavía franquistas con mando en plaza y en los cuartos de banderas de los cuarteles, y gentes como Areilza, Fraga Iribarne, Fernandez de la Mora, Solis Ruiz, y algunos nombres del Opus Dei seguían siendo los que mandaban en la sombra, y amparaban en los pliegues de sus verdosos loden el fascismo que nunca dejó España.


A estas alturas esa sacrosanta Constitución que toda la derecha patria ensalza, adora y defiende sin argumentos razonables, es un simple papel mojado, más o menos como lo ha sido desde que se aprobó en el 1978. El único artículo que interesa a los detentadores de los poderes del Estado español es ese artículo, creo que es el segundo, que habla de la unidad de la patria. Olvidan que dicho artículo fue redactado y de obligada publicación por del alto mando militar de aquellos momentos, un mando militar totalmente franquista, con generales provenientes del voluntariado nacionalista español, y en algún caso fascista, de los principios del alzamiento rebelde de una parte del ejercito contra el legalmente constituido poder del Gobierno de la República. Todos ellos, en cualquier país con un mínimo de educación democrática, hubieran sido considerados unos golpistas, y tal vez fusilados. La Constitución del 1978 fue una instrumento para instaurar un poder político y una monarquía que renunciara a juzgar una revuelta fascista contra el legal poder constituido y cuarenta años de dictadura, asesinatos y falta de libertades, todo dirigido por un poder como el del dictador Franco y sus secuaces.


Este es el panorama que, desde 1978, ha dominado el mundo político español. Para calmar los ardores de libertad de los pueblos vasco y catalán se creó el llamado Estado de las Autonomías, con aquel “café para todos” de Suarez para que nadie tuviera más que nadie y para diluir como un azucarillo en un claro vaso de agua las ansias de libertad de los pueblos de Euskadi y Catalunya. A los vascos se les concedió un régimen fiscal especial, se les otorgó el derecho a gestionar el importe de los impuestos que recogían, y desde Madrid les miraron como algo que siempre los gobiernos españoles tendrían a su lado mientras regaran los verdes prados vascos con dinero. En Catalunya, gobiernos del PSOE y del PP, pactaron con el siempre, durante más de veinte años, presente Jordi Pujol, hasta Aznar hablaba catalán en la intimidad. Y Jordi Pujol con la excusa del “peix al cove” (el pez al saco) les venía muy bien para frenar las posibles ansias de independencia que comenzaban a volver a despertar por tierras catalanas.

Pujol, que había sido nombrado “español del año” y portada del ABC, y su familia, algunos maestros en el noble arte del trapicheo económico, estuvieron a salvo mientras en Catalunya nadie reclamó más poder. Pero llegó un día en que los catalanes despertaron del letargo de la veintena de años pujolianos y comenzaron a reclamar, pacíficamente y en la calle, sus derechos, aquellos que un Borbón, en 1714 les había arrebatado. Y aquí todo cambió, Catalunya dejó de ser la buena región servil al poder de Madrid, el pà amb tomaquet ya no era bien visto en Madrid, ni las barretinas, ni las sardanas. Y es que el pueblo catalán, harto de ser el motor económico de España y de estar siempre pagando los caprichos de otras partes del Estado español dio un puñetazo en la mesa y reclamó sus derechos. Se hartaron de ser meretriz y pagar cama y habitación.


Y así llegamos a unas elecciones el pasado 28 de Abril, con presos políticos como candidatos, con exiliados, no les llamen fugados porque la Justicia española ha retirado todas las reclamaciones que contra ellos había hecho al ver que las justicias europeas, no sé si más democráticas que la española, no consideran reos de acusación penal a los exiliados, y en una situación totalmente anómala en la que algunos cabezas de lista catalanes han tenido que hacer la campaña desde la prisión donde están secuestrados por el Estado español.


Estas han sido las elecciones del miedo, el miedo a que una alianza de PP i C’s, la derecha extrema, pactara con VOX, la extrema derecha heredera del franquismo y el fascismo. Y, a pesar de todo, en Catalunya ha ganado el independentismo. La geografía catalana se ha teñido del color amarillo de ERC, por primera vez desde la reinstauración de la democracia en unas elecciones españolas en Catalunya ha ganado un partido republicano e independentista, que, recordemos, en las primeras elecciones de junio de 1977 no pudo acudir a su cita en las urnas por no haber sido todavía legalizado por el Estado español.


La derecha, la extrema y la ultra, PP, C’s y VOX han sido barridos de Catalunya, donde C’s sigue como en las últimas elecciones españolas y los otros dos pasan a ser residuales con tan sólo un escaño cada uno de ellos.


Ahora la pelota está en el tejado de la calle Ferraz, en el PSOE, que ha salido fortalecido de estas elecciones del miedo, pero que tendrá que sentarse a dialogar con el independentismo catalán. Pedro Sánchez tiene un buen abanico de problemas en estos momentos, ha de lidiar con los poderes fácticos de la economía, Ibex y compañeros de viaje, que quieren, como las viejas momias del PSOE, que pacte con C’S, ha de meditar si escucha a las bases socialistas que la noche de la precaria victoria clamaban a las puertas de Ferraz “con Rivera no, con Rivera no”, ha de buscar aliados para gobernar, y, especialmente, tendrá que lidiar con la sentencia del “procés” y con una Catalunya donde, a pesar de los agoreros, el independentismo sigue adelante. 

Catalunya derrotó al fascismo

Los grupos fascistas no habían tenido representación política en las instituciones, salvo un corto periodo entre el 1979 y el 1982
Rafa Esteve-Casanova
sábado, 4 de mayo de 2019, 09:33 h (CET)

El pasado domingo 28 de Abril se celebraron en el Estado español elecciones generales al Parlamento, que en el País Valencià, por obra y gracia del PSOE coincidieron con las autonómicas. Des de aquellas primeras elecciones de junio del 1977, todavía sin Constitución y con el cadáver del dictador todavía sin pudrirse en el Valle de los Caídos, ningunas elecciones habían sido tan valoradas por el electorado, que, en esta ocasión, ha acudido a las urnas empujado, especialmente, por el miedo a una extrema derecha que, por primera vez, mostraba su verdadero rostro.


En lo que ha dado en llamarse el régimen del 78 los grupos fascistas no habían tenido representación política en las instituciones, salvo un corto periodo en el que el joseantoniano notario Blas Piñar ocupó un escaño en el Parlamento bajo la bandera fascista de Fuerza Nueva entre el 1979 y el 1982. Fue el peaje que tuvo que pagar aquella pobre, disminuida y vigilada democracia española para poder seguir adelante. El mismo Blas Piñar, el viejo “león de Marbella” el sindicalista, del sindicato vertical, Girón de Velasco, los Capitanes Generales todavía franquistas con mando en plaza y en los cuartos de banderas de los cuarteles, y gentes como Areilza, Fraga Iribarne, Fernandez de la Mora, Solis Ruiz, y algunos nombres del Opus Dei seguían siendo los que mandaban en la sombra, y amparaban en los pliegues de sus verdosos loden el fascismo que nunca dejó España.


A estas alturas esa sacrosanta Constitución que toda la derecha patria ensalza, adora y defiende sin argumentos razonables, es un simple papel mojado, más o menos como lo ha sido desde que se aprobó en el 1978. El único artículo que interesa a los detentadores de los poderes del Estado español es ese artículo, creo que es el segundo, que habla de la unidad de la patria. Olvidan que dicho artículo fue redactado y de obligada publicación por del alto mando militar de aquellos momentos, un mando militar totalmente franquista, con generales provenientes del voluntariado nacionalista español, y en algún caso fascista, de los principios del alzamiento rebelde de una parte del ejercito contra el legalmente constituido poder del Gobierno de la República. Todos ellos, en cualquier país con un mínimo de educación democrática, hubieran sido considerados unos golpistas, y tal vez fusilados. La Constitución del 1978 fue una instrumento para instaurar un poder político y una monarquía que renunciara a juzgar una revuelta fascista contra el legal poder constituido y cuarenta años de dictadura, asesinatos y falta de libertades, todo dirigido por un poder como el del dictador Franco y sus secuaces.


Este es el panorama que, desde 1978, ha dominado el mundo político español. Para calmar los ardores de libertad de los pueblos vasco y catalán se creó el llamado Estado de las Autonomías, con aquel “café para todos” de Suarez para que nadie tuviera más que nadie y para diluir como un azucarillo en un claro vaso de agua las ansias de libertad de los pueblos de Euskadi y Catalunya. A los vascos se les concedió un régimen fiscal especial, se les otorgó el derecho a gestionar el importe de los impuestos que recogían, y desde Madrid les miraron como algo que siempre los gobiernos españoles tendrían a su lado mientras regaran los verdes prados vascos con dinero. En Catalunya, gobiernos del PSOE y del PP, pactaron con el siempre, durante más de veinte años, presente Jordi Pujol, hasta Aznar hablaba catalán en la intimidad. Y Jordi Pujol con la excusa del “peix al cove” (el pez al saco) les venía muy bien para frenar las posibles ansias de independencia que comenzaban a volver a despertar por tierras catalanas.

Pujol, que había sido nombrado “español del año” y portada del ABC, y su familia, algunos maestros en el noble arte del trapicheo económico, estuvieron a salvo mientras en Catalunya nadie reclamó más poder. Pero llegó un día en que los catalanes despertaron del letargo de la veintena de años pujolianos y comenzaron a reclamar, pacíficamente y en la calle, sus derechos, aquellos que un Borbón, en 1714 les había arrebatado. Y aquí todo cambió, Catalunya dejó de ser la buena región servil al poder de Madrid, el pà amb tomaquet ya no era bien visto en Madrid, ni las barretinas, ni las sardanas. Y es que el pueblo catalán, harto de ser el motor económico de España y de estar siempre pagando los caprichos de otras partes del Estado español dio un puñetazo en la mesa y reclamó sus derechos. Se hartaron de ser meretriz y pagar cama y habitación.


Y así llegamos a unas elecciones el pasado 28 de Abril, con presos políticos como candidatos, con exiliados, no les llamen fugados porque la Justicia española ha retirado todas las reclamaciones que contra ellos había hecho al ver que las justicias europeas, no sé si más democráticas que la española, no consideran reos de acusación penal a los exiliados, y en una situación totalmente anómala en la que algunos cabezas de lista catalanes han tenido que hacer la campaña desde la prisión donde están secuestrados por el Estado español.


Estas han sido las elecciones del miedo, el miedo a que una alianza de PP i C’s, la derecha extrema, pactara con VOX, la extrema derecha heredera del franquismo y el fascismo. Y, a pesar de todo, en Catalunya ha ganado el independentismo. La geografía catalana se ha teñido del color amarillo de ERC, por primera vez desde la reinstauración de la democracia en unas elecciones españolas en Catalunya ha ganado un partido republicano e independentista, que, recordemos, en las primeras elecciones de junio de 1977 no pudo acudir a su cita en las urnas por no haber sido todavía legalizado por el Estado español.


La derecha, la extrema y la ultra, PP, C’s y VOX han sido barridos de Catalunya, donde C’s sigue como en las últimas elecciones españolas y los otros dos pasan a ser residuales con tan sólo un escaño cada uno de ellos.


Ahora la pelota está en el tejado de la calle Ferraz, en el PSOE, que ha salido fortalecido de estas elecciones del miedo, pero que tendrá que sentarse a dialogar con el independentismo catalán. Pedro Sánchez tiene un buen abanico de problemas en estos momentos, ha de lidiar con los poderes fácticos de la economía, Ibex y compañeros de viaje, que quieren, como las viejas momias del PSOE, que pacte con C’S, ha de meditar si escucha a las bases socialistas que la noche de la precaria victoria clamaban a las puertas de Ferraz “con Rivera no, con Rivera no”, ha de buscar aliados para gobernar, y, especialmente, tendrá que lidiar con la sentencia del “procés” y con una Catalunya donde, a pesar de los agoreros, el independentismo sigue adelante. 

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