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Pero la sabiduría, la prudencia, el buen sentido, que tanto necesitamos no las buscamos con el mismo interés que la riqueza

​Todos queremos más

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Recuerdo que a mediados del pasado siglo un cantante argentino, Alberto Castillo, cantaba un vals de mucho éxito: Todos queremos más, el que tiene un peso quiere tener dos, el que tiene cinco quiere tener diez, el que tiene veinte busca los cuarenta, el de los cincuenta quiere tener cien.

Esta ansia permanente de riqueza la tienen los pobres y los ricos, todos quieren más. En cambio hay otros bienes que no tienen tanta demanda: el buen juicio, la moderación, la actitud de servicio, el cabal cumplimiento de las obligaciones, el respeto al prójimo y sobre todo la sabiduría. Pareciera que todos están conformes con lo que tienen, incluidos los que quieren gobernar a los demás, que da la impresión de que saben de todo, que pueden solucionarlo todo y todo lo hacen la mar de bien.

Quisiera que nuestros gobernantes fueran realmente personas sabias y amantes de la sabiduría, pero no parece que sea el caso, ¿verdad?

Ahora que volvemos a ser llamados a las urnas tendríamos que examinar con atención si entre los nombres que se ofrecen en las variadas papeletas hay quienes sean realmente sabios y virtuosos y elegir solo a estos. Claro que el sistema no nos permite individualizar a ninguno de los candidatos que realmente solo van a servir para hacer número y elegir al presidente del gobierno que, ya veremos si es sabio o solo lo parece.

Realmente ¿a quién votamos? ¿A una persona? ¿A un programa? ¿Qué posibilidades tenemos los votantes de controlar a los que se dicen nuestros representantes?

Enredados en una permanente lucha por el poder ¿quién se preocupa seriamente y a jornada completa por el bien común? Y esos que dicen preocuparse por nosotros ¿tienen una formación adecuada para buscar las medidas convenientes en cada momento?

En la Biblia hay varios libros llamados sapienciales que tratan precisamente de la sabiduría cuyo principio es el temor del Señor y tienen buen juicio quienes lo practican y esto no es cuestión de estudios, másteres ni cursos, sino de fe y humildad, cosas de las que andamos bastante escasos.

Como cada cual se cree su propio dios, hemos expulsado de nuestras vidas al Señor que hizo el cielo y la tierra y a cada uno de nosotros y ¡así nos va! Cuando se deja de creer en Dios se cree en cualquier cosa: 1) que nadie nos va a pedir cuenta de nuestra vida cuando ésta termine, 2) que el mundo está en un constante devenir y se regula solo, 3) que con la muerte volveremos a la nada 4) que hay que llegar a la fraternidad universal dirigida por tinglados internacionales como la ONU, la UNESCO o la UE etc.

Mientras tanto continúa la violencia, la opresión, la pobreza, en buena parte del mundo que terminará por ocupar esta otra parte, la opulenta, que solo ofrece diversión, droga, sexo, se mata a los niños por nacer y envejecemos sin remedio.

Si empecé recordando la canción de Alberto Castillo que decía que todos quieren duplicar su riqueza, a ver si también queremos duplicar nuestra sabiduría y nuestras virtudes, nuestro amor a los demás y nuestro sentido del deber, sin olvidar en ningún momento que el principio de la sabiduría es el temor del Señor y que tienen buen juicio los que lo practican.

​Todos queremos más

Pero la sabiduría, la prudencia, el buen sentido, que tanto necesitamos no las buscamos con el mismo interés que la riqueza
Francisco Rodríguez
viernes, 1 de marzo de 2019, 14:03 h (CET)

Recuerdo que a mediados del pasado siglo un cantante argentino, Alberto Castillo, cantaba un vals de mucho éxito: Todos queremos más, el que tiene un peso quiere tener dos, el que tiene cinco quiere tener diez, el que tiene veinte busca los cuarenta, el de los cincuenta quiere tener cien.

Esta ansia permanente de riqueza la tienen los pobres y los ricos, todos quieren más. En cambio hay otros bienes que no tienen tanta demanda: el buen juicio, la moderación, la actitud de servicio, el cabal cumplimiento de las obligaciones, el respeto al prójimo y sobre todo la sabiduría. Pareciera que todos están conformes con lo que tienen, incluidos los que quieren gobernar a los demás, que da la impresión de que saben de todo, que pueden solucionarlo todo y todo lo hacen la mar de bien.

Quisiera que nuestros gobernantes fueran realmente personas sabias y amantes de la sabiduría, pero no parece que sea el caso, ¿verdad?

Ahora que volvemos a ser llamados a las urnas tendríamos que examinar con atención si entre los nombres que se ofrecen en las variadas papeletas hay quienes sean realmente sabios y virtuosos y elegir solo a estos. Claro que el sistema no nos permite individualizar a ninguno de los candidatos que realmente solo van a servir para hacer número y elegir al presidente del gobierno que, ya veremos si es sabio o solo lo parece.

Realmente ¿a quién votamos? ¿A una persona? ¿A un programa? ¿Qué posibilidades tenemos los votantes de controlar a los que se dicen nuestros representantes?

Enredados en una permanente lucha por el poder ¿quién se preocupa seriamente y a jornada completa por el bien común? Y esos que dicen preocuparse por nosotros ¿tienen una formación adecuada para buscar las medidas convenientes en cada momento?

En la Biblia hay varios libros llamados sapienciales que tratan precisamente de la sabiduría cuyo principio es el temor del Señor y tienen buen juicio quienes lo practican y esto no es cuestión de estudios, másteres ni cursos, sino de fe y humildad, cosas de las que andamos bastante escasos.

Como cada cual se cree su propio dios, hemos expulsado de nuestras vidas al Señor que hizo el cielo y la tierra y a cada uno de nosotros y ¡así nos va! Cuando se deja de creer en Dios se cree en cualquier cosa: 1) que nadie nos va a pedir cuenta de nuestra vida cuando ésta termine, 2) que el mundo está en un constante devenir y se regula solo, 3) que con la muerte volveremos a la nada 4) que hay que llegar a la fraternidad universal dirigida por tinglados internacionales como la ONU, la UNESCO o la UE etc.

Mientras tanto continúa la violencia, la opresión, la pobreza, en buena parte del mundo que terminará por ocupar esta otra parte, la opulenta, que solo ofrece diversión, droga, sexo, se mata a los niños por nacer y envejecemos sin remedio.

Si empecé recordando la canción de Alberto Castillo que decía que todos quieren duplicar su riqueza, a ver si también queremos duplicar nuestra sabiduría y nuestras virtudes, nuestro amor a los demás y nuestro sentido del deber, sin olvidar en ningún momento que el principio de la sabiduría es el temor del Señor y que tienen buen juicio los que lo practican.

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