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Dame el petróleo y toma el manual de USAID

El petróleo atrajo revoluciones y guerras en América Latina, confirmando que la riqueza del subsuelo sentenciaba la tragedia del pueblo que habitaba su suelo
Luis Agüero Wagner
jueves, 24 de enero de 2019, 09:29 h (CET)

Eduardo Galeano dedicó una sustanciosa parte de su obra a demostrar que muchas veces, y sobre en América Latina, la pobreza del hombre era resultado de la riqueza de las tierras que habitaba. Sucedió con el oro y la plata, el azúcar, el caucho y quien sabe cuántos otros ídolos del culto pagano.


A propósito de estas fechas, un 23 de enero de 1958 había sido expulsado de Venezuela el dictador Marcos Pérez Jiménez, quien una década antes había sido elevado al poder mediante un golpe militar apoyado por Estados Unidos, las multinacionales petroleras y los opositores derechistas que aborrecían a Rómulo Gallegos. La historia ni había empezado entonces ni terminaría allí.


El escritor guatemalteco Augusto Monterroso escribió que cuando despertó Venezuela, el petróleo esta allí, y las crónicas de los primeros españoles en pisar sus sabanas lo confirman. Ya en 1535 Gonzalo Fernández de Oviedo había consignado en su Historia Natural y General de las Indias la existencia de “este betún o licor”, que parecía que “hierve, bullendo hacia arriba, y corre por la tierra adelante alguna cantidad de tierra y está muy blando entre día y pegajoso, y de noche se hiela con el fresco de la noche”. El escritor Pedro Emilio Coli, ministro de Fomento de Juan Vicente Gómez, escribía hacia 1913 que “el petróleo, ese codiciado combustible que las condiciones del progreso industrial hacen ya indispensable, ha dejado de ser tesoro escondido en las entrañas de la tierra venezolana”.


Eran los tiempos en que, como lo escribiera Galeano, los mismos centinelas habrían las puertas al despojo. Y la oligarquía empezaba a jactarse de hablar inglés. Para 1956, el francés Pierre Fontaine historiaba que el general Juan Vicente Gómez era considerado por muchos como el más cruel de los tiranos que existió en el siglo XX. Con tal de llenar sus arcas, Gómez había hecho todo lo posible para que las empresas extranjeras se llevaran el petróleo que quisieran, llegando a reducir al pueblo a la esclavitud. Se hizo rico por encima de toda imaginación, y lo testimoniaba su faraónica casa de campo en Maracay, donde falleció en 1935. Las crónicas hablan de las fastuosas fiestas que daba en ellas, donde asistía toda su corte, para disfrutar del dinero entregado como soborno por Deterding y Rockefeller. Ya por entonces proliferaban en sus alrededores los clubes de golf, y se había mandado construir una tubería de 147 kilómetros sólo para llenar una magnífica piscina.


Eso mientras los pobres debían comprar el agua de las lagunas, transportada por niños en sus espaldas como si fueran bestias de carga, en recipientes vaciados de gasolina. Un barril de esa agua tibia y aceitosa costaba entonces unos diez centavos, consignaba Fontaine. Gómez no solo se apropiaba de los impuestos recibidos por la explotación de petróleo, también de las fuertes sumas que constantemente entregaban los británicos y estadounidenses interesados en las concesiones de explotación. Los carenciados, los indígenas y los presos políticos eran utilizados como mano de obra esclava para construir largas carreteras, que facilitaban el ingreso de las petroleras a las regiones concedidas. Muchos encontraron la muerte en las malsanas selvas tropicales y terribles pantanos.


Sobre esas iniquidades Venezuela se convirtió para 1929 en el segundo productor de petróleo del mundo con 138 millones de barriles. Dicen las crónicas que las fronteras del país, por entonces, solo se conocían a través de las fotos aéreas que las petroleras habían encargado a sus aviadores.


Después de este pintoresco dictador, la propiedad del petróleo y la distribución de las ganancias se mantuvieron inalterables por décadas. Recuerdo una poesía del rock Latino, refiriéndose a los conquistadores europeos que invadieron las tierras del nuevo mundo, que decía que “nos dijeron cierra los ojos, dame la tierra, toma la biblia”. Con el tiempo, la frase se convirtió en “dame el petróleo y toma el manual de USAID”.


El epílogo de esta larga historia de provocaciones e intrigas, que parece perderse en el abismo de los tiempos, parece que no ha sido escrita aún.


Al menos, es lo que nos dicen los acontecimientos de estas últimas horas, precisamente en las mismas fechas en que tres décadas atrás el dictador Pérez Jiménez abordaba su avión presidencial conocido como “La Vaca Sagrada”, para luego de una escala en la República Dominicana del “Chivo”, arrojarse a los brazos del caudillo de España por la Gracia de Dios, Francisco Franco.

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