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Por las obras nos reconocen, por los fracasos nos conocen

Hay que unirse para ser más fructíferos y reunirse para trabajar mejor
Víctor Corcoba
jueves, 9 de agosto de 2018, 07:36 h (CET)

Cada día estoy más convencido que hay que salir al encuentro, y para ello, antes hay que brotar de uno mismo para poder verse en los demás, y conjugar estilos consensuados de vida en común. En efecto, estamos llamados a entendernos, a cultivar el diálogo sincero y a rescatar los latidos del alma, que es lo que realmente nos une como especie. Únicamente bajo el intercambio de experiencias, aportando, compartiendo y usando recursos cooperantes, nos engrandeceremos como linaje, generando un conocimiento más universalista; y, por ende, también más inclusivo. El mundo no puede continuar fracturado. Los modelos económicos, igualmente, han de poner en el centro a la persona humana y sus derechos. También los modelos sociales y políticos, han de conjugar otras sensibilidades más orientadas al servicio de la humanidad y a la protección de nuestro planeta.


Sea como fuere, no podemos permanecer en silencio ante tanto dolor sembrado, nos hace falta otro espíritu más conciliador, pero asimismo más sosegado, pues con la violencia no se logra nada. Naturalmente, por las obras nos reconocen, pero de igual forma por nuestros pasos mediadores se conoce al caminante. Ciertamente, podemos tener la fuerza del trabajo, la disponibilidad y las ganas, pero es menester contar con el respaldo de nuestros análogos. Sin duda, es desde esa conjunción de impulsos y pujanzas como se puede llegar a buen término. El momento no es fácil. Nuestra historia humana puede ayudarnos a ver otros horizontes más nítidos, con menos egoísmos y más desprendimiento. Ojalá aprendamos a desarmarnos y a ser más camino de continuidad. A propósito, nos llega una esperanzadora noticia: “Japón y la ONU, listos para apoyar la desnuclearización en Corea del Norte”. Por algo se empieza. En esto también se requiere el trabajo conjunto para activar medidas progresivas de desarme en la dimensión nuclear, así como de armas químicas y biológicas. Al fin y al cabo, todas las armas son demoledoras.


Tenemos que negarnos a convivir con realidades ilícitas y crueles. Hay que saltar de esta atmósfera de apariencias y volver a las entrañas del ser, a ese donarse y perdonarse a fin de mejorar esa amistad cercana que todos nos merecemos para fraternizarnos como familia, a esa hondura de energía clemente que es donde radica el verdadero sello de la savia. Vale la pena, desde luego que sí, propiciar agendas conjuntas y reorganizadas, el esfuerzo de reunirse y unirse por un mundo más justo, más seguro, con menos barreras y más horizontes, sabiendo que las represalias no son buenas para nadie. El mundo del intelecto, también la inteligencia artificial generada por nosotros, han de ponerse a obrar con ejemplaridad en la construcción de ese bien colectivo mundializado, en el que imperen los valores morales, que es lo que hace que uno se sienta bien. No olvidemos que el éxito de nuestra secuencia va a ser colectiva, pero antes hay que combatir el dominio de la injusticia y escuchar más el lenguaje de la naturaleza, teniendo en cuenta que por sí mismos nada somos, por muy endiosados que nos hallemos.


Por tanto, como tantas veces me digo, tenemos que cambiar de entretelas, no permanecer indiferentes, y estar alerta en salvar vidas. Precisamente, Matteo de Bellis, investigador de Amnistía Internacional sobre asilo y migración, nos acaba de llamar la atención, con este objetivo dato: “El número de muertes en el mar ha crecido, aunque el dato sea insignificante respecto al número de personas que han intentado cruzar el Mediterráneo en meses recientes. La responsabilidad de este aumento en el número de muertos recae directamente en unos gobiernos europeos más preocupados por mantener a la gente fuera de su territorio que en salvar vidas”. Sería bueno, en consecuencia, que nuestros pasos fuesen más de acogida que de rechazo, más de reinserción que de exclusión, más de vida que de muerte. El mundo migrante es un mundo nuestro, y esa cultura del hermanamiento debe despertarnos, cuando menos nos exige que por motivos humanitarios les ayudemos a vivir, de acuerdo con la suprema e innata fe de vida, pues tan solo vivimos cuando amamos. 

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