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Abecedario de combate

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Ante esta densa nube de tinieblas que nos circunda por todo el planeta, no cabe la resignación, sino la lucha por defender la esperanza de toda vida, por ínfima que nos parezca. Ha llegado el momento de alistarnos en el abecedario del combate, que no es otro, que el lenguaje activista de la lucha por lo armónico. Sin duda, por tanto, hemos de planificar otras actitudes, otros miramientos en favor de lo que somos, otros cuidados más directos ante tantos corazones destrozados, lo que nos exige mayor unión entre todos los moradores. Podrá estar negro el horizonte, amenazarnos la tempestad, pero si los pueblos se auxilian y las gentes se revelan ante las injusticias, más pronto que tarde, volverá la ansiada quietud a nuestras existencias.


Indudablemente, hoy más que nunca necesitamos buenos gestores, para contribuir a crear nuevas atmósferas más equitativas y nobles. Hacer familia es importante y la humanidad debe entenderse antes de que le sorprenda el fin. Igualmente nos sucede con los espacios vivos. Se acaba el tiempo para los bosques, su superficie sigue reduciéndose. Sin embargo, Costa Rica, México, Guatemala y Bolivia han puesto en marcha proyectos exitosos contra la deforestación, tal y como reconoce Naciones Unidas, que son capaces de invertir la tendencia que se vive, tanto en la región como a nivel mundial. De igual modo, a mi juicio, es vital adoptar estrategias sociales para aliviar la pobreza y reducir esta alarmante desigualdad que nos revierte en una inhumanidad sin precedentes en nuestra historia.


Por eso, este urgente abecedario de combate que propongo tiene un fin unitivo, y la comunidad internacional ha de contribuir de manera decidida a que esa conjunción de caminos diversos, tenga a su término ese horizonte humanístico esperanzador, con la asistencia a programas de desarrollo y población en los países menos adelantados. La lucha no es de poder, sino de madurez, de discernimiento, de batallar por la justicia, o si quieren, por ese sentimiento poético que todo lo ennoblece en un corazón en verso. No lancemos piedras contra nosotros mismos. Regresemos a esa conjunción de latidos, donde nadie es más que nadie, y todos somos necesarios. Respaldemos, pues, los esfuerzos de esas poblaciones dispuestas siempre a dar a su camino un enfoque global y solidario, creando espacios verdes en zonas urbanas, garantizando la tenencia de tierras a los más vulnerables para erradicar cuando menos el hambre, integrando y reintegrando sentimientos de unidad por muy variados que sean los entornos.


Lo decía en su tiempo, el inolvidable obispo y filósofo, San Agustín (354-430): “En las cosas necesarias, la unidad; en las dudosas, la libertad; y en todas, la caridad”. Y, verdaderamente, pienso que la mejor manera de inclusión no es dar migajas, sino hacer que puedan vivir sin recibirlas. En consecuencia, la ofensiva pasa por donarse y perdonarse, por vivirse y revivirse junto a nuestros análogos. Por otra parte, mientras que prosiga en gobierno el poderoso caballero don dinero, la más arcaica de nuestras sombras, continuaremos entre la espada y la pared. Penosamente vamos a poder humanizarnos, puesto que seguirá aniquilando nuestros propios pulsos de honestidad. Desde luego, que hace falta coraje para desterrarlo.


Sea como fuere, entre el poder y el capital nos hemos deshumanizado como jamás, hasta convertir el astro en un referente comercial de esclavos. Todo es un mercado para desgracia nuestra. Personalmente, me niego a convivir con este abecedario destructor de dignidades. Hay que restaurar el sentido poético que hay en nosotros, ese que es más de dar aire que de viciarlo, ese que es más de dar vida que muerte, ese que es más de bondades que de maldades. Precisamente, en ese abecedario de combate que hoy quiero relanzar con nítido entusiasmo, me propongo y les propongo, fuerza y tesón para no ser engañados, ni seducidos con las armas de los falsos lenguajes que todo lo envenenan y martirizan.


Pensemos en el fenómeno de la violencia que todo lo domina a su antojo, volviéndonos prisioneros de su explotación, o de esos inocentes niños que no conocen otra cosa que la guerra. Los datos ahí están. Son vidas andantes, y por ende, preocupantes cifras. Desde el año 2013, 2,6 millones de bebés han nacido en medio de la guerra y 300.000 niños están al borde de la muerte por desnutrición, lo acaba de revelar el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF). Ojalá surjan nuevos liderazgos mundiales para propiciar la concordia antes de que sea demasiado tarde. De una vez por todas, dejemos de fabricar armas. Es cuestión de querer. Pongamos, a renglón seguido, voluntad de acción en ese nuevo abecedario anímico, capaz de injertarnos sonrisas en lugar de peleas, autenticidad en vez de hipocresía, sabiendo que no hay alianza sin rectitud, ni rectitud sin clemencia. 

Abecedario de combate

Víctor Corcoba
lunes, 9 de julio de 2018, 07:12 h (CET)

Ante esta densa nube de tinieblas que nos circunda por todo el planeta, no cabe la resignación, sino la lucha por defender la esperanza de toda vida, por ínfima que nos parezca. Ha llegado el momento de alistarnos en el abecedario del combate, que no es otro, que el lenguaje activista de la lucha por lo armónico. Sin duda, por tanto, hemos de planificar otras actitudes, otros miramientos en favor de lo que somos, otros cuidados más directos ante tantos corazones destrozados, lo que nos exige mayor unión entre todos los moradores. Podrá estar negro el horizonte, amenazarnos la tempestad, pero si los pueblos se auxilian y las gentes se revelan ante las injusticias, más pronto que tarde, volverá la ansiada quietud a nuestras existencias.


Indudablemente, hoy más que nunca necesitamos buenos gestores, para contribuir a crear nuevas atmósferas más equitativas y nobles. Hacer familia es importante y la humanidad debe entenderse antes de que le sorprenda el fin. Igualmente nos sucede con los espacios vivos. Se acaba el tiempo para los bosques, su superficie sigue reduciéndose. Sin embargo, Costa Rica, México, Guatemala y Bolivia han puesto en marcha proyectos exitosos contra la deforestación, tal y como reconoce Naciones Unidas, que son capaces de invertir la tendencia que se vive, tanto en la región como a nivel mundial. De igual modo, a mi juicio, es vital adoptar estrategias sociales para aliviar la pobreza y reducir esta alarmante desigualdad que nos revierte en una inhumanidad sin precedentes en nuestra historia.


Por eso, este urgente abecedario de combate que propongo tiene un fin unitivo, y la comunidad internacional ha de contribuir de manera decidida a que esa conjunción de caminos diversos, tenga a su término ese horizonte humanístico esperanzador, con la asistencia a programas de desarrollo y población en los países menos adelantados. La lucha no es de poder, sino de madurez, de discernimiento, de batallar por la justicia, o si quieren, por ese sentimiento poético que todo lo ennoblece en un corazón en verso. No lancemos piedras contra nosotros mismos. Regresemos a esa conjunción de latidos, donde nadie es más que nadie, y todos somos necesarios. Respaldemos, pues, los esfuerzos de esas poblaciones dispuestas siempre a dar a su camino un enfoque global y solidario, creando espacios verdes en zonas urbanas, garantizando la tenencia de tierras a los más vulnerables para erradicar cuando menos el hambre, integrando y reintegrando sentimientos de unidad por muy variados que sean los entornos.


Lo decía en su tiempo, el inolvidable obispo y filósofo, San Agustín (354-430): “En las cosas necesarias, la unidad; en las dudosas, la libertad; y en todas, la caridad”. Y, verdaderamente, pienso que la mejor manera de inclusión no es dar migajas, sino hacer que puedan vivir sin recibirlas. En consecuencia, la ofensiva pasa por donarse y perdonarse, por vivirse y revivirse junto a nuestros análogos. Por otra parte, mientras que prosiga en gobierno el poderoso caballero don dinero, la más arcaica de nuestras sombras, continuaremos entre la espada y la pared. Penosamente vamos a poder humanizarnos, puesto que seguirá aniquilando nuestros propios pulsos de honestidad. Desde luego, que hace falta coraje para desterrarlo.


Sea como fuere, entre el poder y el capital nos hemos deshumanizado como jamás, hasta convertir el astro en un referente comercial de esclavos. Todo es un mercado para desgracia nuestra. Personalmente, me niego a convivir con este abecedario destructor de dignidades. Hay que restaurar el sentido poético que hay en nosotros, ese que es más de dar aire que de viciarlo, ese que es más de dar vida que muerte, ese que es más de bondades que de maldades. Precisamente, en ese abecedario de combate que hoy quiero relanzar con nítido entusiasmo, me propongo y les propongo, fuerza y tesón para no ser engañados, ni seducidos con las armas de los falsos lenguajes que todo lo envenenan y martirizan.


Pensemos en el fenómeno de la violencia que todo lo domina a su antojo, volviéndonos prisioneros de su explotación, o de esos inocentes niños que no conocen otra cosa que la guerra. Los datos ahí están. Son vidas andantes, y por ende, preocupantes cifras. Desde el año 2013, 2,6 millones de bebés han nacido en medio de la guerra y 300.000 niños están al borde de la muerte por desnutrición, lo acaba de revelar el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF). Ojalá surjan nuevos liderazgos mundiales para propiciar la concordia antes de que sea demasiado tarde. De una vez por todas, dejemos de fabricar armas. Es cuestión de querer. Pongamos, a renglón seguido, voluntad de acción en ese nuevo abecedario anímico, capaz de injertarnos sonrisas en lugar de peleas, autenticidad en vez de hipocresía, sabiendo que no hay alianza sin rectitud, ni rectitud sin clemencia. 

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