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No menos trascendentales han de ser nuestras propias transformaciones interiores

Un tejido de hábitos transformadores

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Todos los continentes del mundo entero deben trabajar unidos en el diseño de acrecentar la esperanza de sus moradores, con la fortaleza del tesón y la constancia, con políticas sociales enhebradas a la poética del esfuerzo, y con el empuje de compartir el sueño de la transformación que no puede detenerse, ante el cúmulo de injusticias y violencias que soportamos. A mi juicio, lo prioritario es restaurar el amor. No es cuestión de lamentarse, sino de reparar el daño hecho. Y esto sólo se cura poniendo corazón en todas las cosas que hacemos. Téngase en cuenta que la mayor parte de los conflictos actuales se pelean con armas pequeñas y ligeras en posesión de grupos opositores, crimen organizado, pandillas y terroristas que socavan la seguridad y el estado de derecho. Hace falta, pues, ponerse a disposición de los análogos, trazar otros itinerarios de relación más comprometida con nuestros equivalentes, conservar la unidad y la unión entre nosotros; en suma, mostrar otro espíritu más conciliador y menos sórdido.


En consecuencia, si importante es renovarse para tomar conciencia de que nada somos sin los demás, no menos trascendentales han de ser nuestras propias transformaciones interiores, manifestadas en una mayor cooperación y colaboración hacia ese mundo en el que todos hemos de ser uno, en llevar la paz allí donde dominan el odio y la desesperación. Ojalá aprendamos a traducir los deseos nacientes de nuestra cognición en existencias que nos dignifiquen, así como a remover las ideas en hechos congruentes con los acontecimientos, que nos inspiren a derribar barreras raciales, a vivir y a dejar vivir. Ya está bien de aglutinar armas, ellas son las que fuerzan desplazamientos masivos de población y son instrumentos para la violencia sexual y de género, entre otros abusos de derechos humanos. Sea como fuere, estamos llamados a corregirnos cada día, naciendo, renaciendo, viviendo en suma. ¿Qué es la vida sino un constante cambio, una llamada a entenderse, a cohabitar entregado a un arcoíris que incluye el negro? Por eso, es menester activar este tejido de hábitos transformadores en donarse, sabiendo que es la propia biografía viviente la que nos alienta a estar en comunión.


Indudablemente, hay una correspondencia de ir hacia adelante. Por tanto, es fundamental no dejar a nadie en el camino, excluirlo del andar conjunto, como esos seres invisibles que vegetan en la pobreza extrema. Hoy se me ocurre pensar en esas mujeres viudas, ya que en este mes celebramos su Día Internacional (23 de junio), ignoradas y despreciadas en muchas culturas aún, estigmatizadas y malditas, asociadas muchas veces con la brujería; lo que hace que, en demasiadas ocasiones, sean víctimas de aislamiento, abuso o situaciones peores. Son, precisamente, estos absurdos contextos los que hay que rectificar.Tales crueldades con frecuencia, según reconoce Naciones Unidas, se consideran como justificadas en términos de la práctica cultural o religiosa. La impunidad por los abusos de los derechos de la viudez es algo extendido y son pocos los autores a los que se los lleva ante la justicia. Incluso en países donde la protección legal es más inclusiva, las viudas pueden sufrir marginalización social.Empoderarlas mediante el acceso a la atención médica adecuada, educación, empleo decente, plena participación en el proceso de toma de decisiones y en la crónica pública, así como llevar un proceder sin violencia, les daría la oportunidad de desarrollar una quehacer seguro después del duelo, algo que todos nos merecemos porque sí. No olvidemos que la creación de oportunidades para ellas también puede ayudar a la protección de sus hijos y evitar de este modo un ciclo de indigencia, tan injusto como absurdo.


En definitiva, que si el porvenir que queremos para toda la humanidad va a depender de políticas innovadoras, una conducta empresarial responsable y tecnologías centradas en las personas, pongamos también el acento transformador en salvaguardar las costumbres morales, comenzando por el propio amor conyugal que exige a los progenitores una conciencia de su misión responsable, y prosiguiendo por la labor de esos líderes, que también han de entregarse generosamente a su compromiso de servicio al bien común. Esto es lo que nos engrandece como linaje; el hacer familia y el forjar savia que nos armonice en el mismo sentir de alentar caminos, en los que puedan convivir todas las presencias. 

Un tejido de hábitos transformadores

No menos trascendentales han de ser nuestras propias transformaciones interiores
Víctor Corcoba
jueves, 21 de junio de 2018, 06:58 h (CET)

Todos los continentes del mundo entero deben trabajar unidos en el diseño de acrecentar la esperanza de sus moradores, con la fortaleza del tesón y la constancia, con políticas sociales enhebradas a la poética del esfuerzo, y con el empuje de compartir el sueño de la transformación que no puede detenerse, ante el cúmulo de injusticias y violencias que soportamos. A mi juicio, lo prioritario es restaurar el amor. No es cuestión de lamentarse, sino de reparar el daño hecho. Y esto sólo se cura poniendo corazón en todas las cosas que hacemos. Téngase en cuenta que la mayor parte de los conflictos actuales se pelean con armas pequeñas y ligeras en posesión de grupos opositores, crimen organizado, pandillas y terroristas que socavan la seguridad y el estado de derecho. Hace falta, pues, ponerse a disposición de los análogos, trazar otros itinerarios de relación más comprometida con nuestros equivalentes, conservar la unidad y la unión entre nosotros; en suma, mostrar otro espíritu más conciliador y menos sórdido.


En consecuencia, si importante es renovarse para tomar conciencia de que nada somos sin los demás, no menos trascendentales han de ser nuestras propias transformaciones interiores, manifestadas en una mayor cooperación y colaboración hacia ese mundo en el que todos hemos de ser uno, en llevar la paz allí donde dominan el odio y la desesperación. Ojalá aprendamos a traducir los deseos nacientes de nuestra cognición en existencias que nos dignifiquen, así como a remover las ideas en hechos congruentes con los acontecimientos, que nos inspiren a derribar barreras raciales, a vivir y a dejar vivir. Ya está bien de aglutinar armas, ellas son las que fuerzan desplazamientos masivos de población y son instrumentos para la violencia sexual y de género, entre otros abusos de derechos humanos. Sea como fuere, estamos llamados a corregirnos cada día, naciendo, renaciendo, viviendo en suma. ¿Qué es la vida sino un constante cambio, una llamada a entenderse, a cohabitar entregado a un arcoíris que incluye el negro? Por eso, es menester activar este tejido de hábitos transformadores en donarse, sabiendo que es la propia biografía viviente la que nos alienta a estar en comunión.


Indudablemente, hay una correspondencia de ir hacia adelante. Por tanto, es fundamental no dejar a nadie en el camino, excluirlo del andar conjunto, como esos seres invisibles que vegetan en la pobreza extrema. Hoy se me ocurre pensar en esas mujeres viudas, ya que en este mes celebramos su Día Internacional (23 de junio), ignoradas y despreciadas en muchas culturas aún, estigmatizadas y malditas, asociadas muchas veces con la brujería; lo que hace que, en demasiadas ocasiones, sean víctimas de aislamiento, abuso o situaciones peores. Son, precisamente, estos absurdos contextos los que hay que rectificar.Tales crueldades con frecuencia, según reconoce Naciones Unidas, se consideran como justificadas en términos de la práctica cultural o religiosa. La impunidad por los abusos de los derechos de la viudez es algo extendido y son pocos los autores a los que se los lleva ante la justicia. Incluso en países donde la protección legal es más inclusiva, las viudas pueden sufrir marginalización social.Empoderarlas mediante el acceso a la atención médica adecuada, educación, empleo decente, plena participación en el proceso de toma de decisiones y en la crónica pública, así como llevar un proceder sin violencia, les daría la oportunidad de desarrollar una quehacer seguro después del duelo, algo que todos nos merecemos porque sí. No olvidemos que la creación de oportunidades para ellas también puede ayudar a la protección de sus hijos y evitar de este modo un ciclo de indigencia, tan injusto como absurdo.


En definitiva, que si el porvenir que queremos para toda la humanidad va a depender de políticas innovadoras, una conducta empresarial responsable y tecnologías centradas en las personas, pongamos también el acento transformador en salvaguardar las costumbres morales, comenzando por el propio amor conyugal que exige a los progenitores una conciencia de su misión responsable, y prosiguiendo por la labor de esos líderes, que también han de entregarse generosamente a su compromiso de servicio al bien común. Esto es lo que nos engrandece como linaje; el hacer familia y el forjar savia que nos armonice en el mismo sentir de alentar caminos, en los que puedan convivir todas las presencias. 

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