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​Ante tantas trágicas realidades que nos circundan, debemos unir nuestros corazones, pues nadie puede lavarse las manos ante nada si no quiere ser cómplice

Uniendo nuestros corazones

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Precisamente, si hoy triunfa tanto la falsedad, es por ese espíritu de complots, puesto que la verdad siempre triunfa por sí misma. Fruto de esa autenticidad humana, nace la unión, que es la que nos hace fuertes. A los hechos me remito. Si Irán está sujeto al régimen de verificación nuclear más estricto del mundo, es debido a un Plan de Acción Integral Conjunto, lo cual representa un logro significativo en materia de control. Es notorio que no hay otra manera de avanzar armónicamente que sumando fuerzas. No es de recibo, entonces, mirar hacia otra parte y expresar nuestra ignorancia o nuestra inocencia. Está visto, que todos podemos hacer mucho más por todos, a poco que lo intentemos, y salgamos de nuestra hipocresía, afrontando multitud de problemas que son comunes y cuya solución ha de ser global.


Yo creo que el mundo ha de universalizar los compromisos para la construcción de una sociedad pacífica, orientada a la libertad, a la justicia y a la solidaridad. Nos hemos globalizado, pero ahora nos falta ese coraje vinculado de hacer mundo, conviviendo más y mejor, desde el respeto más íntegro hacia cualquier ser vivo. También la cobardía es un consentimiento que no podemos admitir. No olvidemos que estamos llamados a ser ciudadanos de alma, con lo que esto supone, para nuestra hoja de servicios en este paso por el planeta, de auxilio permanente y de guardia constante. Para ilustrar esta lucha, sólo habría que pensar en los más de 40 millones de personas, hombres, pero sobre todo mujeres y niños, que sufren la esclavitud. O en la multitud de aves migratorias a las que les hemos usurpado sus propios corredores aéreos y sus hábitats, por esa falta de cooperación a nivel internacional. Con demasiada frecuencia, olvidamos que nuestra identidad cultural como especie pensante, está profundamente arraigada a nuestro entorno biológico.


Ante estas situaciones que nos fragmentan, hemos de pensar en cómo hemos de transformar el mundo. Aun nos hacen falta derribar muchas barreras raciales. La desigualdad entre géneros tampoco ha disminuido. Pensemos que lo único que nos da solidez son las pruebas de amor, entendidas éstas, como actos de generosidad que todos, al fin necesitamos, cuando menos para ser felices, pues únicamente podemos serlo, al descubrir en el otro nuestra propia placidez. De ahí, lo importante que es una prosperidad mundial que no deje a nadie atrás. Indudablemente, hacen falta otras políticas proactivas de mayor apertura de horizontes, capaces de ensamblarnos y no de enfrentarnos, esto último como viene sucediendo. 

Uniendo nuestros corazones

​Ante tantas trágicas realidades que nos circundan, debemos unir nuestros corazones, pues nadie puede lavarse las manos ante nada si no quiere ser cómplice
Víctor Corcoba
jueves, 10 de mayo de 2018, 06:31 h (CET)

Precisamente, si hoy triunfa tanto la falsedad, es por ese espíritu de complots, puesto que la verdad siempre triunfa por sí misma. Fruto de esa autenticidad humana, nace la unión, que es la que nos hace fuertes. A los hechos me remito. Si Irán está sujeto al régimen de verificación nuclear más estricto del mundo, es debido a un Plan de Acción Integral Conjunto, lo cual representa un logro significativo en materia de control. Es notorio que no hay otra manera de avanzar armónicamente que sumando fuerzas. No es de recibo, entonces, mirar hacia otra parte y expresar nuestra ignorancia o nuestra inocencia. Está visto, que todos podemos hacer mucho más por todos, a poco que lo intentemos, y salgamos de nuestra hipocresía, afrontando multitud de problemas que son comunes y cuya solución ha de ser global.


Yo creo que el mundo ha de universalizar los compromisos para la construcción de una sociedad pacífica, orientada a la libertad, a la justicia y a la solidaridad. Nos hemos globalizado, pero ahora nos falta ese coraje vinculado de hacer mundo, conviviendo más y mejor, desde el respeto más íntegro hacia cualquier ser vivo. También la cobardía es un consentimiento que no podemos admitir. No olvidemos que estamos llamados a ser ciudadanos de alma, con lo que esto supone, para nuestra hoja de servicios en este paso por el planeta, de auxilio permanente y de guardia constante. Para ilustrar esta lucha, sólo habría que pensar en los más de 40 millones de personas, hombres, pero sobre todo mujeres y niños, que sufren la esclavitud. O en la multitud de aves migratorias a las que les hemos usurpado sus propios corredores aéreos y sus hábitats, por esa falta de cooperación a nivel internacional. Con demasiada frecuencia, olvidamos que nuestra identidad cultural como especie pensante, está profundamente arraigada a nuestro entorno biológico.


Ante estas situaciones que nos fragmentan, hemos de pensar en cómo hemos de transformar el mundo. Aun nos hacen falta derribar muchas barreras raciales. La desigualdad entre géneros tampoco ha disminuido. Pensemos que lo único que nos da solidez son las pruebas de amor, entendidas éstas, como actos de generosidad que todos, al fin necesitamos, cuando menos para ser felices, pues únicamente podemos serlo, al descubrir en el otro nuestra propia placidez. De ahí, lo importante que es una prosperidad mundial que no deje a nadie atrás. Indudablemente, hacen falta otras políticas proactivas de mayor apertura de horizontes, capaces de ensamblarnos y no de enfrentarnos, esto último como viene sucediendo. 

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Me he criado en una familia religiosa, sin llegar a ser beata, que ha vivido muy de cerca la festividad del Jueves Santo desde siempre. Mis padres se casaron en Santo Domingo, hemos vivido en el pasillo del mismo nombre, pusimos nuestro matrimonio a los pies de la Virgen de la Esperanza, de la que soy hermano, y he llevado su trono durante 25 años.

 
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